Las elecciones del pasado 9 de marzo nos retratan el momento político del país. Como diría algún amigo marxista, un momento en el “que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no se decide por completo a nacer”. Peor aún. La elección al Congreso de la República nos reveló la vitalidad de las estructuras políticas tradicionales, de nuevo aceitadas por la mermelada oficial. O por inmensas sumas de dinero proveniente de los negocios ilegales. Las casas políticas tradicionales, sobre todo en la Costa Atlántica, para elegir sus vástagos sustituyeron con una facilidad impresionante la presión paramilitar del pasado reciente con el dinero y la destreza genética en el clientelismo, la politiquería y la compra de votos.
Claro que es un asunto de cultura política ciudadana. De la exaltación al pillo que de la vida cotidiana salta a la vida pública. Cultura fraguada en contextos de carencias sociales, exclusiones y barreras que someten a millones de compatriotas. Con un Estado fallido incapaz de controlar el crimen. Y unas elites políticas forjadas en el patrimonialismo que convierten las instituciones en sus botines y las necesidades de la gente en maquinas de hacer votos. Sin vergüenza, por ejemplo, se usó una obligación del Estado como el de garantizar el derecho a una vivienda digna, en grosera propaganda electoral.
De todo eso hubo este 9 de marzo. Pero hubo más. Todo indica que el afán del gobierno por borrar a sus opositores de lado y lado del espectro ideológico lo condujo a elevar a niveles exponenciales el uso del aparato público con fines electorales. Que el 31% de los senadores sean costeños y que políticos deslucidos y casi anónimos se hayan convertido en grandes barones electorales es el resultado de pretensiones ilimitadas de hegemonismo de la autodenominada “unidad nacional”. Y todo ello favorecido por un sistema electoral que premia el voto preferente, que carece de efectivos controles a la financiación de las campañas y que es gobernada por unas deslucidas instituciones electorales que parecen empeñadas en darle la razón al padre Camilo Torres Restrepo cuando argumentó su decisión por la lucha armada afirmando que “el que escruta elige y el que cuenta los votos determina la victoria”.
También estos comicios revelaron la polarización en las elites del país. Sin tregua Santistas y Uribistas se pelean aun en los escrutinios voto a voto el primer lugar en la votación. En esa carrera intentaron borrar, sin éxito, a las fuerzas de izquierda o independientes. Y para ello tuvieron en el abstencionismo un silencioso aliado, que junto al voto en blanco sobre todo golpean a listas y candidatos alternativos.
Por fortuna las votaciones de Robledo, Iván Cepeda y Claudia López, entre otros, se abrieron paso para decirnos que hay razón para la esperanza. Y sobre todo, los cuatro millones de ciudadanos que acudieron a la Consulta Presidencial Verde para elegir como candidato a Enrique Peñalosa constituyen una poderosa posibilidad para construir una propuesta de gobierno independiente que por fuera de la polarización sea capaz de convocar a la ciudadanía alrededor de una paz con cambios. Una fuerza tranquila como la de François Mitterrand en Francia.
Lecciones de unas elecciones
Lun, 17/03/2014 - 07:13
Las elecciones del pasado 9 de marzo nos retratan el momento político del país. Como diría algún amigo marxista, un momento en el “que lo viejo no termina de morir y lo nuevo no se decide por co