Aterrizó en la Sultana del Valle después de un largo periplo por Bogotá, que casi le cuesta la vida. Entre los corredores de la Casa de Nariño, ocupada por los Santos, es difícil que pelechara un hombre sin abolengos y poquísima diplomacia. Allá, en ese laberinto, lo único que existen son trampas e intrigas que obligaron a Angelino a mantenerse alejado de los salones de la presidencia, recluido al frente, en la elegante y fría casona destinada a la pasividad de los vicepresidentes.
Y llegó a Cali por puro descarte porque, a pesar de todo, parecía gustarle más Bogotá. Esa era al menos la impresión que transmitía cuando afirmaba que quería ser candidato a la alcaldía de la Capital o (sino) a la de Cali. Expresaba estos deseos con la ingenuidad y simpleza de un niño al que ponen a escoger entre un bombón azul o uno amarillo.
Cuando percibió que lo de Bogotá estaba enredado, optó finalmente por nuestra humilde capital de departamento. Pero le faltaba resolver todavía un detalle: ¿Con qué aval podría presentar su candidatura? Este fue tal vez uno de los elementos que lo decidieron por Cali, para esta ciudad resultaba más fácil conseguir aval de un partido o firmas, que para Bogotá.
Cuando lo tuvo así de claro, empezó un viacrucis en busca de hacer valer su derecho a elegirse. Pataleo, tutelas y coqueteos con el Centro Democrático, nada dio resultado. Las puertas se le fueron cerrando hasta quedarle como única opción el aval del partido que había rechazado con fastidio: El de la U, esa organización que le dio la espalda cuando cayó gravemente enfermo y que lo había descartado prácticamente como opción política.
Después de muchos tira y aflojes las ganas de la U y las de Angelino coincidieron por fin; ni el partido tenía candidato ni el candidato partido. Entonces la solución era fácil. Todos se taparon la nariz y se abrazaron en torno al único interés común que los une, la búsqueda del poder.
Le entregaron el aval en ceremonia pomposa, con la destacada presencia de su casi enterrador, Roy Barreras, un hábil enemigo que dos años antes había pedido su destitución como vicepresidente por sus problemas de salud.
Angelino resucitó como opción política. Ahora es el candidato más fuerte para Cali y todos los demás se rascan la cabeza pensando qué estrategias utilizar para vencerlo. Y él, en una actitud sorprendente, se presenta cada vez más alejado de los modos bogotanos, desentendido de su imagen personal y con una barba que promete no cortarse hasta que el equipo América regrese a la primera división.
Aquí radica mi preocupación verdadera sobre la propuesta de Garzón. En su infantil estrategia y su nula propuesta para la ciudad. Hasta la fecha se ha limitado a pelear como un titán su derecho a ser candidato y a buscar por cualquier medio el aval de algún partido para llegar a alguna candidatura de cualquier ciudad. Y esto habla bien de su persistencia pero muy mal de su interés verdadero por nuestra ciudad.
Que se deje crecer la barba o se la corte, que América suba o baje, que el partido de la U lo apoye o lo rechace, en nada favorecen el desarrollo de una ciudad como Cali que merece mucha más atención.
¿Qué propone Angelino para la seguridad de Cali? Nada. ¿Qué ha dicho sobre movilidad? Nada. ¿Que pretende hacer para recuperar nuestros ríos? No se sabe. ¿Qué podemos esperar de vivienda y agua potable? No ha dicho. Es decir, por lo que nos ha dejado conocer, su programa será apoyar al América en su lamentable trasegar por la segunda división. Y esto, por supuesto, es poca cosa. Porque Angelino tampoco sabe cómo gobernar a los Diablos Rojos, ni tiene una estrategia para hacerlos subir de categoría.
Para ellos, como para Cali, lo único que ha ofrecido es no cortarse la barba. Y con esto no se gobierna, ni se ganan partidos.
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Lo que preocupa de Angelino
Lun, 18/05/2015 - 16:56
Aterrizó en la Sultana del Valle después de un largo periplo por Bogotá, que casi le cuesta la vida. Entre los corredores de la Casa de Nariño, ocupada por los Santos, es difícil que pelechara un