La ocurrencia de más de 4.000 desastres naturales en la última década han afectado a cerca de 2.700 millones de personas; esto, sumado a la creciente degradación del medio ambiente ha llevado a que millones de personas se vean obligadas a dejar sus tierras en busca de lugares más seguros y con más recursos para vivir. Esta creciente migración impone un nuevo desafío para la humanidad, ayudar a los millones de refugiados y desplazados por causas ambientales, o como se conocen hoy día, los refugiados ambientales.
La Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), estima que entre 20 y 25 millones de personas en el mundo se han visto forzadas a emigrar en busca de mejores condiciones tras haber perdido las condiciones mínimas para sobrevivir en su lugar de origen. Lo más preocupante es que la cifra de desplazados ambientales ya supera el número de desplazados por conflictos bélicos y que de acuerdo a diferentes científicos puede ascender a más de 50 millones de personas en los próximos diez años, de los cuales la gran mayoría pertenecerá a países pobres, llevando a la pregunta de si estos gobiernos son los suficientemente fuertes para resistir la presión económica y política generada por el desplazamiento de millones de personas.
En su último libro Lester R. Brown advierte sobre la magnitud de este problema y cómo a medida de que los impactos del cambio climático y de la degradación del entorno aumentan, el número de refugiados ambientales también lo hará, afectando especialmente a los países más pobres y vulnerables. Para dimensionar la magnitud del problema, los refugiados ambientales en China por el aumento del nivel del mar podría llegar a los 144 millones de personas y el avance de los desiertos, puede llevar al desplazamiento de hasta 60 millones de personas del África subsahariana.
A estos millones de posibles desplazados y/o refugiados ambientales, se les suma la población afectada por el aumento en la periodicidad e intensidad de fenómenos climáticos, como huracanes, tormentas, el fenómeno del Niña o la Niña; etc., este último fenómeno ha dejado en el país cerca de cuatro millones de personas afectadas entre el 2010 y el 2011;además de aquellos que emigran por los elevados niveles de contaminación ambiental del suelo, agua y aire y las millones de personas que dejan sus tierras por la creciente escasez de agua potable y de alimentos y por el riesgo de contraer enfermedades.
A los impactos económicos y sociales generados por el desplazamiento forzado se le deben sumar los impactos psicológicos derivados del sentimiento de desarraigo y la posible desintegración familiar y social. Todos estos impactos pueden llevar al surgimiento o reforzamiento de conflictos internos, y a un aumento de la pobreza, poniendo en riesgo la estabilidad de los países más vulnerables.
Lo más preocupante es que el derecho internacional no reconoce a los refugiados ambientales, pues la Convención de Ginebra (1951) solamente cobija a los refugiados políticos o raciales. Teniendo en cuenta la cantidad de refugiados ambientales existentes actualmente en el mundo, es tiempo de introducir el nuevo estatus de refugiado ambiental en la agenda internacional. Los millones de refugiados ambientales actuales y los centenares de millones futuros demuestran, que son, como lo han dicho diversos autores, “la real emergencia del futuro”.
Como dice Lester R Brown “la gente no suele abandonar sus casas, sus familias, y sus comunidades, a menos que no tengan otra opción. Tal vez es hora, que los gobiernos consideren si no sería más barato y mucho menos doloroso en términos humanos el tratar las causas de la migración en lugar de simplemente responder a ella”.
