El médico James Lind demostró en 1753 que el jugo de cítricos prevenía el escorbuto en marineros durante largos viajes. La palabra clave en esa historia es prevenir. Porque no se conocía en ese momento el concepto de vitamina y el mismo Lind pensaba que el escorbuto, que hoy sabemos se produce por deficiencia de vitamina C, se debía a otras causas como putrefacción interna de alimentos. Entonces Lind no descubrió la causa del escorbuto, solo probó su prevención con jugo de limones y limas, que años después supimos eran ricos en vitamina C.
Esos compuestos que hemos llamado vitaminas (A, las del complejo B,C,D,E y otras) a las que después agregamos los llamados oligoelementos (hierro, magnesio, zinc, selenio y otros) son sustancias que necesitamos en pequeñas cantidades para nuestro metabolismo normal. Estas sustancias están en una dieta humana variada y no producen por sí solas salud. Simplemente previenen ciertas deficiencias de ellas que hemos denominado enfermedades: el escorbuto, el beri-beri, la pelagra y otras.
¿Cuál es su valor preventivo cuando no tenemos una deficiencia marcada de ellas? Muy discutido. Porque ya casi nadie sufre de escorbuto, pelagra, beri-beri y otras condiciones similares. En otras palabras, ¿de qué nos sirven los suplementos vitamínicos tan activamente publicitados hoy? Probablemente de muy poco. Pero hay un gran mercado para estas sustancias en nuestra sociedad que idolatra ciegamente la salud.
Hace cuatro años se publicó en JAMA un análisis de 47 investigaciones con un total de 180.000 personas mostrando mortalidad aumentada en quienes tomaban suplementos vitamínicos: aumento de mortalidad global de 4% en aquellas que tomaban vitamina E, 7% en quienes tomaban carotenos que es una forma de vitamina A, y 16% en quienes tomaban suplementos de vitamina A. Entonces los suplementos vitamínicos no son solo inútiles y costosos, sino además pueden ser peligrosos.
Subrayo lo de la vitamina A porque recuerdo de mi práctica de medicina general la afición extrema que tienen las madres colombianas a dar aceite de hígado de bacalao, una bomba de vitaminas A y D, a sus hijos. La Carta de la Salud de la U de California en Berkeley publica una autorizada guía de suplementos dietéticos. En ella se dice que el aceite de hígado de bacalao no está recomendado para niños pues dosis superiores a cucharadita y media diaria pueden interferir con el crecimiento óseo y aumentar la frecuencia de fracturas. Para quienes quieren seguir tomando la “deliciosa” emulsión hay alguna discreta indicación para personas mayores con problemas artríticos debido a su leve efecto antiinflamatorio.
Entonces tomar vitaminas como suplemento dietético puede ser peligroso. Hace unos días se publicaron reportes en el New York Times y Washington Post de investigaciones recientes sobre el uso de niacina, la vitamina cuya deficiencia causa pelagra, intentando subir los niveles del “colesterol bueno”, la lipoproteína HDL, en la sangre y prevenir así la aterosclerosis. Pues sí, los sujetos que tomaron niacina subieron sus niveles de HDL pero sorpresivamente no disminuyó en ellos la frecuencia de infartos de miocardio y por el contrario subió un poco la frecuencia de accidentes cerebrovasculares.
Es interesante observar como las vitaminas fueron tomando históricamente rol de panacea en el imaginario colectivo: para todo servían y eran buenas como suplemento dietético. Yo mismo compré píldoras de multivitaminas tengo que confesarlo, hoy no lo hago pues además de inútiles son costosas. Estas investigaciones no serán del gusto de los laboratorios que las producen pero no podemos engañarnos. Nuestra salud no depende de una píldora sino de hábitos saludables y nutrición correcta, además de una buena dosis de suerte y buena información genética.
Ahora, en algunos casos especiales sí son necesarios los suplementos vitamínicos. Me acaba de nacer una bellísima sobrina nieta de principesca naricita, Alexandra, a quien le he puesto como a todas mis sobrinas un apodo secreto: Rita (nació en vísperas de esa santa) Folato. Porque el ácido fólico, los folatos, que tomó su mamá son necesarios para una mujer en edad fértil y la futura madre los debe tomar desde el mismo día que piense que puede quedar en embarazo.
Además los aficionados a aquella vitamina C del doctor Lind deben conocer que parece mejor tomar Zinc para la gripa. Una dosis de Zinc de 50-65 miligramos diarios, tomada en píldoras cada 4 horas, reduce la duración del resfriado común de siete días a cuatro días y la tos a dos días (The Cochrane Collaboration, número 2, 2011). Hay que fijarse bien pues no todas las formas comerciales de Zinc tienen un buen contenido de ese oligoelemento.
Ése es el otro gran problema de los suplementos dietéticos: la demanda es grande y ha llevado a producción de pobre calidad o fraudulenta. No podemos confiar en las vitaminas de la calle, las mejores son las de una dieta balanceada. Y aún ellas tienen sus límites, no son una panacea.
Los límites de las vitaminas
Mié, 22/06/2011 - 00:56
El médico James Lind demostró en 1753 que el jugo de cítricos prevenía el escorbuto en marineros durante largos viajes. La palabra clave en esa historia es prevenir. Porque no se conocía en ese