Los olvidos de Uribe

Lun, 25/04/2011 - 00:00
Resignación es lo que no tiene el expresidente Uribe. No se resigna a que los destinos del país pasen por otras manos; a que el presidente Santos gobierne con estilo y agenda propia; a que el Congre
Resignación es lo que no tiene el expresidente Uribe. No se resigna a que los destinos del país pasen por otras manos; a que el presidente Santos gobierne con estilo y agenda propia; a que el Congreso legisle sobre derechos de las victimas y restitución de tierras; a que la Canciller construya relaciones amables con Chávez y Correa; a que la justicia indague por las actuaciones de personas pertenecientes a su círculo de poder. Y no se resigna porque siente que Santos lo traiciona. Recordemos que Uribe hasta el último minuto soñó con perpetuarse en Palacio; ensimismado por las adulaciones y las encuestas, terminó por convencerse que no era concebible el futuro “de la patria” sin él. Pero ante el riesgo de que ello ocurriera, creó su propio partido y eligió su sucesor. Todo a su “imagen y semejanza”. Santos era su instrumento para gobernar en cuerpo ajeno. Pero olvidó varias cosas. No recordó la trayectoria y la historia personal y familiar del hoy presidente Santos. Ni a quienes ni que representa. No quiso darse cuenta que Santos se sentía predestinado por la providencia de las elites colombianas para ser Presidente de la República. Ni que Santos solo sentiría hacía él la gratitud de la dirigencia colombiana por haber administrado bien la casa. No supo que ahora los dueños de casa habían decidido gobernarla por mano propia. A lo mejor también es un problema de comprensión de Uribe. A estas alturas se resiste en comprender la naturaleza del régimen político colombiano. Desconoció que la “estabilidad institucional” representa un valor central de nuestro sistema político. Recordemos que nuestra dirigencia se enorgullece de representar “la democracia más estable del continente”. Quizás por ello fracasó en su pretensión de colocarse por encima de la institucionalidad; como en el pasado fracasaron, salvo la corta dictadura de Rojas Pinilla, los intentos de rupturas institucionales. Pero hay olvidos e incomprensiones más graves. En un régimen político presidencialista como el colombiano la figura presidencial ocupa un lugar estelar; en ella se reúnen las funciones de jefe de Estado y jefatura del Gobierno y es el Presidente en ejercicio el depositario de buena parte de la legitimidad del sistema político. Goza por ello de amplios poderes para gobernar todos los asuntos públicos y su investidura constituye el otro valor sobre el que descansa nuestro sistema. A los expresidentes, por su parte, la sociedad colombiana les ha reservado un papel discreto. Actúan como los “sabios de la tribu”; como formadores de opinión y como referentes de consulta para cruciales asuntos de Estado. Muchas veces prestan sus buenos oficios para garantizar la buena salud de sus partidos o para animar causas nacionales. Pocas veces se les admite una participación activa en la arena política y menos aún que interfieran en la gestión del Presidente en ejercicio. Y eso es lo que Santos acaba de recordarle a Uribe. Ya el país soportó suficientes excesos en sus ocho años de gobierno. Ahora le pedimos resignación y altura como Expresidente.
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