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Para nadie es un secreto que el ser es pecador per natura, ya que solo por el hecho de existir así lo supone. Se dice de manera popular que nadie es “tal” para decirle al otro que es un pecador y mucho menos delincuente. Ese tipo de sentencias que superan a las de las altas corporaciones, que trascienden lo jurídico llevándonos de la mano del derecho natural y alejándonos un poco del derecho positivo, indican la necesidad del reconocimiento de lo malo, explican la fragilidad humana y señalan la necesidad de hacerlo. Entrados en la Semana Mayor bueno es tocar un aspecto tan espiritual como filosófico; y además polémico.
Se habla de manera principal de los pecados capitales, que son conocidos por la mayoría de los lectores, teniendo en cuenta que se escribe para una sociedad, que siendo pluralista e independiente en lo religioso, es en mayor proporción cristiana. Así pues, entrando en materia se sabe que son siete los capitales, divididos en sus dos ramos: veniales y mortales. A mi juicio deberían ser ocho o casi once, (con el debido respeto de lo Divino), ocho porque escapa a la órbita del mandato Superior el pecado del “ser”. No “ser” de ser humano, sino “ser” de ser señalado.
Algunas veces somos juzgados con todo el rigor de una sentencia sentimental, humana, que se compone de toda la severidad y categorismo de la injusticia mundana y carnal.
Nosotros, los jueces naturales, como lo llama el derecho, jueces de nuestros congéneres y llamados a dirimir conflictos e impartir juicios de valor sobre nuestros hermanos, deberíamos ser los primeros en voltear nuestros propios ojos hacia el interior, antes de señalar las lagañas del otro. Pues no es así. A punto de adentrarnos en lo filosófico, vale decir que en pretéritas épocas se hablaba y escribía del “ser” y sin ir muy lejos la ontología era la cátedra principal en cualquier estudio por ligero que aquél fuera. Sum, es un verbo copulativo e irregular, motivo por el cual no sigue las normas generales de conjugación. Con todo, o sin “sum” (sum - es - esse – fui), entre nosotros nos damos nuestra propia manera de “ser” y mientras eso pasa, nos vamos dando nuestro manual irrestricto de calificación personal paulatinamente. No se pueden desconocer lo límites, pues si así fuera, desconoceríamos el derecho mismo; ese derecho que muchas veces, por rebasar los limites, conculca el derecho hermano.
El octavo pecado es el del “ser”. Cuando uno “es”, de entrada va siendo señalado: bien por activa; bien por pasiva. Suum cuique tribuere, es uno de mis latinajos más queridos puesto que indica aquello que en teoría cada “ser” merece y sería una muestra de equilibrio. En el octavo pecado esto se desaplica. Descarnadamente (así como ellos lo hacen), tendré que decir que nos faltan mas leyes en las doce tablas, más mandamientos en los diez, y más pecados en los siete.
El tema no sólo es meramente aritmético. Detrás de toda esta fantasía numérica, se esconde la sensibilidad del “ser”; ese ser, que por ser de una u otra forma (buena o no tanto), es juzgado por otro ser de casi iguales características. Pecar por ser de tal o cual forma, a juicio de un tercero, es permitir que las ilicitudes mundanas hagan mella en un propósito-que teniendo que ser bueno- sea concebido inválidamente legítimo.
Uno de mis números de predilección es el siete, pero hoy escribo sobre el ocho. Ese ocho que nos ha dado paridades emocionales y a veces risas, es el que hoy me oficia. El octavo pecado es el “ser”. Da tristeza e inconformidad pensar que no se puede “ser”, porque se va a ser mirado con algunos ojos y caras de no buenos amigos y peor aun, cuando proviene del ser amado, de la prenda, la costilla, o de la media naranja, como le llaman.
Es así como encuentro sustento en el octavo pecado, que viene muy bien por estos tiempos, aunque ha debido ser reconocido hace ya varios milenios. Los pecados del ser nos son numéricos, no son sumables ni restables; mucho menos concebibles de manera cifrable, de hecho, son indescifrables; van mucho más allá de la numeración o categorización taxativa de un listado. Son inherentes a la condición humana y de ahí debe partir el reconocimiento y no así, su juicio, aun cuando una vez hecha la tarea, se logre impartir un firme fallo.
Me queda solamente por escribir sobre los pecados del 9 al 11, que más parece un numeral de llamado de emergencia, con lo cual ratifico que ese 911, es más bien la súplica al no juzgamiento a priori del octavo pecado del ser.
Tengamos fe: Quedan todavía del 9 al 11 y de eso escribiré después. Que viva la aritmética, pero sobre todo que viva EL SER!
Seguimos trabajando.
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Los pecados del ser
Vie, 22/04/2011 - 23:56
Para nadie es un secreto que el ser es pecador per natura, ya que solo por el hecho de existir así lo supone. Se dice de manera popular que nadie es “tal” para decirle al otro que