“La devoción cristiana de cualquier tipo, en mi opinión, es el anatema del pensamiento”. D.L.
(Reseña crítica del libro “ El contable hindú ” de David Leavitt)
Estupendo libro el que nos propone el escritor norteamericano David Leavitt, “El contable hindú”. A lo largo de casi seiscientas páginas nos presenta pasajes históricos de la vida de inicios del siglo XX en Inglaterra y particularmente de la vida académica de los prestigiosos Colleges de Cambridge; enmarcado todo en el contexto de la primera guerra mundial, en donde los ingleses –bien sabido es– jugaron un rol esencial contra el avance teutón. Una historia real salpimentada de hechos de ficción que conforman una agradable novela. El protagonista del libro termina siendo el académico Harold Hardy, profesor catedrático del Trinity College, matemático conocido. El desarrollo de la novela le atribuyó este primer rol, desplazando a Ramanujan el autodidacta matemático indio a quien se debe el nombre de la novela. Fue Ramanujan un hombre bastante particular; nacido en Kumbakonam, un pequeño pueblo de la India, en el seno de una humilde familia, con una madre posesiva, autoritaria y ordenadora de los actos de su hijo. Un muchacho tímido, sumiso, torpe socialmente y con una única ambición: entender y crear formulas de matemáticas puras. Un genio innato, insuficientemente escolarizado y poco culto. Paradoja de su vida: perdió la asignatura de matemáticas elementales en la escuela; comprensible pues su interés estaba focalizado en la resolución, empírica, de grandes formulaciones, con descuido de las nociones simples. Su desconocimiento sobre los avances fraguados en Europa en matemáticas puras era grande, así es que redescubría, a veces, lo ya tratado y descubierto. En Madrás trabajó como modesto contador, hasta que un día decidió enviar cartas a algunos académicos matemáticos en Cambridge dando algunas muestras de su solitario trabajo como matemático. Solo un académico manifestó curiosidad y quedó desconcertado: Harold Hardy, quien hizo lo imposible para contactarlo y traerlo a Inglaterra a fin de conocer sus trabajos. La cuestión no fue sencilla pues, aparte de las complicaciones económicas que suponía tal viaje, las creencias religiosas de Ramanujan le impedían atravesar el océano. La casta alta a la que pertenecía –que no significaba altos, ni siquiera decentes ingresos económicos– se oponía a tal viaje, bajo malos presagios y maldiciones a su familia. Muy ortodoxo en sus prácticas, casado a una chica de 13 años, creyente en dioses hindús, en particular de la diosa Namagiri, de quien afirmaba le dictaba en sueños todos sus descubrimientos matemáticos. Vegetariano; la comida occidental fue uno sus grandes padecimientos, trataba de consumir solo comida india; por necesidad social y nutritiva, pero con un alto grado de culpabilidad, consumió huevos. Una vida sencilla, austera y púdica, con ausencia de diversión y placeres, su entretenimiento e inteligencia estaban orientados a las matemáticas puras. Asaz original el estilo utilizado por el escritor, Harold Hardy se convierte en un narrador en primera persona a través de un supuesto discurso para la universidad norteamericana de Harvard, que nunca pronunció y en el que en calidad de cercano y grande conocedor del matemático indio, se libra a confidencias sobre la vida del matemático y de la suya propia. Alternativamente, la novela presenta capítulos escritos en tercera persona. Una agradable combinación que le da un adecuado y enganchador ritmo a la narración. A lo largo de la novela y sin que sea solo telón de fondo, está la primera guerra mundial. Se viven los desastres que causa esta confrontación: muertes a granel, consternación de las familias, reclutamiento de hombres, penuria económica, desabastecimiento de productos, clima de hostilidad, posiciones encontradas entre belicistas y pacifistas. Bertrand Russell, Harold Hardy, Eric Neville, entre otros, pertenecieron a esta última corriente, lo que les acarreó innumerables problemas, tales como desconsideración de la sociedad, cárcel, embargos de bienes, despidos del College… Para el tiempo de la novela (finales del siglo XIX, inicios del XX), hubo una bonita conjunción de hechos y personajes en Cambridge, y el escritor saca buen provecho de ello: los colleges pasan por un buen momento académico en diversas disciplinas del saber (física, matemáticas, literatura, filosofía,…) y su voz es escuchada con respeto en toda Europa. Grandes mentes confluyeron en esta época para brillo de las ideas y de los colleges. En estos se constituyó una agrupación cuyos miembros se denominaban apóstoles. Era esta una especie de logia secreta conformada por sobresalientes talentos; una élite intelectual que se reunía semanalmente para discutir grandes temas, cuyos debates y conclusiones quedaban consignados por escrito. Algunos de los miembros de esta sociedad fueron: Bertrand Russell, filósofo, miembro de la Cámara de los lores, ganador del premio nobel de literatura; John Maynard Keynes, economista y parlamentario; G. E. Moore, filósofo; Leonard Woolf, escritor y editor, marido de Virginia Woolf; J. M. E. McTaggart, filósofo; Julian Bell, poeta; Ludwig Wittgenstein, filósofo; James Clerk Maxwell, físico; E. M. Forster, escritor; Lytton Strachey, escritor y crítico; Rupert Chawner Brooke, poeta. Otro aspecto que ocupa buena parte del libro es la homosexualidad masculina. Sorprende constatar que en esa época, aún considerablemente imbuida de puritanismo victoriano, hubiese tal libertad de actuar y de vivir al margen de la regla estándar de normalidad. No quiere esto decir que tal osadía haya sido bien vista por la sociedad; este acto de libertad pudo tener explicaciones en la homosocialización de los jóvenes del medio académico de Cambridge quienes compartían habitaciones, estudios, gustos, actividades y se constituían en parejas de facto ante los pacatos ojos de la sociedad circundante; se toleraban estos hechos por provenir de una élite intelectual. Entre los apóstoles conocidos por estas prácticas pueden citarse a: Bertrand Russell, Lytton Strachey, John Maynard Keynes, G. E. Moore, Alfred North Whitehead, y por supuesto, al mismo Harold Hardy quien hacía ingentes esfuerzos para que su marcada tendencia homosexual no fuese de dominio público, y esto a pesar del buen número de amantes que tuvo y de una relación relativamente estable con Russell Kerr Gaye, quien se suicidó y aparece a lo largo de la novela como un fantasma para reprochar a Hardy su falta de amor y compromiso. Poco después de su llegada a Inglaterra, Ramanujan comenzó a padecer molestias de salud, que en vano intentó disimular; los numerosos especialistas consultados le diagnosticaron todo tipo de padecimientos: cáncer, úlcera, enfermedades exóticas indias, tuberculosis,… La sintomatología atípica presentada, así como fue su vida y su saber, impidió determinar con certeza la enfermedad que padeció, esa que lo llevó a la tumba a la edad temprana de treinta y tres años. Gran parte de la investigación científica de Hardy y Ramanujan, durante los cinco años que este permaneció en Inglaterra, se centró en el estudio de la “hipótesis de Riemann”, formulada en 1859; formula que en general la comunidad matemática cree correcta, no obstante permanece sin demostración formal; un millón de dólares embolsará quien logré demostrarla. La hipótesis –expresada en términos sencillos– enuncia una formula que cuenta la cantidad de números de primos que existe en un intervalo de números naturales. Mi colofón es una recomendación de lectura de esta magnífica novela que traza la vida de Inglaterra de principios del siglo pasado, al tiempo que rehace una biografía del sorprendente, original y exótico matemático indio a quien el racismo de la época impidió una temporada el ser nombrado profesor de cátedra del prestigioso Trinity College de Cambridge. Por último, merece un aplauso el gran esfuerzo de documentación realizado por el escritor Leavitt, hecho que el lector notará fácilmente en la creación de los personajes y en la ubicación del tiempo histórico, colonialista, racial, religioso y social.