El intelectual mexicano Roger Bartra considera que estamos presenciando un regreso de la melancolía como el que se vivió en el Renacimiento. Esa especie de locura, provocada por una pérdida afectiva, es parte esencial de la cultura occidental. Melancolía quiere decir ‘humor negro’: “Los humores eran sustancias que se quemaban dentro del cuerpo y al hacerlo se formaba una sustancia negra causante de una enfermedad terrible” pero que a su vez hacía parte de “un proceso de gestación de la individualidad, de la afirmación del yo, de modo que a veces se consideró subversivo”.
Lo que llama la atención del renacer de la melancolía es que, a pesar del riesgo de caer en la locura, nos ayuda a construir una individualidad subversiva en un momento en que nos quieren llevar a los abismos del comunismo o socialismo del siglo XXI -la misma cosa con distinto nombre-, en donde no tiene cabida; esa es la razón para que los colombianos estemos cada vez más cerca de la raza irritable de los poetas, la más propensa a la melancolía.
La melancolía es un fenómeno cultural caracterizado por la reflexión y cierta lucidez que va de la mano de la emoción. Bartra dice que “combina momentos de terrible tensión, de malestar, pero que al mismo tiempo despiertan esa lucidez, esa avidez por penetrar los pliegues profundos de la cultura, de la sociedad, de la persona”. Comprender la melancolía, desde la perspectiva que nos propone el escritor mexicano, no deja de ser un aliciente en momentos de perplejidad como los que estamos viviendo.
En mi caso, hay un motivo particular que me ha llevado a reflexionar de nuevo sobre ella: mi reciente visita al Doctor Mario Humberto Gómez Mantilla quien ha tratado la leucemia que se me diagnosticó hace cuatro años, de la que ahora, con el último examen genético que se realizó a mi sangre, no se encontró ningún rastro: el Cromosoma Filadelfia ha desaparecido. En 2001 la esperanza de vida para un enfermo de Leucemia Mieloide Crónica era justamente esos cuatro años.
Para esa época, luego de mucha turbulencia mi vida pasaba por un momento de reposo que se vio súbitamente convulsionado con el diagnostico de la enfermedad. Mi imaginación se desbordó y me llevó por caminos oscuros de la melancolía que presagiaban la muerte, en los que busqué los relatos de quienes habían padecido largas agonías antes del desenlace fatal y el recuerdo de películas llenas de romanticismo que inevitablemente llamaban a las lagrimas, hasta que supe de un tratamiento muy eficaz que inicié con los temores propios a la mención de palabras como cáncer, oncología o quimioterapia.
Tres ángeles, Cristina, Ana María y Augusto, me guiaron desde la oscuridad en la que había caído y con sus amorosos consejos pude salir de ella. Así como el destino quiso que se me diagnosticara muy a tiempo, también me llevó donde el hematólogo colombiano que más conoce sobre el tema, quien me formuló Glivec, un medicamento extraordinario que a pesar de su largo listado de casi doscientos posibles efectos secundarios, no me ha causado mayor molestia.
El diario El País de España dedicó hace unos meses un artículo sobre los elevados precios de los medicamentos para el cáncer y hace mención especial a “la evolución en el tratamiento de un tipo de leucemia que hasta hace 12 años era mortal, la mieloide crónica. La aparición del Imatinib (Glivec por su nombre comercial, desarrollado por Novartis) revolucionó el tratamiento como pocas veces sucede en el complejo mundo de la lucha contra el cáncer. De una esperanza de vida de cuatro años se pasó a controlar (cronificar) la enfermedad en más del 90% de los casos”.
El artículo se centra más en las inmensas utilidades que le han generado a Novartis este descubrimiento que en su significado científico y en el aporte a la humanidad que revoluciona uno de los campos fundamentales de la existencia humana, la salud.
Eso es parte del esquema en que nos quieren enredar. La iniciativa privada se sataniza y se le ve como sólo mercantilismo. Si Novartis o cualquier otro laboratorio gana miles de millones de dólares por descubrimientos como este ¿nos tenemos que rasgar las vestiduras como lo hacemos al enterarnos de las inmensas utilidades de las multinacionales del crimen vinculadas a la banca y a gobiernos corruptos que terminan ligados a grupos terroristas?
El costo de Glivec es muy alto y en mi caso lo cubre la EPS, si no fuera así otro estaría contando este cuento. El saber que hay posibilidades de interrumpir el tratamiento, asunto que está en estudio, me dio alguna tranquilidad. En el barranco por el que caemos hacía el lodazal en que está convertido Venezuela, no sería extraño que este medicamento, como muchos otros contra el cáncer, no llegasen al país.
He comprobado gracias a una enfermedad de la que no percibí ningún síntoma y que, al contrario, he ‘padecido’ en perfecta salud pero que me llevó a estados de una profunda melancolía que se terminó convirtiendo en lo que Bartra designa como “un instrumento magnífico para la reflexión, porque aúna problemáticas racionales, científicas, con texturas sentimentales y emocionales; una combinación de razones y emociones”, que es posible hacer de la melancolía que nos embarga el instrumento que nos ayude a salir del abismo.
Melancolía
Mié, 20/08/2014 - 08:35
El intelectual mexicano Roger Bartra considera que estamos presenciando un regreso de la melancolía como el que se vivió en el Renacimiento. Esa es