La política es una ciencia rara y misteriosa. Está llena de agujeros negros que parecen inexplicables. Es evidente que los principios de racionalidad no operan en la realidad política y mucho menos en la dimensión electoral. Aquí algunos ejemplos.
Después de haber conducido a Gran Bretaña de la segura derrota a la victoria en la Segunda Guerra mundial, los británicos derrotaron en las urnas al inmortal Winston Churchill para elegir a un gris y oscuro personaje laborista que la historia olvidó de nombre Clement Atlee. Meses después los franceses prefirieron volver al clientelismo político y tumbaron el gobierno de otro héroe global como Charles De Gaulle. En la historia abundan los ejemplos de irracionalidad de los pueblos democráticos. Y más cerca de nosotros, por ejemplo, López Michelsen derrotó a Lleras Restrepo, Turbay derrotó a Lleras Restrepo, López Michelsen derrotó a Barco y Barco derrotó a Galán y a Gómez Hurtado, Gaviria derrotó a Gómez Hurtado. Si el pueblo escogiera a los mejores, otra habría sido la historia de Colombia.
La campaña electoral de Bogotá es otro ejemplo de irracionalidad política. La ciudad está en una dramática crisis generada por ocho años de gobierno de la izquierda. Demagogia más incapacidad administrativa afectan a todos los ciudadanos pero con especial énfasis a los más pobres que están golpeados por la inseguridad, la inmovilidad y la manipulación clientelista de los programas sociales. Es evidente que se requiere alguien que tenga experiencia para que pueda, desde el primer día, iniciar la recuperación de la ciudad. También está claro que el alcalde tiene un enorme reto en materia de gestión pública para volver a poner la urbe en marcha. Finalmente es necesario un alcalde que tenga visión integral de los problemas. Por todo lo anterior, los bogotanos quieren elegir a una persona que no tiene experiencia, no ha administrado nunca nada y no conoce la ciudad. Quieren elegir a un candidato que apoyó electoral y políticamente a las dos administraciones que dejaron postrada a la ciudad y que muy seguramente gobernará con buena parte del equipo que produjo la actual catástrofe. Los bogotanos prefieren a alguien que les ofrece -de manera populista- ríos de miel donde no hay abejas ni flores.
Hay un candidato que tiene la experiencia, la capacidad y el conocimiento para cambiarle el rumbo a la ciudad. Pero no es popular porque quiere que la ley se cumpla, los buses salvajes no sean dueños de las calles, los andenes sean de los peatones y no de los vendedores ambulantes, los automóviles no estacionen en los andenes y propone que la ciudad deje de crecer geográficamente para aprovechar de manera racional el espacio disponible. Un candidato que dice esas cosas sensatas y evidentes no logra convencer a los bogotanos que prefieren, en medio del naufragio, confiar en el que nunca ha navegado ni conoce de asuntos del mar.
Alguien afirmó con claridad mental que la política era tan irracional como el enamoramiento. Los griegos decían que si hubiera un pueblo de dioses se gobernaría democráticamente. Definitivamente no somos dioses.