Esta columna iba a ser la respuesta al comentario de un lector (AC) quien preguntaba hace dos semanas ¿qué es una neoplasia? También se quejaba de la propensión de los médicos a usar palabras técnicas y oscuras como “neoplasia”. Interrogué a varios amigos jóvenes de mis hijos sobre el significado de este término y para mi sorpresa ninguno lo sabía. Estoy seguro que si hubiera preguntado por la palabra cáncer todos tendrían una definición correcta o incorrecta a la mano. Resumí siglos de pensamiento patológico explicándoles que muchos tumores en el cuerpo (no todos) eran neoplasias, etimológicamente crecimientos celulares nuevos, y las neoplasias podían ser benignas o malignas. Estas últimas son frecuentemente llamadas cánceres y pueden infiltrar otros tejidos o crecer más allá de sus tejidos de origen, lo que llamamos metástasis.
Como se ve es necesario usar en la explicación palabras técnicas y oscuras pero es la única forma de aclarar un proceso tan complejo como el de las neoplasias malignas, los cánceres. Y créanme, es cada día más necesario que las personas sin educación médica formal, y algunos médicos, mediten el significado de las palabras neoplasia, cáncer y malignidad.
Mientras escribía lo anterior saltó a titulares el caso de la presidenta de Argentina, Cristina Fernández. Conociendo como patólogo muchos casos similares puedo imaginar lo que ocurrió. Esta guapa y algo vanidosa viuda palpó o vio (para esto es útil la vanidad y el examen cuidadoso al espejo) un “tumor” en su cuello. Un médico personal debe haberla examinado localizando el nódulo en el tiroides, glándula endocrina situada a flor de piel en el cuello anterior. Siguiendo el protocolo aceptado hoy para esta situación clínica se le propuso citología por aspiración con aguja.
En este procedimiento se desprenden aspirando con aguja fina células del sitio o lesión que queremos estudiar microscópicamente. La citología por aspiración es frecuentemente usada en tiroides, mama, ganglios linfáticos y otros órganos. El examen e interpretación de este material es realizado por el patólogo. Quiero subrayar para algunos de mis amigos y colegas que los patólogos no sólo hacemos autopsias sino participamos en muchas decisiones clínicas: somos médicos clínicos y quisiera ponerlo en mayúsculas pero dejémoslo así pues el tema merece otra columna.
En el caso de la presidenta Fernández el primer diagnóstico fue carcinoma papilar de tiroides. En otras palabras un cáncer de tiroides que frecuentemente, no siempre, forma papilas o pequeñas digitaciones. Al examen microscópico usualmente lo diagnosticamos, entre otras características, al ver núcleos vacíos que los patólogos llamamos “ojos de Anita la huerfanita” haciendo alusión a ese personaje de tiras cómicas y Broadway. Como pueden ustedes imaginar la cosa no es tan fácil y se requiere cierta experiencia.
En ese momento saltó a la prensa la noticia que Cristina tenía cáncer. Esta última palabra suscitó reacciones algo histéricas en sus seguidores políticos que decidieron acampar en torno al hospital donde iba a ser operada. El presidente Chávez en un comentario bizarro sugirió que el gobierno de los EE. UU. pudiera haber descubierto un método para causar cáncer en los políticos latinoamericanos de izquierda. No deja de sorprender la reacción personal y social casi siempre exagerada y frecuentemente poco informada a la palabra cáncer. Por eso debemos discutir el tema en los medios de comunicación.
Imagino que los médicos personales de Cristina le habrán informado que casi nadie (menos del 2%) muere de carcinoma papilar de tiroides. En mi experiencia personal no recuerdo un caso mortal de esta patología y yo le diría antes que nada: Che, Cristina, de esto no te vas a morir. Es necesario, sí, operar y extraer la neoplasia (¿ya entienden esta palabreja, no?).
Así se hizo y el diagnóstico final fue distinto. Se trataba de adenomas o neoplasias foliculares según reporte de la agencia EFE del 8 de enero de este año. No quiero pasar a discutir la diferencia entre lo uno y lo otro porque entraríamos en un bosque de términos técnicos y oscuros. Debo suponer que a la presidenta Fernández se le explicó todo antes de salir en helicóptero por encima de la multitud que rodeaba el hospital. Yo le hubiera repetido para no usar la temida palabra cáncer: Che, Cristina, ni de esto ni de aquello vas a morir.
Bueno AC, lector de esta columna, y amigos de mis hijos: ahora pueden comprender lo difícil de definir términos médicos sin usar otros términos técnicos. Esto es parte del problema que C. P. Snow (“googléenlo” ¡c…!) llamó de las Dos Culturas hace más de cincuenta años: la cultura científica y la cultura humanística no dialogan. Además la cultura humanística parece ir desapareciendo aceleradamente en este siglo XXI complicando más todavía la conversación entre seres humanos comunes y corrientes, médicos y pacientes, pues la ciencia aislada del lenguaje culto usual es difícil de comprender.