Ni de política, ni de religión, ni de sexo

Mié, 16/10/2013 - 07:22
Nos han aconsejado toda la vida que para no tener problemas con los amigos o con quien apenas conocemos, no hay que hablar de política, ni de religión, ni de sexo.

Con mi hija mayor tengo una muy
Nos han aconsejado toda la vida que para no tener problemas con los amigos o con quien apenas conocemos, no hay que hablar de política, ni de religión, ni de sexo. Con mi hija mayor tengo una muy buena comunicación que nos ha ayudado en muchos aspectos de la vida, especialmente en el que concierne a nuestras inquietudes artísticas, pero tenemos vetado hablar de política. Y no es porque no tengamos puntos en común sino porque estamos en orillas opuestas. Esto me ha ocurrido también con familiares y amigos. Con un amigo, a quien considero un interlocutor como pocos, desde que tuvimos un roce por diferencias en temas políticos nuestras conversaciones han casi desaparecido. Cuando asisto a algún lugar en dónde los asistentes tienen ideas contrarias a las mías, se me mira con recelo y a veces con desprecio me califican de derechista y a veces de ultraderechista. No me gusta la polarización y menos en una sociedad que requiere la unión para salir de problemas tan graves como la pobreza y la inseguridad. Podrían construirse acuerdos si abriésemos nuestras mentes más allá de las ideologías y así buscar soluciones en conjunto a los problemas que se ciernen en nuestro país. Uno de mis autores preferidos en mi adolescencia y juventud fue Albert Camus. Su espíritu combativo y su compromiso político, unidos a unas cualidades literarias notables, hacían de él un héroe para los de mi generación. Acabo de recibir de regalo Á Combat, un libro publicado este año con motivo del centenario del nacimiento de este extraordinario escritor que recoge algunos de los editoriales que escribió entre 1944 y 1947. En estos días he recorrido sus páginas con el mismo entusiasmo del pasado y encuentro en ellas reflexiones muy apropiadas para el momento presente. El 6 de octubre de 1944 escribió: “No tendremos nunca suficiente memoria y jamás suficiente imaginación para estar a la altura de nuestro destino actual. Lo repetimos por que es necesario repetirlo. La libertad no es la paz. Es solamente el derecho obtenido de merecer la paz ganando la guerra. Nos han obligado a hacer esta guerra. El mundo entero sabe que Francia no la quería y que los mejores de sus hijos soñaban destinos pacíficos cuando fueron de un golpe abatidos. Pero, ahora, nosotros estamos en ella y sabemos quién es nuestro enemigo. En 1933, muchos franceses median solamente lo que perderíamos en la guerra. Hoy, nosotros conocemos lo que tenemos por ganar”. Nadie se atrevería a acusar a Camus de guerrerista o de enemigo de la paz. Tampoco de derechista y menos de ultraderechista. Pero si sabemos que Camus conocía de cerca el precio de la claudicación ya que presenció la ocupación Nazi y el armisticio propuesto por el gobierno presidido por Pétain quien fue acusado de traición el julio de 1945 y condenado a muerte. Charles de Gaulle le conmutó la sentencia por cadena perpetua. Como los franceses los colombianos tampoco queríamos la guerra, se nos impuso y ahora presenciamos paralizados como el gobierno claudica, igual que lo hizo el de la Francia de Vichy. El 11 de octubre Álvaro Uribe en entrevista con Fernando Londoño, luego de un rápido balance de la escalada terrorista, denunció que “el gobierno, con claras intenciones electorales, estaría dispuesto a suspender los diálogos hasta después de elecciones o a esconderlos porque tienen unos acuerdos secretos. El gobierno decía hace dos semanas que si las FARC revelaban esos acuerdos iban a meter a los negociadores a la cárcel y ahora están nuevamente de compinches y una de las opciones que consideran es esconderlos y disimularlos hasta después de elecciones. Sin embargo asesinaron ayer cuatro soldados en Arauca además de todas las acciones terroristas y eso no le importa al gobierno, cuando el gobierno debería decirle al grupo terrorista de las FARC que no hay avance, que no hay dialogo, que no hay negociación mientras este grupo no cese todas las actividades criminales. En síntesis, el gobierno no se atreve a suspender los diálogos cuando asesinan a los soldados pero si se ofrece a suspenderlos por la marrullería política de mantenerlos en secreto, escondiditos para que los colombianos no se den cuenta de esos acuerdos ahora en el periodo electoral y así poder llevar a los colombianos a un engaño electoral”. A Álvaro Uribe si se le tacha de guerrerista y de enemigo de la paz cuando nos pone sobre aviso acerca de la traición que se perfila en el horizonte. Y de derechista y ultraderechista cuando propone alternativas para rescatar al país de la difícil situación por la que atraviesa. Y vale la pena tener presentes las palabras de Georges Clemenceau: “En la guerra como en la paz, la última palabra es para aquellos que no se rinden jamás”.
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