Los que fueron a la universidad a estudiar periodismo y creen que lo que no aparece en internet no existe, los de la Generación Google, versus los que buscan las noticias en la calle usando todos los trucos posibles para encontrar la verdad, imaginando, escribiendo con cuidado, confrontando la realidad a la manera de Rodolfo Walsh, desaparecido desde 1977 por la dictadura.
Uno de éstos es Jaime Brena, que no dejará la sala de redacción con su olor a tinta y sus ruidos. Distinto al pibe de policiales que pondrá un portal de noticias y que, como muchos otros jóvenes, “escribe con los pies”. Pero se necesitan. Son empleados de “El Tribuno” dirigido por Lorenzo Rinaldi. Retornará con sus crónicas Nurit Iscar, “la dama negra de la literatura argentina” que conoce las fórmulas de los best-seller. Rinaldi, su amante por dos años le cerró las puertas con reseñas terribles sobre su última obra, una novela de amor. Nurit sobrevive siendo una ghost writer, escribe para otros. También es Betibú, por sus rizos grandes y negros que recuerdan a los de Betty Boop, la primera caricatura que representa una mujer sexual. Betty a la manera de las flappers de los años veinte que desafiaban lo que se consideraba correcto en una mujer y fue un símbolo del movimiento contracultural de los 60. Nurit cree en la fuerza que trasmite ese ícono.
El asesinato de Gloria Echagüe, la mujer de Pedro Chazarreta, permitirá que Nurit vuelva a ser ella misma y a la escritura de ficción. De sus informes sobre esa muerte saldrá su nuevo relato, la historia que leemos, Betibú de Claudia Piñero publicada por Alfaguara, con digresiones innecesarias. Escribir lo que debería le da miedo; tampoco está segura de que ese periodismo sea el arma adecuada. En fin, Nurit no es periodista sino escritora; por eso puede contar sin citar fuentes, dar por hecho algo que solo está en su imaginación. Es solo cuestión de llamar a lo que escribe “novela” en lugar de “crónica.
Pedro Chazarreta es degollado como su esposa; Luis Collazo, ahorcado; Gonzalo Gandolfini, que guiaba a toda velocidad, se accidenta en un auto; José Miguel Bengoechea se mata esquiando; Marcos Miranda es asesinado por un francotirador en Estados Unidos; Roberto Gandolfini recibe quince balazos. “Cada uno murió como debía morir”. Emilio Casabets, a quien todos violaron, está muerto en vida después del rito de iniciación en el que participaron esos seis alumnos del colegio San Jerónimo Mártir. Aparecen en una foto robada que desencadena la indagación del pibe, Brena y Betibú. Falta el séptimo, el fotógrafo o un testigo.
“¿Quién es el asesino? ¿El que desea la muerte de otro, el que la contrata, el que la ejecuta con un degüello, o un tiro, o el método que usted prefiera, el que organiza esa ejecución, el que la planea, el que la encubre, el que cobra por el trabajo?”, se pregunta Betibú. El asesino es el que queda vivo. Alguien con una carpeta amarilla podría serlo.
Brena inventó el apodo de Betibú, estuvo enamorado no sólo de esos crespos, sino de la cabeza que inventaba historias, que elegía palabras, que creaba personajes, se reencuentra con Nurit cuando está pensando en el retiro voluntario y se imagina paseando un perro. Sería el comienzo de una película.
No todo está en Google
Dom, 27/11/2011 - 01:15
Los que fueron a la universidad a estudiar periodismo y creen que lo que no aparece en internet no existe, los de la Generación Google, versus los que buscan las noticias en la calle usando todos los