¡Por ahí no es la cosa!

Mié, 29/10/2014 - 16:29
Con preocupación leo artículos de opinión en apariencia críticos con lo que se está tramando en La Habana pero que están lejos de serlo. Anoche, después de leer un párrafo de uno de esos artí
Con preocupación leo artículos de opinión en apariencia críticos con lo que se está tramando en La Habana pero que están lejos de serlo. Anoche, después de leer un párrafo de uno de esos artículos firmado por Abelardo de la Espriella, me decidí a dedicar mi nota de esta semana a ese tema y temprano en la mañana encontré una foto que un amigo había agregado a mi muro de Facebook con la siguiente frase del político y escritor mexicano José Vasconcelos: “A menudo la excesiva tolerancia debilita y corrompe la bondad; en los momentos de la pelea se debe ser severo”. ¿Qué tan severo se debe ser con la palabra cuando se ejerce la resistencia y la oposición? ¿Qué tan cautelosos deben ser quienes critican al gobierno cuando lo que se juegan en cada artículo es su permanencia en el medio? ¿Es preferible contar con artículos críticos en los medios más poderosos aunque tengan que ser medidos en sus comentarios o no tenerlos porque serán censurados? ¿Debemos se moderados cuando presenciamos una mayor radicalización de las posturas del gobierno? La excesiva tolerancia debilita, dice Vasconcelos y a partir de esta premisa podremos hallar respuestas a estos interrogantes. Luego de haber sido calificados de neonazis, neofascistas, ultraderechistas, extremistas, mano negra, buitres de la guerra, tiburones, vacas muertas, ignorantes y enemigos de la paz pretenden que seamos cautos, tolerantes y cuidadosos con el lenguaje. Torean y luego nos reclaman moderación. Con mi temperamento explosivo conozco muy bien el costo de cada exaltación, el sentimiento de debilidad y desconcierto en el que caemos cuando nos alteramos ante cualquier injusticia y  se nos pone en ridículo por habernos dejado llevar por la rabia y la indignación. Me habría gustado ver a un Álvaro Uribe más enérgico con quienes lo puyaban en cada entrevista durante la campaña al Congreso y a un Óscar Iván Zuluaga dando la pelea sin ser tan tolerante con quienes lo atacaron rastreramente. Me habría gustado ver a un Pacho Santos enérgico denunciando el fraude que sabía muy bien que nos tenían preparado y me habría gustado ver a muchos otros combativos personajes que se mostraron cautelosos durante la campaña y lo han seguido siendo luego de los escrutinios. Gran desconcierto causó entre el uribismo la tolerancia, de esa que debilita y corrompe la bondad, con la que sus dirigentes admitieron la derrota en las elecciones cuando había suficientes indicios para no aceptar esos escrutinios que nos condenaban a lo que estamos viviendo ahora cuando las aguas turbias se han precipitado rompiendo los pocos diques que quedan. Era tan evidente que, con un proceso de paz ya empeñado, no se le permitiría al Centro Democrático más curules que las que se dignaron dejarles y menos que llegara a la presidencia Óscar Iván Zuluaga quien prometió desmontar el tinglado. Los del Centro Democrático creyeron que el gobierno y sus secuaces respetarían la voluntad del pueblo. No logro explicarme tamaña ingenuidad y menos que la sigan manteniendo algunos. Con los golpes bajos recibidos en las elecciones nos dejaron achicopalados pero de ese sabremos levantarnos. Con los propinados día a día es más difícil recuperarse. Es un debilitamiento constante del que no nos percatamos hasta que se hace muy tarde. Hay golpes que podemos amortiguar con nuestras defensas, pero hay otros que llegan en pequeñas dosis carcomiendo nuestras estructuras hasta que caemos definitivamente. A quienes tienen influencia ante la opinión pública les corresponde estar a la altura de la responsabilidad que contraen implícitamente cada vez que hacen sus comentarios. Con posiciones ambivalentes generan un daño mayor que el de quienes atacan de frente a la oposición. El párrafo al que hago referencia al comienzo de esta nota dice: “¡No, señores, por ahí no es la cosa! Haciéndole daño a Uribe, le hacen daño a la salida negociada al conflicto. A Uribe hay que convencerlo con argumentos, y es absolutamente necesario escuchar los suyos, además de incorporarlos a la negociación. La paz debe, imperativamente, ser el producto de la concertación de todas las fuerzas vivas de la Patria, incluyendo a la oposición.” Con la apariencia de ser un artículo crítico, tanto así que ha sido bien recibido por la oposición, lo que se nos ofrece es uno complaciente con lo que está ocurriendo en La Habana. Señor De la Espriella ¡Por ahí no es la cosa! ¿Cómo así que hay que convencer a Uribe con argumentos? ¿Debemos entender con esto que el problema no es la claudicación ante el terrorismo internacional sino que no han sabido explicar sus argumentos a Álvaro Uribe? -me permito aclararle que si hay millones de colombianos que se sienten representados somos los que seguimos a Uribe y sabemos muy bien que es una persona de una sola pieza, no un camaleón político que con argumenticos de cualquier especie va cambiando de posición y traicionando a sus seguidores, no señor- ¿Nos podría explicar de cual paz habla en la que tienen que incluir a la oposición? ¿Tal vez de esa en la que no estamos de acuerdo en nada, la que se está tramando en Cuba? Por favor no nos incluya, preferimos la resistencia. En contraste con lo que nos propone De la Espriella me encuentro con un artículo de Eduardo Mackenzie, este si lejos de cualquier ambivalencia, en el que dice: “Es la hora de pasar a la ofensiva. El uribismo podría convocar y movilizar al pueblo en las calles y plazas públicas contra un “proceso de paz” que más parece un proceso de suicidio general. No basta la batalla de ideas, ni la leal oposición parlamentaria. Hay que apelar al pueblo, como hicieron los ucranianos, los egipcios, los tunecinos, para frustrar los planes entreguistas."
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