Resulta asombroso que en esta Colombia antropófaga, de largos colmillos siempre afilados para tragarse cualquier reputación, alguien consiga ser monedita de oro, y ese alguien no sea un demagogo profesional ni un filántropo solapado ni un relacionista público de los que van por la vida repartiendo venias y sonrisas.
Eso ha pasado con Hernán Peláez. En las últimas semanas ha recibido una larga manifestación de aprecio, que es la consecuencia, pienso yo, creo yo, estoy seguro yo, no de la conmiseración surgida por esa zancadilla que ha querido ponerle el cáncer y que él está gambetiando todo airoso, sino la respuesta multitudinaria a una vida profesional y personal que ha merecido siempre el reconocimiento porque ha sabido hacerlo bien de principio a fin.
Para empezar, doctor. Lo que muy a su comienzo fue apenas un toque de distinción para su estreno radial, al momentico se volvió un merecimiento. Peláez dejó de ser doctor por haberse graduado de ingeniero químico y se volvió doctor por la majestad que la palabra tenía para los oyentes, por el respeto y por el equilibrio que se le reconocía. Y doctor siguió siendo, sigue siendo; el único doctor en una industria como la radiodifusión donde han hecho su aparición, todos paracaidistas y todos igualados, otros doctores que por chuparruedas y por acalorados son nada más que caricaturas de Peláez.
Ese –el lenguaje apacible y digerible—ha distinguido al Peláez deportivo en los cuarenta y largos años que lleva de crack. De allí no se ha movido. No lo han movido ni los vientos de los tecnicismos de moda que emplean los otros comentaristas, ni ha hecho concesiones al verbo crispado que usan sus colegas, aquellos que regañan desde el buenas tardes, con el que buscan audiencias feroces y con el que han conseguido exactamente eso: unos oyentes energúmenos y un fútbol desapacible y mediocre.
Peláez habla en tono menor, casi sin mayúsculas, y ese tono transmite veracidad. Se hace comprender e irradia esplendor porque tiene en la cabeza una escenografía teatral fastuosa. Siempre me pareció admirable que con los comentarios de Hernán, por su respeto hacia público y protagonistas,por su capacidad panorámica para ver no sólo la cancha sino el estadio todo, cualquier pinche de partido, un Santa Fe-Huila un miércoles de lluvia por la noche, se transformara en un Madrid-Barcelona de domingo por la tarde.
Como me ha parecido admirable que, quizás sin darse cuenta, con una naturalidad ancestral, Peláez sea de los pocos periodistas poderosos en Colombia que, de verdad, ejerce el contrapoder. Es lo que hace en La Luciérnaga. Y por eso La Luciérnaga, además de por su afortunado formato nutrido por casi todos los géneros radiales posibles, ha conquistado una audiencia impensable en unas horas en las que la vida cotidiana no ayuda para nada a que se oiga radio.
Para ello, para colonizar una franja antirradial, en la que Peláez ha sido soberano con La Luciérnaga y ha vencido de manera fulminante a todos sus rivales a pesar de numerosos intentos de competencias rimbombantes y costosas, para ello, Peláez ha mostrado la fibra de un conductor radial que tiene oído para la polifonía. Maestro. Peláez oye una orquesta cuando dirige y por eso sus programas avanzan a una velocidad de vértigo. Va mezclando voces y sonidos porque va adelante de lo que el oyente está oyendo.
Y Peláez, dije, encarna el contrapoder porque desdeña el poder. Como no está en el periodismo para recibir el saludo de ministros ni la visita de los gobernadores ni los regalos de los senadores, Peláez les trata con displicencia. Sin altanerías y sin resentimientos porque su lenguaje, digo, es calmo, y su naturaleza triunfadora lo aleja de la hiel. Por eso conduce con holgura un programa que caricaturiza al pedestal nacional, muchas veces de manera implacable y otras veces, lamentablemente, de modo inapelable. No tiene ataduras con quienes mandan, porque no quiere ser amigo de ellos, porque no ha sido un político ni está a la caza de nada.
Tal vez por eso, porque no hiere ni elogia con dobles intenciones, porque no está detrás de defender ninguna causa personal, porque hace ratísimo llegó a puerto, es que los reconocimientos que Hernán Peláez ha recibido son tan colectivos. No se le han ahorrado elogios ni buenaventura. No me ahorro elogios ni buenaventura ni abrazo.
Twitter: @RinconHector