¿Qué nos queda de la visita?

Vie, 15/09/2017 - 05:12
Pasada la trascendental visita del papa Francisco, es necesario hacer un balance de lo que esta significó para el país y para la Iglesia. Se ha informado que, para el Estado colombiano —incluyendo
Pasada la trascendental visita del papa Francisco, es necesario hacer un balance de lo que esta significó para el país y para la Iglesia. Se ha informado que, para el Estado colombiano —incluyendo algunos municipios visitados—, la visita tuvo un costo de 28.000 millones de pesos, lo cual representaría la construcción de unas cuantas escuelas, o tantos kilómetros de caminos, etc. En realidad, costó mucho más: si sumamos las contribuciones de voluntarios, el aporte de las parroquias, el gasto de las comunidades y, principalmente, los gastos en los que las personas incurrieron para hacer sus desplazamientos y el tiempo libre utilizado para seguir los acontecimientos por la televisión o acudir a los eventos masivos, la suma podría sobrepasar los 100.000 millones de pesos. Visto el posible costo, examinemos las posibles ganancias. No es fácil calcular los beneficios de un acontecimiento tan importante, puesto que muchos de sus efectos son intangibles, de largo plazo y deben incluirse diferentes beneficiarios. Es claro que el país no se transformó con las homilías del papa, ni se afianzó el proceso de paz, no cesaron los enfrentamientos entre grupos políticos, ni definimos una nueva visión sobre la pobreza, ni se adoptó una posición de la sociedad frente a la naturaleza. Los que esperaban resultados concretos de corto plazo deben estar desilusionados. Veamos en detalle no el significado de la visita, sino sus consecuencias. Para comenzar, el país salió bien librado: la organización de los eventos fue inmejorable, todo bajo un plan preciso en el cual el Vaticano, el Gobierno nacional —bajo la coordinación del vicepresidente Naranjo—, los Gobiernos seccionales, las ciudades visitadas, la Conferencia Episcopal —con la coordinación de monseñor Fabio Suescún—, las comunidades, la policía y la fuerza pública actuaron con enorme profesionalismo y precisión. Fuera del tropezón menor en el papamóvil del último día, no se presentaron incidentes en una movilización de más de siete millones de personas a lo largo de cuatro días intensos. Las multitudes acudieron con disciplina y orden, a pesar de las emociones que causaba la presencia del líder espiritual; se demostró que se pude ser disciplinado cuando los actos se programan y se gestionan. Colombia mostró al mundo un espectáculo de espiritualidad, de reflexión y, a la vez, de alegría y fiesta. El Gobierno actuó como debía, dentro del protocolo que obliga la visita de un jefe de Estado y líder universal; el presidente, su esposa y los altos funcionarios participaron en lo que les correspondía, sin tratar de absorber la amplia agenda. El Vaticano desarrolló la programación, incluyendo encuentros y actos principalmente religiosos. En otros países, una visita como esta suele ser aprovechada por los sectores políticos, lo que aquí no ocurrió, debido a que el pontífice no se prestó para ese tipo de maniobras. La comunidad católica tuvo ganancias porque se despertó, se movilizó, se hizo visible y escuchó a su máximo pastor. El papa dedicó a los obispos uno de sus encuentros más formales, en el que aprovechó para recordarles que son pastores y no agentes políticos; a sacerdotes y monjas envío mensajes estimulantes para el ejercicio de una misión de servicio; posiblemente se alentaron las vocaciones sacerdotales y religiosas; y lo más llamativo durante los cuatro días fue la preferencia por los jóvenes, por los pobres y por las víctimas, todo ello dentro de la visión de una nueva Iglesia. Sin embargo, la presencia papal no se organizó para impulsar la causa católica, sino que fue más allá: sus homilías estaban destinadas a los grupos cristianos y a las demás creencias religiosas, dentro de un espíritu ecuménico y, ¿por qué no?, a quienes no creen en la existencia de Dios o no forman parte de comunidades religiosas. Los medios de comunicación escrita, de radio y de televisión tuvieron una dura prueba de profesionalismo, y el resultado no pudo ser mejor. La transmisión de los actos en cada momento y lugar planeada al detalle, las imágenes obtenidas, los comentarios atinados y la manera como captaron el interés de lectores, oyentes y televidentes no tiene antecedente. Además, su contribución al éxito de la visita papal es incuestionable. Los principales grupos objetivo de la visita fueron los pobres y marginados, las víctimas de la violencia, los enfermos y los que sufren, como ocurrió en Cartagena, donde el pontífice acudió a los barrios olvidados al encuentro con humildes familias y líderes comunitarios, llevando un mensaje de amor, de consuelo y de caridad. Muchos de los “descartados” debieron sentir un alivio para sus pesadas cargas; otros, una voz de esperanza. Ojalá estos sectores olvidados hayan recibido el beneficio del encuentro con el papa Francisco. Ahora debemos reflexionar sobre los mensajes entregados: la lucha contra la inequidad imperante; la falta de compasión, solidaridad y misericordia; la urgencia de mirar adelante y reconciliarnos en lo más íntimo; el cuidado de los niños y niñas; la atención que merecen los jóvenes, y la necesidad de construir lazos más fuertes de unidad nacional. Desde el Vaticano, a su regreso, el papa Francisco pidió a los colombianos “dar pasos a diario para construir juntos la paz en el amor, en la justicia y en la verdad” y sintetizó su encuentro con nuestro país con las siguientes palabras: “Un pueblo con mucho sufrimiento pero con alegría”.
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