¡QUE VIVAN LAS CHICHARRAS!

Dom, 14/08/2016 - 03:39
Ha coincidido la fiesta de las chicharras por la ciudad con el inicio de los Juegos Olímpicos de Río.

Recién radicado en Ibagué, hace más de quince años, me emocioné con el canto de las chic
Ha coincidido la fiesta de las chicharras por la ciudad con el inicio de los Juegos Olímpicos de Río. Recién radicado en Ibagué, hace más de quince años, me emocioné con el canto de las chicharras y hasta les escribí un texto exteriorizando mi emoción al recobrar, después de muchos años, su sonido. Entonces escribí: “Cuando las chicharras comienzan a cantar a las cinco y media de la tarde entiendo que la época seca del año se va a dejar sentir con toda su fuerza y el calor será el amo y señor de los rincones.” Más adelante expresé en mi escrito, “Hace mucho tiempo me engañaron diciéndome que las chicharras cantan para llamar el verano y se revientan y mueren después de cantar en coro en las horas tempranas del anochecer. Pero no. Los científicos hablan de una especie de cortejo en el que el macho expresa que está listo y la hembra lo acoge en medio de gritos, que a unos nos parecen románticos y a otros enloquecedores por su aguda persistencia”. Por estos días las he sentido desde la madrugada y sus silbidos se han prolongado hasta bien entrada la oscuridad. Hoy he tenido que admitir que ya el halo romántico del recuerdo ha dado paso a la molestia de su persistencia, hasta tener que ampliar el sonido de mi televisor para poder escuchar la narración de los Juegos. Y ha sido tan fuerte su coro que he tenido que reconocer la queja del portero de mi edificio cuando me dijo en aquella ocasión: “¡Qué chicharras ni qué ocho cuartos, me tienen mamado con su bochinche!” He estado interesado en el desarrollo de los Juegos de Río. Y de la participación de nuestros compatriotas. No porque crea que cada uno va a ganar su oro, sino para saber por qué no lo logran y qué tienen los otros que sí lo hacen. Realmente es deprimente ser parte de la montonera. Y también la mala suerte metida en la emoción de las competencias, como la del ciclista que faltando poco para lograrlo se accidenta, o la niña que se lesiona los tobillos en plena competición. Pero lo peor del deporte colombiano es el periodismo deportivo. Son fantasiosos. Engrandecen hasta la paranoia a quienes teniendo talento no dejan de ser humanos. Crean héroes de papel, sobredimensionan la importancia de un participante y frustran el anhelo de un pueblo creyente que se extravía en sus grandilocuentes fantasías. Lo otro es el precario apoyo estatal para que haya un deporte competitivo. Y yo fastidiado con las chicharras porque no me dejan escuchar la narración de esos esfuerzos, que son los que valen. Competir para crecer. ¡Que vivan las chicharras! ¡Pero bien lejos!
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