Hasta la semana pasada me declaraba enemiga de la reelección. De todas, de presidentes, alcaldes o gobernadores. Consideraba que eran una gabela para el mandatario de turno, especialmente por aquello que ahora se ha dado en llamar “mermelada” que no es otra cosa que untarle la mano a una serie de políticos corruptos para comprometerlos a llevar su clientela a votar por quien la reparte.
Los alcaldes y gobernadores han aspirado por mucho tiempo a que les cambien la ley para poder reelegirse sin el desgaste de una campaña por fuera de la burocracia o del presupuesto adulcorado de sus entes territoriales. Afortunadamente esa figura no ha prosperado y los que se hacen reelegir tienen que estar por lo menos un período por fuera del cargo.
Pero Álvaro Uribe logró el milagrito de que el congreso le aprobara la suya. Eso sí, con bastante mermelada y a costa del desgaste de los Sabas que se dedicaron a hacerle la tarea. Claro, no se imaginó nunca que este privilegio pudiera servir para que su nuevo peor enemigo buscara quedarse tanto tiempo como él en la presidencia.
Pero la semana pasada sucedió algo insospechable, el pueblo de Colombia, esas personas mansas, que muchas veces se han dejado llevar como borregos a votar por el que pague más o diga mejores mentiras, o esos ciudadanos y ciudadanas que sin importarles un pepino la política no votan y dejan que otras elijan por ellos, se cansaron y salieron a protestar contra todas las estupideces que ha cometido el neoliberalismo, que gobierna este país hace más de 20 años.
En medio de paros y marchas, el presidente se vio obligado a escuchar a la gente humilde y reconocer la justeza de sus reclamos. Fueron dos semanas de malas noticias para él y la clase política. El pueblo se les escapó entre los dedos como agua que no se deja contener y mandó señales duras y claras de hastío y cansancio.
En este ambiente de rechazo el presidente Santos debe estar especialmente preocupado por su reelección. Y por esta razón es que me ha empezado a gustar esa figura, porque la gente ya se dio cuenta que tiene el poder y lo puede utilizar, a través de los votos, para decir que no quiere más a una persona. La no reelección se convierte en el mejor castigo para los malos gobiernos, sin tirar piedras, ni romper vitrinas.
El pueblo dijo la semana pasada que no quiere más promesas, sino realidades. No más campañas mediáticas sobre “prosperidad”. Que la “mermelada” no sea para la clase política. Que se gobierne pensando en la gente de carne y hueso, no solo en los alzados en armas o en los que juegan golf con el presidente, de lo contrario este gobierno será humillado en las urnas.
Suena bonito, ¿verdad? Pero para que sea cierto se deben utilizar todas las armas de lucha democrática: la protesta social, los paros, las huelgas son apenas unas formas, pero la que más les duele es la de no elegir o reelegir a quienes gobiernan mal, a quienes llegan a la cima y no vuelven a mirar al piso. Esos que andan por las nubes, como le estaba pasando al presidente Santos, no deben tener más oportunidades que la que ya tuvieron. Si no hicieron bien las cosas en cuatro años, no las van a hacer mejor en 8.
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Reelección: ¿Para qué sirve?
Lun, 02/09/2013 - 22:25
Hasta la semana pasada me declaraba enemiga de la reelección. De todas, de presidentes, alcaldes o gobernadores. Consideraba que eran una gabela para el mandatario de turno, especialmente por aquello