El humor de los desadaptados, me atrevo a decirlo, no funcionó. Duró lo que pudo y hoy hay jóvenes que se saben los chistes de memoria. Pero, en general, el humor irreverente de Santiago y Martín no tuvo cabida en el arcaico contenido de la televisión colombiana.
El siguiente programa duró tres años, hasta el 2000. Su reciente éxito con los DVDs, YouTube y Twitter demuestra que en Colombia sí hay un público que justificaría su contenido, pero los pequeños espacios que el dúo tuvo en la televisión privada –cuya doctrina, además de dictar su contenido según criterios comerciales en vez de periodísticos, es no hacerse enemigos– no tuvieron eco.
Dirán que el chiste burdo y la crítica vehemente no son dignos de mostrar en medios masivos. Pero son necesarias para la democracia: además de opiniones racionales y medidas, el pluralismo también es pasión y revoluciones espontáneas: que lo diga el 2011. Lo popular e incluso lo vulgar son formas de involucrar al público en el ámbito político.
Y la sátira es una de las herramientas que más se ha usado para decir las cosas que los poderosos no quieren oír. “Ser serio es ser grave y como ustedes saben, grave, en inglés, es la tumba”, lo dijo Cabrera Infante.
A eso le apuntó esta pareja de sinvergüenzas. Y no se pudo, en parte porque la llegada de los canales privados sujetó el contenido de la televisión a la visión de los gobiernistas magnates económicos. Cuando la televisión se distribuía entre una docena de programadoras diferentes, el contenido era más democrático.
Ricardo Silva los entrevistó para SoHo. La pregunta: ¿se terminaron adaptando al sistema que tanto criticaron? En parte, sí: Martín es locutor deportivo y Santiago actor de telenovelas. Aunque no hayan perdido su esencia y a veces boten comentarios con crítica, la fuerza y la relevancia de los noventa ya no están. Eso es, sobre todo, porque el sistema del que tienen que comer –Caracol y RCN– no se los permitió.
Como sí se lo permite a los humoristas en países más plurales. En la entrevista, el dueto se compara con Michael Moore, el megalómano cuyos documentales de opinión rozan el amarillismo. Dirán que eso es contenido irresponsable y sensacionalista. A mí, en cambio, me parece necesario para una democracia.
El humor político y cultural está de luto en Colombia. Más si hablamos de televisión. Al más vehemente, Jaime Garzón, lo mataron. Hoy nos reducimos a Los reencauchados, que en su reencauche (y tal vez nunca) no cuajaron. Y están Tola y Maruja, que siguen echando el chiste del Hijo Putativo de Jesús.
Entonces nos queda la radio. Y la legendaria Luciérnaga, un ejemplo de que el colombiano sí consume humor político inteligente pero cuyo inocente contenido está lejos de incomodar a los poderosos. El Coyuyo fue la decepcionante competencia que le armó RCN radio; su gestor, Guillermo Díaz Salamanca, terminó en Radio Súper.
Así que nos aferramos a la literatura, en un país que no lee. El primero es el hábil parodista Daniel Samper Ospina, más un caricaturista que un veedor del poder que critica a todos por igual. Como sí lo hacía La tele. También está la Bobada literaria, que es una bobada sobre y para tres pelagatos. Y los caricaturistas, que son los mismos de hace 20 años y se han estancado sin Uribe en el poder.
La bandera del humor, en Colombia, debería estar a media asta.
Porque acá reina la doble moral y la malinterpretación. Irreverente no es irresponsable ni irrelevante, pero en Colombia se piensa eso. Acá no hay espacio para decir, de frente, “que viva la muerte”, cuando llevamos dos siglos diciéndolo por debajo de cuerda.
Además, venimos de ocho años de unanimismo mediático: el uribismo volvió el humor una mera caricatura y censuró a la sátira política irreverente. Martín y Santiago fueron víctimas de eso. Ahora volvió Godofredo Cínico Caspa, que era un chiste para televisión. Y tenemos al Pequeño Tirano, un digno proyecto al que le falta tiempo, peso y espacio.
La gente que está entusiasmada con la vuelta de Santiago y Martín los conoció por Internet, porque de otra forma no habría podido ser. Ahora, con el proyecto No más errores, la pareja quiere aprovechar esa herramienta. La tesis: a través de resaltar los errores, y en clave de humor, se logra enseñar y recapacitar. En China, por ejemplo, el humor en internet ha pegado golpes duros.
Martín y Santiago se mostraban como eran y representaban, únicamente, sus intereses. El periodista colombiano, casi siempre, representa intereses distintos a los suyos: los de su jefe, los del presidente, los de su tío. Bárbara - bárbara, Mamola, Alternativa, Nadaísmo o Larribista son todos ejemplos de que la vehemencia y el humor político de los desadaptados fracasó. El periodismo en Colombia no hace autocrítica: Martín y Santiago la hicieron. Y no se pudo.
Los cito: “yo sé que yo soy muy cansón, que echo mucha vaina, que critico, que no tengo ningún derecho; ¡yo soy una babosa en este tierrero! Pero ya tengo esta tribuna, tengo esta televisión, y ¡hoy vamos con toda, pues!”. Yo me identifico con este par de cínicos: también creo que Colombia es una aldea manejada por dos capataces intocables y que para salir de esta miseria debemos educarnos y ser responsables con los medios y el lenguaje. Solo espero que con No más errores este dúo descomedido no me vaya a desilusionar. Veremos.