A lo largo de la historia, los expresidentes colombianos han sido una especie de “muebles viejos”, a los que solo se les convoca a la Comisión Asesora de Relaciones Exteriores –que, dicho sea de paso, no sirve para nada a juzgar por los últimos acontecimientos acaecidos en San Andrés–, cocteles sociales, conferencias en universidades o a entrevistas en las que se dedican a defender sus obras de gobierno y pontifican sobre lo que pudo ser y no fue (todos tienen la receta para que las cosas vayan bien, lo complicado del asunto es que la formula mágica aparece cuando ya es otro el que manda).
Uribe es un expresidente atípico, que se ha caracterizado por ser un hombre combativo. No me lo imagino fuera de la arena política, dedicado a la buena vida y a los placeres carnales, tomando champaña en los restaurantes cartageneros, como Pastrana, rodeado de lagartos azules, o dando conferencias sobre el intercambio humanitario con un público que no supera las diez personas, como Samper. Tampoco lo veo dedicado a la poesía y las manualidades, como Belisario Betancur, ni mucho menos contemporizando con todo el mundo para no generar controversia o, peor aún, asistiendo a los alocados conciertos de rock que le gustan a Gaviria. Uribe es un gallo de pelea; lo suyo es la acción. La confrontación y la lucha diaria son elementos infaltables en la vida del expresidente. Uribe concibe la política–es lo que indica su actitud– como un ejercicio en el que convergen las ideas, el coraje, y la fuerza de la voluntad. Un espíritu efervescente y explosivo como el de Uribe no puede quedarse quieto así no más. Sería tanto como evitar que un potro arisco echara a correr por el campo, o cortarle las alas a un pájaro para que no alce vuelo. La naturaleza de Uribe le imprime una fuerza especial a su carácter, y eso lo hace diferente. Se puede estar de acuerdo o no con Uribe (se ha equivocado y ha acertado como cualquiera de nosotros), pero lo cierto es que hasta sus más enconados críticos reconocen en el expresidente una fortaleza y resistencia fuera de lo común. Si no fuera por Santos, Uribe no tendría mucha tela de donde cortar y su discurso estaría limitado por completo. ¡Qué triste y sombría sería la vida de Uribe, si Santos no se hubiese creído el cuento que los más de 9 millones de votos que sacó eran de él y que Uribe no contribuyó en lo absoluto para su triunfo! Santos decidió no ser una extensión de Uribe –y eso es válido en política, porque en política tristemente todo vale–. El Presidente trató de buscar su propio rumbo y tampoco hay que satanizarlo por eso. Lo cierto es que la “maroma” no le salió muy bien y hoy tiene a cuestas la pesada carga de los ataques de Uribe, que han hecho mella en las encuestas y en su tranquilidad. Santos se levanta y se duerme pensado en Uribe. Lo mejor que le pudo pasar a Uribe es que Santos se haya distanciado de sus afectos e ideas. Uribe está más vigente que nunca, gracias al abismo que lo separa de su predecesor. Si Santos hubiese sido una sombra inmutable, Uribe no tendría la relevancia política que hoy tiene y no sería el fiel de la balanza de las próximas justas electorales. No comparto la tonta idea de aquellos que creen que el enfrentamiento entre Santos y Uribe le hace daño al país, todo lo contrario: el disenso, la controversia y la disparidad de criterios son los elementos que fortalecen una democracia. No hay nada más nocivo para un Estado de Derecho que el unanimismo. La gran paradoja consiste en que Santos no tiene con quién enfrentar a Uribe, y Uribe no tiene con quién enfrentar a Santos. La ñapa I: Las cosas importantes cuestan mucho. Por más problemas que aparezcan en el horizonte, hay que persistir en alcanzar la paz. El proceso con las FARC debe concretarse cuanto antes. La ñapa II: Vergonzosa la desbandada de funcionarios del Gobierno buscando puesto en las listas de los partidos para hacerse a una curul en el Congreso. abdelaespriella@lawyersenterprise.comSantos: lo mejor que le pudo pasar a Uribe
Lun, 04/02/2013 - 01:06
A lo largo de la historia, los expresidentes colombianos han sido una especie de “muebles viejos”, a los que solo se les convoca a la Comisión Asesora