Es repetidamente cierto que María Isabel Rueda escribe bien, aunque sus criterios no siempre sean compartidos por todos y mucho menos pretendan consensos. Eso la hace más leída, más controvertida. Va y viene de Cartagena, escribe en los aeropuertos, haciendo abstracción de sus vecinos y se mantiene conectada con lo que piensa la alta dirigencia. Escribe, comenta, discute, vibra con su oficio. Así la he visto siempre, desde los tiempos de El Siglo y Alvaro Gómez Hurtado.
Atraído por lo que dicen de ella en las redes sociales sobre la popularidad de Santos (El Tiempo), me asomo a su análisis, al primer párrafo, pero ella es capaz de no dejarte ir:
-Por malo que pueda parecernos en muchos aspectos el gobierno de Juan Manuel Santos, no deja de ser bastante sorprendente que sus índices de popularidad hayan bajado al 14 %, según Yanhaas Poll. ¡79 de cada 100 colombianos desaprueban su gestión!
Ni con apagón y fuga de Pablo Escobar durante Gaviria, ni con el 8.000 durante Samper, ni con la traición del Caguán durante Pastrana un pueblo había juzgado de manera tan severa a un gobernante reciente. Y por primera vez, más de la mitad de los colombianos encuestados creen que vamos hacia Venezuela, algo que no pasaba de ser futurismo folclórico.
Y estoy segura de que cuando Santos dijo a comienzos de su primer mandato que algún día sería considerado un “traidor para su clase”, estaba muy lejos de imaginar que el mismo concepto sobre su persona calaría en los estratos 1 y 2, en los cuales su popularidad en la misma época parecía imparable y muy sólida. Hoy, ahí también lo consideran un traidor.
Eso tiene de rara la impopularidad de Santos: que cuenta con representantes en todas las clases sociales, edades, regiones del país, aunque, por razones conocidas, Antioquia es el reino de su desprestigio.
Ha logrado unir en su contra a pobres y ricos
Alguien me describía así la situación, dice María Isabel: los pobres están desesperados con la duración del proceso de paz porque no les resuelven sus propios problemas y los ricos, aterrados con la impunidad que instalará la JEP. Y si a este fastidio por la paz se le añade que la gente no tiene para ir a hacer mercado, porque cuando esta economía crecía al 3 % nos ofrecieron dos puntos más y no solo no creció sino que desaceleró al 1 %, antes es gracia que Santos aún conserve el 14 % de aceptación, reconociendo que no todo en este campo es culpa del Gobierno.
Sobre Uribe
Yo hasta la traición a Álvaro Uribe se la perdonaría; que se hubiera hecho elegir con sus banderas y luego hubiera entrado a gobernar con las suyas propias. Un gobierno tiene que soltar amarras de su antecesor o es probable que gobierne muy poco. Dos traiciones, por ejemplo, son ejemplares a la hora de explicar la democracia española: el rey Juan Carlos traicionó a Franco, quien lo había coronado para que apoyara la continuidad del franquismo; y Felipe González traicionó al PSOE, volviéndolo un partido de izquierda moderada y no de extrema izquierda, como era. Pero ¿valía la pena la traición a Uribe para dejar al país en esta calamidad?
Un proceso de paz que va a salir mal
Santos ha cometido errores inexplicables. Por ejemplo, puso todos sus huevos en la misma canasta de un proceso de paz que por más que salga bien, va a salir mal. Porque en esa canasta están metidas todas las cosas que no funcionan en el país. La agricultura, la justicia, la seguridad, y hasta Santrich celebrándole el cumpleaños a Clara López en el Congreso sin permiso, y de colado. La sensación es que la negociación fue chapucera, mal hecha, descuidada y desproporcionada en cuanto a las concesiones que se les hicieron a las Farc en un negocio cuya retribución aún no se ve muy tangible. Y en algún punto, la gente no aceptó que se les estuviera dando el mismo tratamiento a las dos partes, como si fueran moralmente iguales 7.000 guerrilleros y 44 millones de colombianos.
La gente no le cree a Santos, un presidente ensimismado
Pero el problema de Santos incluye su personalidad. La gente no le cree nada. Percibe en él una falta de liderazgo y de mando. Ahora le hacen un paro por cada problema del país, y al frente encuentran a un mandatario ausente y distante, a quien no le quedan muchas opciones distintas que comprar los paros para disolverlos.
Se ha causado una grave ruptura entre el Presidente y la opinión. Casi con el único con quien habla últimamente el Presidente es con Roy Barreras. Eso sí es estar solo. Santos se está pareciendo a un monarca que llegó con su corte a gobernarnos como si fuéramos un país conquistado. Su equipo de gobierno no consulta las realidades sociales.
En resumen, es un Presidente ensimismado del cual la gente cree que dice mentiras; que entrega en obra gris un proceso de paz chambón con guerrilleros a los que van liberando sin justicia para que deambulen por todo el país; y una economía en estado reservado, todo lo cual solo puede tener un nombre: 14 %.