Socialismo versus Comunismo

Sáb, 02/06/2018 - 22:23
Es indudable que nuestro país tiene una necesidad/obligación imperiosa de pensar más detalladamente sobre aspectos de sociedad, y de elaborar métodos viables para alcanzar una mejor equidad entre
Es indudable que nuestro país tiene una necesidad/obligación imperiosa de pensar más detalladamente sobre aspectos de sociedad, y de elaborar métodos viables para alcanzar una mejor equidad entre todos los colombianos. Suena esto a recalentado, a déjà vu, sin embargo es a fuerza de repetición que se toman consciencia y acciones concretas. La manera como este problema se ha tratado en América Latina deja mucho que desear, los intentos realizados han utilizado medios radicales, sin tacto, ni verdaderos estudios, y entonces las consecuencias, aparte de desastrosas, han producido tan dolorosas ampollas que la oposición despertada ha aniquilado el propósito. Es que se ha partido de un modelo arcaico que ha demostrado inviabilidad y dejado en ruinas a cualquier país que lo ha intentado; se ha coqueteado, cuando no consumado matrimonio, con el vetusto sistema comunista, creyendo sus obtusos impulsadores que bastaba con cambiarle el nombre a esta aciaga tendencia para lograr implantarla y hacerla benéfica. En Francia –y otros países europeos–, con tiempo y contra dificultades, se estableció una adecuada equidad que consolida ahora una clase media ampliamente mayoritaria que disfruta de una propicia igualdad. Allí la palabra socialismo no produce temblores, ni escozores, ni rechazos extremos. La razón es que se le dio la semántica correcta a la palabra; no se buscó malintencionadamente hacerla eufemismo ni sinónimo de otras ideas y menos del término comunismo. Este último existe y es representado a través de algunos partidos políticos sin que se confundan con el partido socialista que por épocas y alternativamente ha gobernado el país mediante grandes líderes, pienso en el gran François Mitterrand a quien afecciono y admiro particularmente. Volviendo al caso colombiano, la necesidad de una política más acorde y tendiente a zanjar las desigualdades se impone, pero sin extremismos ni enardecimientos que prediquen luchas de clases, empobrecimientos de unos para sufragar los de otros. El crecimiento ha de ser sin detrimento de unos para arreglar a otros; sin búsqueda de un igualamiento perverso por lo bajo, porque de este método ya se conocen sus resultados, el vecindario bolivariano es gran ejemplo: pobreza para todos. Ya estamos hartos de izquierdas malintencionadas portadoras de discursos esperanzadores populistas, cuyo contenido soterrado sólo busca favor en las urnas para luego desarrollar intenciones enmascaradas. Un proyecto realista, sincero y sin agendas ocultas se impone como medida elemental de credibilidad y ruta de cambio. Tal vez el movimiento que en Colombia se ha venido presentando bajo el color verde, sea un esbozo de ese socialismo deseable. Pasando por alto el desacertado logo y color que deja entender una tendencia ecologista de la cual carece. Sin embargo, al incipiente movimiento que comenzó en “ola verde” juvenil hace algunos años le falta claridad, a comenzar por su doctrina y objetivos, por sus alianzas extrañas, y sobre todo por su líder, escaso de hondura y conocimiento de los diferentes temas de sociedad, tan inhábil en sostener/exponer en detalle estas temáticas y sus soluciones como diestro en acudir o escapar hacia la generalidad o el estereotipo; esta insipidez engendra poca adhesión y confianza, y unas cuantas sonrisas. Un socialismo de verdad, en nada asociado al tenebroso apellidado del siglo XXI, habrá de ser ajeno a la radicalización comunista, deberá abandonar preceptos y alianzas directas o indirectas con los actuales gestores e impulsadores de los desvaríos comunistas; y si algo tendría por hacer ese futuro partido, por ahora utópico, es desligarse de la nefasta influencia de las Farc y extirpar sus tendencias: los modelos castristas y chavistas; el sonsonete de que todos los medios de lucha son permisibles; el igualamiento económico por lo bajo de todos los ciudadanos; el aniquilamiento de la oposición; la obstrucción al libre mercado; el irrespeto a la propiedad privada; la estatización a ultranza de la economía; la lucha de clases; y otras consignas ruinosas y destructoras de sociedad y eliminadoras de consenso. Un conjunto mínimo de preceptos no comunistas como conditio sine qua non de construcción de una sociedad más incluyente. Deberán venir días de cimentación  de un partido socialista con estas premisas, ello exige además el liberarse del desabrimiento del actual líder verde y de la radicalización del líder de la izquierda. Ese último que ahora niega todas sus afirmaciones comunistas y con impaciencia de llenar urnas a su favor, se presenta con piel de cordero, por fortuna, de tan poco espesor que se entrevén los colmillos, la larga cola y su hirsutez lobuna. También ha de abandonarse la idea que ha dominado el panorama mundial y que lo enardeció en los años 60-70´s, según la cual el espacio político está dividido en dos bandos enemigos e irreconciliables: izquierda y derecha. Venturosamente otro horizonte emerge hoy, alejándose de esta pendenciera dicotomía y dejando la posibilidad de concebir ideas más efectivas, más viables que mezclan diversidad de métodos sin polarizaciones artificiales. Ya se está viendo esta nueva manera de visualizar el mundo político; Francia con su lozano presidente Macron está dando un nuevo ejemplo, ni de izquierda ni de derecha, sino con políticas tomadas de aquí y de allá que contribuyan a elaborar un bienestar general, que es en últimas lo que debe interesar. El logro de este recalibraje socializante no pasa por la fatalidad comunista, por el deshacer todo, el crear caos y pobreza generalizada, que es lo que se (entre)lee en cada frase del agitador de izquierdista que aspira a gobernarnos; así este intente ahora ocultar su identidad cambiando de lenguaje. La historia habrá de servirnos para no repetir tragedias, debemos economizarnos esta, Venezuela tristemente no pudo y no podrá rehacerse en muchos años. La derecha colombiana poco proclive en el pasado a estas reflexiones, y ahora que uno de los suyos tiene gran posibilidad de presidir la nación, deberá ser extremadamente vigilante a que su discurso ampliamente impregnado de propósitos sociales tengan verdadera implantación, de manera que los actualmente más prósperos no basen sus haberes –amparados por reglas estatales– en la explotación de los más necesitados, es decir, la justicia social como base de gobierno, so pena de decepciones que punitivamente conduzcan a las tentaciones comunistas que aquí estamos desaprobando. La meta loable de solucionar la insuficiencia de equidad, no puede conducir a destruir un país y arrojarlo por senderos pseudoigualitarios cuyo destino final calamitoso ya es conocido. Una frase que debe ser repetida a saciedad, para su mejor entendimiento y evitamiento. No, el desastre no es mejor que lo intermedio, por incompleto que sea; el desbarrancadero no es preferible a la transición prudente, por imperfecta que esta sea; lo inacabado no es sinónimo de incorrección permanente; lo pausado y pensado es preferible a lo radical irracional salido de la vehemencia intestinal. Por último, y aunque de aparente lugar común: la igualdad social y económica mirada en mensuración milimétrica es imposible, es una quimera de la cual hay que con pragmatismo desprenderse. Lo importante es tener una media aceptable, en donde la economía, la educación, la salud y el bienestar estén al alcance de todos, así los milímetros no sean repartidos con rigurosidad ingenieril. Entonces, y es mi colofón: Socialismo sí, comunismo de ninguna manera.
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