O nos dejaremos tocar por los “mejores ángeles de nuestra naturaleza”, según optimista frase de Abraham Lincoln. Estas palabras son usadas para el título del libro de Steven Pinker (The Better Angels of Our Nature, Viking, 2011) que estamos resumiendo y discutiendo en estas dos últimas columnas del año. Pues recordamos la violencia humana que nos tocaba atender en Navidad y Año Nuevo como médicos en urgencias cuando éramos estudiantes e internos.
Entonces, siguiendo a Pinker: ¿cuáles son las tendencias evolutivas e históricas que promueven en la mente humana la conducta pacífica, cuáles son sus “ángeles” y cuáles son sus “demonios”? Son seis tendencias las que han llevado paulatinamente a la disminución de la conducta violenta en la especie humana. No ayer ni hoy sino históricamente siguiendo la evidencia de muchos siglos. La primera, llamada por el autor Proceso de Pacificación, comienza hace más o menos 5000 años y es la transición de sociedades cazadoras y recolectoras a sociedades de pequeñas ciudades con agricultura. Es la salida del hombre de aquella vida primitiva que Hobbes describió como “solitaria, pobre, desagradable, brutal y corta”. La segunda macrotendencia está mejor documentada en Europa y ocurre en los últimos 500 años desde el final de la Edad Media con la disminución, por ejemplo, de la tasa de homicidios en un factor de 10 a 50 veces. Esta tendencia es la que el sociólogo Elias, antecesor de la Escuela de Frankfurt, llamaría el Proceso Civilizador y está relacionada con la aparición de estados fuertes y centralizados.
La tercera tendencia ocurre en los últimos tres siglos desde la Ilustración y tiene como características la lucha contra el despotismo, la esclavitud, las supersticiones, los duelos por honor y otras conductas violentas. Algunos historiadores la llaman la Revolución Humanitaria.
La cuarta tendencia se hace evidente tras la Segunda Guerra Mundial. Algunos historiadores consideran que en el siglo XX hubo sólo una gran guerra mundial entre estados incluyendo la I, la Guerra de España y la II desde 1914 hasta 1945. Después de esta gran Guerra no ha ocurrido otra guerra entre grandes estados en la historia contemporánea. Esta cuarta tendencia es llamada la Paz Larga. Y desde el final de la Guerra Fría en 1989 solo persisten esporádicas guerras revolucionarias en la lucha contra gobiernos autocráticos. Esta quinta tendencia es llamada por el autor la Paz Nueva.
La última tendencia y probablemente la más importante es llamada en el libro la Revolución de los Derechos. Comienza en 1948 con la Declaración Universal de los Derechos Humanos con todas sus ampliaciones y precisiones posteriores. Esta tendencia incluye la oposición creciente a la violencia contra minorías étnicas y religiosas, mujeres, niños, homosexuales y animales. La “batalla” no se ha ganado pero estas seis tendencias históricas han disminuido marcadamente la prevalencia de actos violentos en la especie humana aunque a veces no seamos conscientes de ello.
Hablo de batalla porque estas tendencias históricas son opuestas por cinco “demonios” y promovidas por cuatro ¨ángeles”, fuerzas en una larga y compleja evolución biológica y cultural de nuestra especie. Los cinco “demonios” son distintos tipos de violencia integrados en la mente humana: la violencia instrumental que usa al otro como medio para ciertos fines, la violencia dominadora que busca el prestigio, la gloria y la autoridad por sí mismas, la violencia por venganza o resentimiento social, la violencia sádica que encuentra placer en el acto violento, y la violencia ideológica que se fundamenta en una visión utópica que la justifica.
Y hay cuatro “ángeles” pues los seres humanos venimos equipados por la evolución con cuatro impulsos que nos alejan de la violencia: la empatía que nos faculta para sentir el dolor ajeno, el sentido moral que busca normas y tabúes, el autocontrol que promueve la satisfacción de gobernarnos y el lenguaje racional que nos lleva más allá de nuestros intereses propios y parroquiales.
Todas estas proposiciones, explicadas y fundamentadas en estadísticas en el libro de Pinker, pueden ser precisadas y argüidas. Quizás lo más importante es definirlas y seguirlas epidemiológicamente, promoviendo las “malas” y estimulando las “buenas” tendencias.
En medicina, contrario a lo que piensan la mayoría de las personas, no buscamos siempre la causa final de los fenómenos por dos razones. Primero, sabemos desde la medicina alejandrina que no podemos conocer todas las causas finales de las enfermedades y males que sufre el hombre. Segundo, aceptamos que no podemos prevenirlos todos. Nuestro oficio es más humilde: disminuir hasta donde podamos el sufrimiento humano. Si enfrentamos la violencia como “enfermedad” de la evolución e historia humana podemos ayudar a su más rápida disminución.
El libro de Pinker puede ayudarnos a tener una perspectiva más histórica y evolutiva de la violencia humana. Sin prejuicios como aquel de que todo está mal y vamos empeorando, propio de quienes oyen y ven noticieros compulsivamente. O hacen turno en nuestros servicios de urgencias el 1 de enero.