¡Son los bancos, estúpidos. No el agro!

Jue, 07/03/2013 - 01:06
Los colombianos somos emprendedores. No hay duda. Acometemos propósitos individualistas. Somos así. Lo colectivo es la excepción en nuestra idiosincrasia

Los colombianos somos emprendedores. No hay duda. Acometemos propósitos individualistas. Somos así. Lo colectivo es la excepción en nuestra idiosincrasia. Por eso Santos está empeñado en sacar adelante su proceso para insertar a la cúpula de las Farc en la política y la sociedad. Eso difícilmente será paz, podría ser un principio, aunque a la inmensa mayoría le choca el precio a pagar; pero tal cosa le importa un pito al Presidente.

Varios sectores de la economía serán crucificados por las exigencias populisto-socialistoides de la guerrilla, que para “parecer” una fuerza política beligerante, apela a cierta dogmática estéril en la que ni ellos creen, pero que sirve para sustituir la ideología -que no tienen- en pos de simular una negociación política para deponer la actividad armada de los últimos 25 años, que ha sido plenamente criminal y no insurgencia sediciosa. El Presidente pactó un modelo de negociación que nació inoculado de injusticia porque aunque las Farc se apresuraron a poner de primer punto el tema de la tierra, el Gobierno en su desprecio consuetudinario por lo rural, ni siquiera designó un solo delegado que tuviera idea del tema agrario y pudiera ser contraparte en la negociación. Si se trataba de legitimar la paz con simbolismos, con un “hombre de armas” bastaba, pero Mora y Naranjo son demasiados, porque se dialoga es para no usarlas. En cambio, frente a lo que sí se transa  faltó un representante del campo que era vital. Y no se puso. Por eso, lo acordado sobre tierras es un exabrupto impracticable, que parece forjado en la fragua ultra-comunista que ya China y Rusia proscribieron. Nuestro agro está lejos de ser un piloto de equidad, pero tampoco es el modelo medieval que pregonan las Farc y los economistas despistados que escriben desde la ciudad. Es verdad que los narcotraficantes -incluidos paramilitares y guerrilleros- invirtieron sus ganancias en tierra, como también que la mayoría de los vendedores recibieron de buena gana la plata del narcotráfico, porque maldita y todo, fue recibida con delicia por quienes vendieron sus fincas, por los bancos, por quienes transaban arte, vehículos de lujo, o la mejor tierra urbana de Colombia, rentables parcelas de caña de azúcar, productos de elegantes marcas, y todo lo que no ven los “analistas” que solo encuentran causas de desigualdad en lo campesino y estigmatizan todo lo rural. ¡Todo! Si en las Farc alguien entendiera la economía contemporánea, el tema de la tierra sería el último. Porque se darían cuenta que el sector rural mundial suele tener rentabilidad negativa, y por eso, las naciones subsidian al sector agropecuario, que a cambio, contribuye al empleo y la seguridad alimentaria. El meollo de la desigualdad es el enriquecimiento desmedido de pocos a costa de la mayoría, como sucede en la banca. ¡Son los bancos señores! Los banqueros, las comisionistas de bolsa. El mundo financiero que atornilla el cuello de citadinos y campesinos por igual, sin discriminar ingresos ni calidad de vida. Esos bancos, sinónimo de modernidad, publican su logro: ¡Utilidades de 39 billones de pesos! tras despacharse salarios mensuales de 40 y 50 millones, gozar lujos, viajes, restaurantes, gastos de representación en tarjetas de crédito, y mil gabelas más de las que gozan los altos ejecutivos de este segmento económico donde está la verdadera riqueza. Allí debería centrase el debate, y en cómo es posible que a costa de créditos caros, poco acceso a préstamos para la clase media, cero para los pobres, y cobros exagerados a cada tramite bancario, menos de 15 grupos -dueños de los bancos- se ganen 39 billones anuales, mientras todo el sector agropecuario nacional a duras penas representa el 9% del PIB. Ahora dirán que les estoy “echando” las Farc a los banqueros. Ni mas faltaba. Una banca sólida es vital para tener sana la economía. Pero aquí, la excesiva complacencia de los gobiernos de las tres últimas décadas hizo diminuta la banca pública que renunció a competir con la privada, a pesar de saber que esa es la fórmula mercantil para obligarla a prestar servicios más baratos. Un Banco Agrario desdibujado en su misión esencial, fomenta que entre todos se ganen los 39 billoncitos cada año. Si las Farc quisieran ser serias, buscarían banqueros noruegos o suecos que les analizaran el crecimiento de la banca colombiana en los últimos 40 años y entenderían que la riqueza de los bancos tiene mucho que ver con la pobreza y con las causas objetivas para que Colombia crezca al 3% y al 4%, en vez de al 10% como sería necesario para superar la miseria en una década. La desigualdad no se origina en los terratenientes –que son pocos–, ni en la actitud feudal que les atribuyen; sino en la pésima calidad de la educación, la deplorable infraestructura vial, la corrupción, el centralismo político y la concentración de los negocios en los bancos y sus dueños; talanquera real para  que la riqueza irrigue otros sectores. A pesar de todo, la gran paradoja no es el desenfoque macroeconómico de la guerrilla. Lo increíble es que unos criminales que constituyen el 0.025% de la población arrodillen al Estado, y éste entregue tanto, en una insólita negociación que surge cuando el grupo armado estaba en su momento de mayor debilidad. 10 mil bellacos imponiéndose a 42 millones. Y todo porque un hombre quiere un Nobel. A pesar de que Colombia eligió someterlos al imperio de la ley. @sergioaraujoc
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