Termómetro

Lun, 22/11/2010 - 00:02
Los primeros cien días de gobierno del presidente Santos sirven de termómetro para los futuristas, para los que confunden la realidad con las expectativas y para terminar de enloquecer a quienes int
Los primeros cien días de gobierno del presidente Santos sirven de termómetro para los futuristas, para los que confunden la realidad con las expectativas y para terminar de enloquecer a quienes intentamos leer el panorama político todos los santos días. Y aunque los resultados de las encuestas le son muy favorables al presidente Santos, ¿cómo medir algo que varía? Se preguntaban los griegos. O para no ir tan lejos, alguien decía: “la opinión pública es la opinión de los que no tienen opinión”. Por ejemplo, ciudadanos que sólo participan en los realitys y en el crecimiento de la natalidad accidental o no deseada de este país. Porque sólo Gabo entiende a los colombianos, a muchos les gustaban los extremos y la confrontación a la que nos llevó Uribe  y ahora celebran la unidad y la reconciliación por donde nos lleva Santos. De todos modos, así como Eduardo Santos acabó con la Revolución en Marcha de López Pumarejo, inclinándose hacia la derecha, Juan Manuel terminó con el paréntesis histórico que Uribe hizo con la Constitución de 1991. Cambiando el lenguaje, las formas, los simbolismos, el estilo, la terna para elegir fiscal, usando la diplomacia para relacionarse de manera incluyente con la oposición; los columnistas, las cortes, con los gobiernos vecinos y hasta desnarcotizando las relaciones con Estados Unidos. Por eso estoy de acuerdo con Osuna, “Santos habla bien de Uribe pero hace lo contrario” y aunque la primera reforma que hizo fue tan simple como regresar a la Carta Magna, la verdad es que a él no lo eligieron para que intentara reformar prácticamente todo. No soy abogado pero algunos expertos aseguran que para devolverles la tierra a los campesinos y para reconocer a las víctimas no se necesitan leyes y que simplemente se trata de un “ejercicio simbólico del poder”, que disimula la ausencia de partidos reformistas en Colombia y su impredecible reconfiguración. En otras palabras, a Santos le puede pasar lo mismo que a Gorbachov y a Obama, es decir, que su partido o coalición de gobierno no apoye reformas tan importantes como las leyes de tierras o de víctimas, porque aún no conocemos con certeza las razones del trancón legislativo. William Ospina dice que la última unidad nacional que hubo en el país fue la de la Colonia y por eso creo que esta apuesta es más burocrática que ideológica, porque está pegada con babas en Bogotá y descuadernada en las regiones. Sin olvidar que su principal objetivo era llegar a una eventual negociación de paz con las Farc pero de pronto nos quedamos sin lo uno y sin lo otro; porque la dinámica política la puede volver frágil de no llegar a consensos en leyes tan sensibles como la de tierras; si Uribe interviene en las próximas elecciones regionales reclamando triunfos o si el próximo fiscal caza a un uribista ´pura sangre´ con las manos en la masa. Y la dinámica del conflicto con la muerte de alias el Mono Jojoy, sumada a la actual legislación internacional, cada día deja a las Farc con menos margen de maniobra y sin qué negociar. Por lo tanto, sólo me queda por decir que la política económica seguirá siendo la misma, primero crecer para poder distribuir  o “el mercado hasta donde sea posible y el Estado hasta donde sea necesario” (La Tercera vía) y que el uribismo como la más grande de las culebras sigue vivo.
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