Todavía cantamos, todavía soñamos

Jue, 12/09/2013 - 14:40
La crisis generada por los paros, los reconocidos, los desconocidos y los desconcertantes, dejaron al descubierto las crisis de las fuerzas que los impulsaban, que los instigaban o que los utilizaban.
La crisis generada por los paros, los reconocidos, los desconocidos y los desconcertantes, dejaron al descubierto las crisis de las fuerzas que los impulsaban, que los instigaban o que los utilizaban. Ninguna de esas fuerzas políticas goza del respaldo popular y por el contrario en muchas ocasiones son vistas como pescadores de revueltas. Después de los gobiernos de Álvaro Uribe y el de Juan Manuel Santos, que ya comenzó su recta final, los colombianos han aprendido que si bien cada uno de ellos tiene lo suyo, por lo cual mantienen todavía algunos seguidores, no lograron sintonizar con el grueso de la población, no consiguieron interpretar a las grandes mayorías y no fueron capaces de que la ciudadanía en general se sintiera representada en sus intereses mínimos de bienestar social, desarrollo económico o tranquilidad en su hábitat. No, estos gobiernos, como los anteriores desde hace 50 años, no se han enterado de cuáles son las aspiraciones, necesidades y déficits de las amplias masas colombianas. Ambos han girado en torno a la agenda que les marca la subversión armada. El primero, con inocultables deseos revanchistas, se inventó la política de seguridad democrática, que terminó en inseguridad social, impunidad para la derecha armada, falsos positivos y fortalecimiento de los sectores más reaccionarios de la patria, como les gusta llamarla para tratar de introducir un simbolismo de respaldo a sus ideas represivas y de tierra arrasada que tanto los seduce. El segundo se la reinventó como prosperidad democrática para mantener el sonsonete de su antecesor mientras comenzaba a marcar la diferencia con una palabreja que parece más sacada de una tarjeta de Navidad que de un estudio de urgencias ciudadanas, la cual terminó en la gaseosa política de negociar burocráticamente la paz con los alzados en armas al vaivén de los bandazos jurídicos, de los remiendos ideológicos y las improvisaciones políticas, dignas de un hombre de corazón de derecha jugando al rostro de demócrata, que se embarcó en la paz en medio de la ignorancia supina sobre el tema, aunque desde luego cumpliendo un mandato que garantiza más una salida para la prosperidad económica de las minorías de siempre que para la prosperidad social de las mayorías tradicionalmente excluidas. Se agarraron de las mechas por el tema de las Farc. El uno porque quiere plomo venteado contra la guerrilla y el otro porque quiso negociar con ella sin saber qué ni cómo ni cuándo ni dónde ni por qué, y sin siquiera comprender que hablar de paz implica hacer las distinciones entre la paz social y la paz armada con los violentos. Sin percatarse de que en el fondo está convencido de que son unos bandidos, como lo pensaba cuando era ministro de defensa de Uribe y que para hacer la paz vestido de demócrata tiene que regalarles el estatus de beligerancia y reconocerlos como intérpretes del sentir popular, al tiempo que quiere disputarles ese terreno sin hacer concesiones a esas demandas populares. En plata blanca, lo que los colombianos padecen es la pelea entre dos señores que quieren, uno acabar con la guerrilla así toque acabar con media población y otro que quiere acabar con la guerra así la gran sacrificada nuevamente sea la población. Porque estos dos señores no tienen una agenda sintonizada con la población. La utilizan en cuanto víctima de la guerra y de la guerrilla pero los tienen sin cuidado sus dramas, sus problemas, su falta de educación, de trabajo, de salud, de vivienda o de bienestar. Sí emprenden un plan de vivienda es en cuanto representa votos, si dedican algún dinero a la educación o a la salud es donde obtengan ganancias electorales. A ellos les importan los ricos no los pobres. Al primero los nuevos ricos y al segundo los viejos ricos y a ambos les estorba la guerrilla, al primero porque secuestra y al segundo porque se atraviesa en los índices de rentabilidad. Pero a ninguno de los dos les afecta que maten campesinos, que impidan las labores de los pobres de la ciudad o del campo o que sean obstáculo para la educación de los sectores más vulnerables de la sociedad. El uno quiere la guerra y el otro quiere la paz pero cada uno desde su mezquina óptica de negocios. Desde la seguridad o la prosperidad pero de los suyos, de los que ponen la plata para las campanas, de los que tienen cómo voltear los medios de comunicación a su favor, de los que generan opinión a punta de poder, de los que compran votos, conciencias, jueces, encuestadores y de los que alimentan la clase política que los ayuda a elegir. Ellos están en su negocio mezquino, su negocito, su negocio pírrico porque ni siquiera son como los grandes negociantes del mundo que ya han empezado comprender que el mejor negocio económico pasa por el negocio del bienestar social y que nunca será sostenible un negocio a costa del hambre de las amplias masas, de la pobreza generalizada o de la exclusión permanente. Les falta olfato a estos administradores de riquezas en medio de la pobreza para comprender que la sociedad de mercado implica que haya sociedad, para entender que para que haya consumidores tiene que haber ciudadanos con derechos, que para que haya mercado se necesita gente que tenga capacidad adquisitiva. Hay en Colombia hombres distintos, pensadores, políticos y humanistas que quieren otra cosa. Los hay en los partidos tradicionales, aunque escasamente; los hay en la academia, la industria y con menor presencia en el campo. Y en el Partido Verde y en sus alrededores se encuentran varios románticos y solidarios que todavía persisten por una salida democrática. Que sueñan con criterio social, que aspiran a lograr equilibrios económicos y sociales, que pretenden entregar sus vidas a una buena causa, pero que desafortunadamente, como nada es completo en la tierra, les sobran egos. Les falta grandeza espiritual y les falta saber jugar en equipo. Sí alguien bien intencionado se asomara a la historia actual de Colombia diría sí estos exalcaldes y estos exgobernadores se juntan pa peliala como decía La Lora Proletaria de Jorge Velosa, naiden los va a detener. Ellos están revueltos pero no juntos. Antanas, Lucho, Peñalosa Fajardo y Navarro deben juntarse hoy que el palo está para cucharas. Hoy más que nunca se evidencia la necesidad de un gobierno renovador en Colombia. Hoy retoma vigencia la tercería. Si estos tres cuatro o cinco tenores se deciden por meterse con grandeza en un proyecto alternativo pueden pegarle al tablero. Antanas dice que lo buscan para salvar el umbral y no le gusta eso. Pero señor Mockus: si lo mira con grandeza, eso es un piropo. A Peñalosa no le gusta que sus aliados sean los progresistas de Petro. Pero señor Peñalosa: si lo mira con grandeza, eso es un piropo. A Fajardo no le gusta mucho que lo busquen para que salve el partido. Señor Fajardo, eso es un piropazo. Y a Lucho le dicen que no se vaya, que no se rinda tan temprano, que aguante que esto se compone. Es un piropo. Y a Navarro lo invitan a la fiesta Verde. ¿No es eso uno de los piropos más preciados para un político al que le brindan la oportunidad de tomar la posta si sale ganador en la consulta? La verdad no es que haya unos soñadores que tercamente pensemos en que hay una nueva oportunidad para los verdes. Es que la hay si se mira, se piensa y se actúa con grandeza. Y es ahora o nunca. Y lo que ha de ser que sea. Todavía esperamos.
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