Nada es más peligroso que el triunfalismo. En materia de seguridad hay quienes creen que los problemas están bajo control y que el país debe darle prioridad a una agenda de paz. Para ellos la seguridad es un tema anticuado, asociado a ese personaje que odian como es Álvaro Uribe. Para los liberales y el Polo es de mala educación hablar de problemas de seguridad pues temen que el país caiga de nuevo en un escenario donde el tema sea el centro del debate político. De hecho, en Bogotá, el nuevo alcalde considera que lo que hay que hacer es desarmar a la población sin siquiera abordar el tema de las armas ilegales que representan el 95 por ciento de los asesinatos en Colombia según fuentes del Ministerio de Defensa.
Periódicamente la agenda de noticias nos recuerda que la seguridad sigue siendo la primera prioridad de los colombianos. Lo que Álvaro Uribe logró con esfuerzo y constancia no está del todo consolidado y en ciertas regiones del territorio hay un notorio retroceso en la materia. Quienes viven en los Llanos, Magdalena, Córdoba o Cauca dan fe del resurgir del secuestro y la extorsión. Lo que ha sucedido recientemente en Urabá por parte de las bacrim demuestra la vigente capacidad que tienen organizaciones al margen de la ley de atemorizar a la población. Y están los problemas de seguridad urbana que son un dolor de cabeza de la ciudadanía aburrida de ver a los hampones llevarse sus celulares, robar sus casas y carros. Los ciudadanos perciben que hay más robos, más droga en las calles y menos tranquilidad para salir.
Los temas de seguridad son complejos y dinámicos. La delincuencia evoluciona y desarrolla nuevas modalidades. Lo que se ha hecho en los últimos años ha sido importante pero no es suficiente. No es cierto que podamos levantar el pie del acelerador y podamos reducir el presupuesto de seguridad y defensa. Por el contrario, vamos a necesitar más inversión en seguridad pues estamos enfrentados a fenómenos delincuenciales cada vez más difíciles de combatir. Nada es más demagógico que afirmar que lo que derrota la inseguridad es la inversión “social”. Eso no ha sido cierto en ninguna época en ninguna parte del mundo. Lo que derrota a los hampones es la presencia de un Estado fuerte, con capacidad de reacción policial, con una justicia que no favorezca la impunidad y castigue con severidad. Solo ese tipo de actitud le permite al ciudadano recuperar la calle, dormir tranquilo, darle libertad a sus hijos y vivir sin miedo. A los hampones no les importa si hay colegios u hospitales. Les preocupa si hay seguridad y sanción.
El triunfalismo de quienes creen que el tema de seguridad no es importante es lo más peligroso que nos puede pasar en esta etapa de transición. Para que nuestra sociedad tenga niveles aceptables de seguridad va a requerir muchos años más de inversión y políticas firmes por parte del Estado. Si el Gobierno cree que ya ganó la batalla está muy equivocado y solo verá retrocesos. Políticamente sería una posición suicida la de considerar que los colombianos no valoran la seguridad. Los colombianos están dispuestos a cualquier sacrificio excepto el de volver a las época recientes en las que el miedo reinaba. El Gobierno se equivoca si cree que la seguridad democrática es un anhelo del pasado.