Un plebiscito sin plebe

Vie, 11/12/2015 - 14:57
El plebiscito por la paz es el remiendo que le ha puesto el presidente Juan Manuel Santos a su patrasiada con el referendo. El plebiscito es, como dicen los abogados de medio pelo, de suyo, un conejo
El plebiscito por la paz es el remiendo que le ha puesto el presidente Juan Manuel Santos a su patrasiada con el referendo. El plebiscito es, como dicen los abogados de medio pelo, de suyo, un conejo a los colombianos, así vaya cargado de las mejores intenciones, o signado por el sacro mandato de conseguir la paz. Pero al pan pan y al vino vino. Esta es una arriesgada apuesta típica de un buen jugador de poker en la que a falta de coherencia y sensatez resulta mejor irse con la ruleta de la suerte, ya sea con el case sugestivo o intimidante, según se vea, del todo o nada. El referendo era una brillante alternativa que habían encontrado los asesores jurídicos de Santos para atravesársele a la idea de una constituyente impulsada tanto por las FARC como por el uribismo. Y era una salida constitucional porque permitiría reformar la Constitución en los temas más álgidos de las negociaciones en La Habana. Pero como la paz es un deseo nacional que no se ha tratado como un derecho ciudadano ni como el resultado de un compromiso gubernamental para lograr la convivencia, sino que se concibe como un negocio de los poderosos para garantizar los niveles de rentabilidad en condiciones tranquilas, pues las decisiones se toman y se cambian según sus conveniencias. Si se pensara seriamente en una salida democrática al conflicto armado se habría convocado al pueblo y se confiaría en la voluntad popular, sin temor a una constituyente, que además ya ha sido probada en solución de conflictos colombianos. Pero el miedo al expresidente Alvaro Uribe y concretamente a que introdujera un articulito que permitiera su regreso al poder hizo que se descartara de plano la constituyente, aún a sabiendas de que las FARC hubieran acelerado el proceso de reintegro a la vida civil y desarme si se hubiera optado por ese mecanismo, que de paso abriría posibilidades a que el pueblo también se inmiscuyera en las desiciones futuras. No por el carácter democrático de las FARC sino por la necesidad de parecerlo. Claro que habrá quienes digan que en las actuales circunstancias en que los dineros y la fuerza intimidatoria de las bacrim y los paramilitares pueden voltear el fiel de la balanza, ni siquiera vale la pena imaginarse un escenario donde los constituyentes sean puestos por estos poderes oscuros. Pero ¿acaso alguien se imagina que en los otros ejercicios como el referendo o el plebiscito no van a hacer su aparición? Quizás desde las mafias de la contratación, los carruseles, los CVYs, las mermeladas y la corrupción política que merodea el Congreso, sean más legítimos esos poderes y esos dineros que los calientes, pero en todo caso el riesgo de manipulación existe en cualquier convocatoria para expresar la voluntad democrática. O alguien cree que la reelección  de Santos a punta de mermelada y compraventa electoral no es el resultado de una democracia enferma, o que eso es más tolerable que el cohecho que se presentó con la reelección de su antesesor? No es el miedo a Uribe, ni el miedo a que los dineros sucios terminen por generar resultados que no les convengan a las clases dirigentes, es el miedo a la democracia. Es miedo a que por vía de referendo se les cuelen los intereses populares. Santos se dio cuenta un poco tarde que había propuesto olímpicamente refrendar los acuerdos mediante este mecanismo, pero después en el camino de poner la propuesta en práctica se enteró de que por esa vía podría terminar perdiendo la refrendación popular. Si se someten las cosas a referendo tendría que hacer un buen número de preguntas en las que va y le contestan que no están de acuerdo. Por ejemplo ¿cree que los jefes guerrilleros pueden ir al parlamento? o ¿cree que no deben pagar cárcel? De seguro los ciudadanos votan no. Lo contrario implicaría un nivel de pedagogía popular a la que el gobierno no está dispuesto porque carece de credibilidad. Un gobierno adquiere credibilidad si se gana la confianza del pueblo y para eso habría que cumplirle a la ciudadanía. En otras palabras para que las amplias masas respondan favorablemente a un referendo es necesario que el pueblo sea considerado el aliado natural del gobierno. Para esto hay que gobernar para las mayorías y cumplirle sus pactos como única condición para recuperar la confianza perdida durante más de un siglo por aristócratas, burgueses, ricos y nuevos ricos que siempre han usado al pueblo en las consultas electorales y después lo dejan colgado de la brocha. Por eso hoy se necesita acomodar las cosas al estilo Uribe y con un articulito por vía legislativa se cambia el umbral para el plebiscito. O sea que la norma que intentaba prevenir el abuso de poder del ejecutivo al utilizar los mecanismos de participación ciudadana se eliminó de un plumazo. El 50% del censo electoral salvaguardista dio paso a un escaso 13%, con lo cual ahora se requiere la voluntad de una minoría para decidir por la mayoría. Tamaño diferencia con lo que hacía el gobierno anterior para lograr un articulito reeleccionista. Hace casi 60 años, prácticamente lo que lleva la violencia en Colombia, se necesitaron mas de 4 millones de votos por el sí para el plebiscito que dio origen al Frente Nacional, cuando el país tenía 14 millones de habitantes. Hoy el mismo país con una población de casi 4 veces más, por un articulito, requiere algo más que los mismos 4 millones de votos. O sea que será un plebiscito en el que no estará presente el “oscuro e inepto vulgo”. Producirá esto la legitimidad para refrendar los acuerdos en La Habana o se estará saliendo de eso por la vía fácil, la de la votación aplicada de los mermelados, que ignoran a los plebeyos. En todo caso no parece una lección de democracia lo que acaba de aprobarse en el Congreso. Parece más bien una lección de politiquería ramplona con toda su fauna, conejos, micos, lagartos, sapos, y hasta culebras, donde el gran ausente es el ciudadano y por supuesto las decisiones de la mayoría terminarán suplantadas. Y ya sabemos que de buenas intenciones está empredrado el camino al infierno.
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