No es usual que en épocas navideñas se devuelvan regalos, pero si las circunstancias lo ameritan debe serlo procedente.
Hace cerca de dos años el Congreso aprobó el cambio de nombre del Aeropuerto Eldorado por el de Luis Carlos Galán Sarmiento (Ley 1406 de 2010), decisión que fue objetada por el presidente de la República de entonces, y mal recibida por la comunidad en general. En su objeción Uribe invocó razones de inconveniencia y de inconstitucionalidad. Estas últimas, que son examinadas por la Corte Constitucional, no convencieron a ese organismo; por ello, el rebautizo prosperó.
Tal fuerza tomó el descontento por esa causa que en el actual Congreso hizo curso un nuevo proyecto de ley que pretendía restaurar el nombre de Eldorado, con buen suceso hasta el último debate, cumplido en la plenaria del Senado el pasado martes 13 de diciembre. Probablemente, aprovechando los afanes de la congestión del cierre de sesiones ordinarias, los señores senadores del Partido Liberal consiguieron que sus colegas optaran por otra decisión, la del camino del medio, y votaran por la denominación Aeropuerto Internacional Eldorado Luis Carlos Galán.
De nada sirvieron las argumentaciones técnicas de la Aeronáutica Civil y de algunos opositores sobre la inconveniencia de cambiar o modificar el nombre original, decisión que además de tener consecuencias fiscales y económicas obligaría a actualizar cartas de navegación aérea, documentos públicos e informativos aeronáuticos, y a modificar convenios y contratos administrativos suscritos por la autoridad aeronáutica. Estas y otras razones fueron esgrimidas desde la discusión de la primera modificación. Si desde entonces hubiera habido sensatez, deberían haber bastado para no tocar el nombre del aeropuerto bogotano.
Como debió haber bastado tan solo considerar que por más prominente que sea el nombre de un líder político, es muy difícil que llegue a equipararse en significación con un hito precolombino de trascendencia mundial como es la leyenda de Eldorado, motivo inspirador de la conquista de América y de la magia con que ojos de distintas latitudes han mirado estos territorios a través de la historia. Nada menos que ese valor es lo que nuestros señores congresistas han menospreciado con su caprichosa modificación.
Pero, en fin, en estas épocas de estrangulación de tradiciones y de desconocimiento de asuntos elementales ni siquiera el sentido común prevalece. Después, estos señores se hacen los que no entienden a qué se debe la fama que arrastran.
Al proyecto de ley modificado por el pleno del Senado le correspondió ir a conciliación antes de pasar a sanción presidencial. Una vez en manos de Santos, él puede sancionarlo u objetarlo; seis días tiene para hacerlo. Lo serio, por encima de los congracies ya acostumbrados, sería que lo objetara;con la sola invocación de razones de inconveniencia le bastaría; sustentostécnicos y sensatos son los que tiene para ello.
Mucho ayudaría si la familia Galán, tan beneficiada por los reconocimientos pos mortem a su esposo, padre y hermano, y en emulación de quien seguramente se habría opuesto a semejante reconocimiento, se manifestara en desacuerdo con ese regalo. No es suficiente que el Senador Juan Manuel Galán, por impedimento, no haya votado esta ley.