El mundo urbano actual está sobresaturado: demasiados automóviles, exagerado número de motocicletas, invasión de bicicletas, enorme número de vuelos diarios; lo cual produce vértigo, polución, ruido, accidentes… Muchas mascotas, colas en los bancos, las urgencias médicas repletas, el transporte público desbordado, los restaurantes llenos de comensales, las calles atiborradas, las cárceles sobrepobladas, los estadios a reventar, y en los parques y zonas de supuesto descanso no hay espacios libres.
Todo esto debido a la enorme cantidad de gente, la superpoblación, el aumento de la capacidad de producción y de oferta de bienes, la migración rural-urbana, y a que las ciudades se quedaron pequeñas por falta de planeación y por la incapacidad de controlar o gestionar el crecimiento.
En Colombia, nuestras ciudades están congestionadas, son un verdadero “hervidero humano” y de vehículos. Los andenes y las intersecciones no dan abasto, en las angostas calles y callejuelas cada metro cuadrado es disputado por buses, automóviles, motos y bicicletas, veloces y con ínfimo —por no decir nulo— respeto por las normas de tránsito y de urbanidad. En los barrios, donde debería haber más tranquilidad, se ven ríos humanos deambulando en todas las direcciones, casi como un panal; los centros comerciales son un espectáculo de multitudes y, en medio de tanto gentío, las zonas verdes son escasas.
Las insuficientes vías públicas están atiborradas de vehículos de todo tipo, con efectos negativos sobre el tiempo de transporte, la polución, los accidentes, la comodidad y la apariencia. Si a la congestión sumamos la falta de cultura cívica, de disciplina y de sentido de orden, el resultado es de verdadero caos urbano.
Lo grave no es el tamaño de la población sino la sensación de gentío, de aglomeración y de desorden. Gracias a las políticas de planificación familiar iniciadas en los años sesenta del siglo anterior, en el país tenemos cerca de 50 millones personas, que en términos de habitante por kilómetro cuadrado no es un número demasiado alto; en dos décadas podríamos llegar a 60 millones, cifra tolerable si la población está bien distribuida en las regiones.
Si bien la causa principal de la congestión es el crecimiento poblacional, cuando este se acompaña del aumento per cápita del consumo, con mayor capacidad de compra y el influjo de una cultura consumista, la sensación de congestión y de exceso es más evidente. Si somos más y consumimos más, terminamos depredando el planeta, contaminando aire y aguas, talando bosques, agotando las fuentes hídricas, empleando más energía, usando más combustibles para transportarnos, todo ello pasando una cuenta alta al medio ambiente y a los recursos de la naturaleza.
La población mundial creció a ritmo lento hasta el siglo XX, de forma que se podía mantener el equilibrio entre humanos y recursos naturales. A mediados del siglo anterior, la población mundial era de 2.500 millones de habitantes; en el año 2000 llegó a 6.000 millones, y para 2050 se proyecta en casi 10.000 millones . China y e India representan una parte considerable de la población humana, pero el crecimiento ocurre a una velocidad alta en todas las naciones, por lo que se proyecta para mediados del presente siglo una población urbana cercana a los 8.000 millones de seres humanos, los cuales tendrán una capacidad de consumo varias veces superior a nuestros congéneres de hace un siglo. Actualmente, más de 250 millones de personas habitan las primeras 20 ciudades, y en el 2050 la cifra podrá superar los 400 millones.
Existe un viejo debate entre economistas, demógrafos, políticos y filósofos sobre las ventajas y riesgos de tener una población numerosa y de su concentración en las ciudades. Sostienen algunas escuelas que, entre más habitantes tenga un país —si se dan ciertas condiciones como alto capital humano y social y niveles adecuados de ingreso familiar—, más alta será la capacidad de consumo, y ello eleva la demanda agregada, factor clave del crecimiento económico. De otro lado, la concentración de la población en ciudades facilita la provisión de servicios como la salud y la educación, y eleva la eficiencia de la actividad humana; normalmente los índices de calidad de vida son más altos en las ciudades que en el campo.
Otro factor clave para considerar es la proporción de personas mayores en la sociedad, con implicaciones económicas, sociales y humanitarias importantes. Los viejos producen menos, no aportan a la seguridad social y, en general, consumen menos algunos bienes y servicios, pero son altos demandantes de otros —como los servicios médicos y de protección social—. En algunas naciones europeas y asiáticas, los mayores de 65 años son más de la quinta parte de la población, con fuertes consecuencias en varios sentidos.
En Colombia existe la ventaja de tener cerca de 10 ciudades de buen tamaño, más o menos organizadas con sus planes de ordenamiento territorial; y otras 20, llamadas intermedias, con excelente potencial de crecimiento. En el aspecto negativo, la mayoría están ubicadas en la zona central y occidental andina y son receptoras de una amplia cohorte de desplazados de la violencia, calculados en cerca de 7 millones de compatriotas.
Ante los hechos consumados y la tendencia de las 30 primeras ciudades colombianas a continuar creciendo, ¿qué se puede hacer? Es necesario actuar desde ahora para anticipar los problemas de los siguientes 50 años, trabajando en todos los frentes: inclusión social y económica, educación, planificación familiar, mejoras en las ciudades y en el campo, construcción de infraestructura, protección ambiental y políticas públicas en muchos campos. Algunas megaciudades como Tokio, Ciudad de México, Sao Paulo, Seúl y Nueva York han hecho esfuerzos por “gestionar la congestión” construyendo y ampliando sus calles, estableciendo medios alternativos de transporte, modificando los horarios para las diferentes actividades, restringiendo el uso de automóviles y construyendo amplias zonas verdes. Pero esas medidas se refieren solo al tráfico, y no impactan todos los aspectos de la congestión humana.
Desde el DNP debería prepararse un “megaplan” de relocalización de futuras comunidades en las mencionadas ciudades colombianas o en otras nuevas. Los primeros pasos serían: continuar el desarrollo de los planes de ordenamiento territorial, mejorar la estructura impositiva y de ingresos de las ciudades, desarrollar la capacidad de gestión urbana, adquirir predios para la constitución de bancos de tierras, construir nueva infraestructura urbana y preparar la capacidad de oferta de servicios sociales y públicos.
Afortunadamente, cerca del 60 % del territorio colombiano está mínimamente poblado, y en una parte se podrían desarrollar nuevos núcleos urbanos sin alterar el equilibrio ecológico, particularmente en la región oriental cercana a la cordillera andina, en algunas zonas del litoral Pacífico y en áreas de frontera con países vecinos. Una proyección de nuevos poblados y el apoyo a la expansión de un centenar de actuales cascos urbanos intermedios podrán ayudar al albergue de por lo menos 10 millones de personas en los próximos 50 años.
Descongestionar nuestras ciudades para hacerlas más amables y funcionales debería ser un propósito nacional del próximo medio siglo. Si no empezamos la tarea en pocos años, el país será invivible.
Una sensación de congestión
Vie, 07/07/2017 - 05:09
El mundo urbano actual está sobresaturado: demasiados automóviles, exagerado número de motocicletas, invasión de bicicletas, enorme número de vuelos diarios; lo cual produce vértigo, polución,