¿Y Alvaro Uribe no tiene perdón?

Mié, 24/09/2014 - 18:25
La conclusión que puede sacar un ciudadano corriente que haya escuchado la andanada del senador Iván Cepeda contra el expresidente Álvaro Uribe no puede ser sino que el hoy senador y dirigente del
La conclusión que puede sacar un ciudadano corriente que haya escuchado la andanada del senador Iván Cepeda contra el expresidente Álvaro Uribe no puede ser sino que el hoy senador y dirigente del Centro Democrático debiera estar purgando una significativa condena por los delitos que a juicio del parlamentario del Polo ha cometido y que a su entender han pasado impunemente a través de los años. Y peor aún, que si tuviera la razón Iván Cepeda o Claudia López en que Uribe no es ni más ni menos que el padre del paramilitarismo en Colombia lo que queda evidente en este debate, que tiene más lengua que dientes, es que para ellos no hay perdón que le quepa a Uribe. El tema es al final un antisentido si lo que se quiere es pregonar la paz, como se supone que lo pretenden estos dos senadores antiuribistas. Recopilar una serie de hechos noticiosos y enlistar acusaciones de toda clase de antiuribistas para sacar conclusiones a punta de silogismos lo único que hace es echarle leña al fuego y en realidad no resulta muy reconciliador. No se hace un aporte a la cultura de paz que hay que sembrar si lo que se intenta es lograr que se desaten ánimos revanchistas o castigos ejemplarizantes; si lo que se destila es odio y retaliación. Además se desdibujan este par de senadores que de palabra vociferan cual machos pero no aportan una sola prueba para demostrar lo que creen sobre los nexos y responsabilidades de Uribe con el paramilitarismo.  El viejo truco de sumar hechos, hilvanados a la brava y narrarlos en medio de comentarios editoriales solo servirá para que la tribuna mamerta sienta que tiene un hombre de pantalones y para que los verdes radicales cuenten con una mujer de pantalones, pero muy poco aporta a la parte probatoria que sería la que al final podría hacer que las acusaciones dejaran de ser palabras y se convirtieran en evidencias. Porque por más airado el tono o por grandilocuentes las descalificaciones lo que el país de hoy quisiera escuchar son pruebas contundentes, pero no de esas que se le ocurren a cada quien, sino de hechos verificables, testimonios no manipulados o contenidos probatorios de los que harían decidir en derecho a cualquier juez serio y responsable. No se puede celebrar tampoco la actitud atorrante del expresidente Uribe, que abandona el lugar del famoso debate, así le haya parecido un mal montado show. Su deber, por talla presidencial que tenga, es asisitir, escuchar y por supuesto responder a las acusaciones. Entre otras cosas porque se perdió de una excelente oportunidad de desbaratar una a una de las sindicaciones en las que era notorio que de lo que se trata es de armar conjeturas de coparticipación criminal a partir de hechos y relaciones sociales, nexos económicos o lazos familiares. Porque para cualquier persona medio entendida en derecho, ser familiar, ser socio o tener negocios con alguien que cometa delitos no conlleva automáticamente la complicidad delictiva, que es a la postre la metodología utilizada por Iván Cepeda y coadyuvada por Claudia López. Es una lástima que se desperdicien tan olímpicamente talentos y capacidades de personajes que de seguro podrían dar para mucho en el ejercicio legislativo. Que bueno que el debate hubiera sido sobre la construcción del posconflicto y que desde las orillas tan diferentes que repersentan los protagonistas de este desinflado debate se discutiera sobre la forma de reconstruir el país a partir de los dolores de la guerra. Ojalá se trenzaran de las mechas para disertar sobre cómo es que se va a permitir el ingreso de los guerrilleros al parlamento o hasta qué grado de flexibilidad podría negociarse. Qué tal que la perorata mamerta de Cepeda siriviera para argumentar sin ambages la necesaria impunidad en un proceso de paz y que la dialéctica derechista de Uribe emulara a su contradictor con la inevitable búsqueda de reparación a las victimas de las FARC. Pero claro esto sería elevar el nivel del debate. Para lo cual se requiere que los protagonistas se eleven a la altura de las circunstancias, en las que mal que bien hoy se avanza en un proceso de paz que hay que ajustar con juicio y con grandeza y en donde la inteligencia se debe poner al servicio de la reconstrucción de Colombia y no de las trapisondas vengativas ni a las cuentas por cobrar. En ese sentido quien mejor se comportó fue el que menos puede hablar, ni mucho menos correr, el senador Antonio Navarro, quien puso el dedo en la llaga para que los líderes colombianos cualquiera que sea su ideología comiencen a pensar en el perdón, para que Colombia se visualice en la reconciliación como condición para salir de este atolladero. Y tal vez el que menos corre vuela porque pueda que ese discurso no levante polvareda pero al final será el sostenible. Hasta ahora lo que dejan ver los antiuribistas es que no les resulta muy cómodo que Uribe quiera ejercer una oposición férrea en el parlamento. Incluso los menos comprensivos parecen ser los que más se precian de demócratas. Tal vez Navarro esté en mejor nivel que Cepeda o que Uribe porque aprendió en carne propia la tolerancia. Él perdió una pierna y casi queda sin habla pero en cambio sus compañeros de pupitre perdieron cada uno a su padre por la intolerancia de las extremas. Y al parecer esas pérdidas son más difíciles de curar. Y por eso en el debate los dos perdieron, Uribe porque quedó como arrogante e irrespetuoso y Cepeda porque quedó como viceral en sus comentarios y sin respaldo probatorio y Claudia quedó muy macha pero sin soporte en sus afirmaciones. Mal presagio porque los debates debieran reflejar mayor contundencia filosófica y mostrar menos cabezas calientes. O si no van a quedar los unos como haciéndole el mandado a las FARC y los otros como saboteando el proceso. Y eso no agrega valor a la hora de hablar de paz, reconciliación perdón, reparación y justicia. Es hora de pararle el macho a los uribistas pero también a los antiuribistas porque al final ambos bandos terminarán como enemigos de la paz, unos por agazapados y otros por el camuflado.
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