Bombardeadas las víctimas por recomendaciones que van desde las metodologías de autoayuda hasta las creencias religiosas, se les dice que es necesario perdonar para sanar heridas. Que el perdón beneficia y alivia cargas emocionales, que permite dejar el pesado fardo del odio y el rencor y nos lleva al nirvana de la paz interior.
Todo suena muy bonito y hasta dan ganas de aplicarlo. Constanza Turbay, por ejemplo, cuando estuvo en Cuba como víctima de las Farc, dijo que había hecho un ejercicio de perdón y aceptó las excusas de Iván Márquez, que no fueron una solicitud de perdón por lo que pudimos leer sino una simple y fácil explicación del vocero de la guerrilla: “Eso nunca debió ocurrir”.
Y está bien que la señora Turbay haya tomado la decisión personal de perdonar. Para nada es criticable que en su ejercicio de sanación opte por no alimentar el odio y el rencor. Pero tampoco debe ser censurado el que toma un camino distinto, el del no perdón y no olvido porque muchas víctimas no encuentran motivos para olvidar su tragedia. Eso no significa que vivan un infierno interior sino que se reservan el derecho de recordar la maldad a la que fueron sometidas.
Dos artículos de prensa que me hicieron recapacitar sobre esto. El primero fue la entrevista de la revista Semana con el historiador alemán Hubertus Knabe víctima del régimen comunista en Berlín Oriental. Dice Knabe cuando le preguntan si en Alemania hubo reconciliación: “Voy a serle sincero: no tengo esa impresión. Y la razón es sencilla. Aquí los victimarios nunca se disculparon, nunca se mostraron arrepentidos. Hasta hoy vivimos una especie de guerra fría donde conviven bandos que se odian. Los victimarios parecen no sentir un cargo de conciencia. Y las víctimas no quieren tener nada que ver con ellos. La reconciliación no puede ser una política de Estado. Decidir si perdono o no a alguien es un proceso individual, y en Alemania no lo hemos logrado.”
Así de contundente y para probarlo relata su propia experiencia cuando después de la caída del muro de Berlín se da cuenta que sus dos mejores amigos fueron colaboradores de la policía secreta y lo espiaron para ofrecer información de sus actividades en la resistencia civil alemana. No los ha perdonado y no quiere saber nada de ellos.
El general Erlindo Mendieta regresó de La Habana después de verse cara a cara con unos victimarios que lo descalifican como víctima y lo llaman prisionero de guerra como justificación de todas las atrocidades que cometieron con él.
En la crónica de El Tiempo cuentan que el encuentro fue tenso, que el General en su intervención recordó los 12 años de sufrimientos en manos de las Farc y a su turno Iván Marquez, sin mencionarlo dijo “que una cosa eran las víctimas del conflicto y otra los prisioneros de guerra”, para dejar establecido que en la guerra no hay posibilidad de que los prisioneros sean víctimas.
Así que ¿las atrocidades de las cárceles de las Farc, sin juicio, sin derecho a visitas, sin asistencia médica, amarrados con cadenas, no podrán revisarse en la negociación? Si esto es así, ¿habrá posibilidad de perdón? O¿ pasará como dice el historiador alemán: los victimarios nunca se disculparán, nunca se arrepentirán y tendremos que vivir una sociedad dividida, por muchos años?
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Y, ¿si no perdono?
Lun, 06/10/2014 - 16:52
Bombardeadas las víctimas por recomendaciones que van desde las metodologías de autoayuda hasta las creencias religiosas, se les dice que es necesario perdonar para sanar heridas. Que el perdón ben