Veo la lluvia borrar vidas, animales, carreteras y pueblos. Me pregunto cuál es la oportunidad de establecer juicios de responsabilidad. Estamos en un país donde todo acontece y nada pasa. El gobierno culpa a las Corporaciones Autónomas Regionales por la corrupción y la politiquería que las doblega. Las CAR señalan a los alcaldes por autorizar licencias de construcción en lugares peligrosos. El Ministro del Transporte piensa que es la deforestación. El Jefe del Estado invoca el cambio climático. En lo único en que todos están de acuerdo es en que la responsabilidad es de otro. Nadie falló y nadie será culpable. Cuando las aguas bajen, desaparecerá la presión política y mediática hasta el próximo invierno cuando escucharemos de nuevo los acordes del vals del “yo no fui”.
Mientras tanto miles de colombianos han perdido todo lo que tenían. Los costos económicos serán billonarios, el país estará semanas o meses incomunicado, perdiendo mercados, empleos y competitividad. Y nada pasará pues el Estado es un ente amorfo, ineficiente y corrupto que se justifica a sí mismo sin importar su función de promover el interés general. En el fondo, el Estado es un agente que poco le importa lo que le suceda a las poblaciones afectadas, a los empresarios golpeados y mucho menos al medio ambiente.
La historia muestra que los estados modernos nacieron para cumplir cinco funciones básicas que no pueden ser ejercidas por los particulares. La primera de ellas es la seguridad interna. La segunda la defensa nacional, la tercera la administración de justicia, la cuarta la emisión de moneda y la última el manejo de las relaciones internacionales. De estas responsabilidades, la única que el Estado colombiano cumple es la emisión de moneda. En todas las demás el servicio público está caracterizado por fallas protuberantes. No podemos salir a las calles con tranquilidad. El colombiano tiene miedo de los bandidos y no lo contrario. Nuestras fronteras son coladeras por la que fluyen terroristas, narcotraficantes, contrabandistas y todo tipo de actividades ilegales. Hay más de dos millones de procesos represados y una causa en Colombia puede durar décadas. La justicia es lenta, ineficiente y corrupta. La diplomacia es un reservorio de favores políticos, sin estrategia ni visión geopolítica.
El Estado no cumple debidamente estas responsabilidades básicas. Pero en cambio se inmiscuye en miles de otras funciones que realiza de forma ineficaz, con gran despilfarro de recursos. Peca por acción y por omisión. Está presente donde no debería intervenir pero ausente ahí donde su presencia es indispensable.
¿Para qué sirve el Estado? Creo que es una buena pregunta que los colombianos no quieren abordar. Debería cumplir con esas cinco funciones básicas antes enumeradas. Si así lo hiciese tendríamos leyes que se cumplirían, podríamos dormir tranquilos, contaríamos con una moneda sana y no nos daría pena nuestra representación en el exterior. Con eso bastaría. Para ser felices no necesitamos más Estado, más impuestos, más normas y mucho menos requerimos más burocracia.