La defensora de los animales

Vie, 10/05/2013 - 12:43
El punto de encuentro fue el Parque Nacional, sobre el mediodía una multitud de voces se alistaban para reclamar al Alcalde de Chapinero la medida absurda de prohibir la entrada de animales a lugares
El punto de encuentro fue el Parque Nacional, sobre el mediodía una multitud de voces se alistaban para reclamar al Alcalde de Chapinero la medida absurda de prohibir la entrada de animales a lugares públicos y protestar por el desatino político de considerar que en la ciudad los únicos que tiene voz y voto son las personas. Entre ladridos, maullidos y silbidos multiformes la marcha que en un comienzo parecía una reunión de indignados tomó la fuerza de un movimiento cívico que desbordó las expectativas de los más optimistas y convenció a los timoratos de que la defensa de los animales no es otra que la defensa de la vida. Al frente de la marcha, con su presencia cordial y enérgica estaba Marcela Ramírez, que hace unas semanas falleció. “El amor por los animales lo aprendió de Elvia, su abuela materna, que de pequeña visitaba y compartía las tardes después del colegio mientras sus padres se trabajaban”. Me cuenta Luis Felipe Giraldo, su esposo, mientras organiza la oficina de Marcela en la Redpaa (Red de Protección Animal y Ambiental), que crearon en el 2007 con el fin de unificar esfuerzos y coordinar el trabajo para la defensa de los animales. Hacía quince años, él, un joven periodista que estaba terminando su carrera hizo un reportaje sobre el maltrato de los animales de la calle en el centro de Zoonosis de Bogotá, “envié el reportaje a QUAP durante la Alcaldía de Antanas Mockus, que tuvo buena acogida… en esas coincidí con ella, ese fue nuestro primer contacto”. El impactó de su trabajo periodístico fue el inició de la concientización por los animales en la ciudad. Solo los animales usan pieles En aquellos años Marcela Ramírez trabajaba en un gimnasio como instructora de aeróbicos. Se levantaba a las cinco de la mañana y salía a hacer ejercicio con 'Muñeca', una pastora alemán. Hábito que comenzó cuando era estudiante de Historia y Patrimonio en la Academia de Historia de Colombia, y que se fue afianzando con los años, la experiencia de la vida y la lucha que emprendió junto con su esposo, sustentada en el compromiso y la disciplina de un propósito de vida. En el camino los amigos se fueron uniendo a su causa, como el senador Camilo Sánchez, “era una líder natural, una persona comprometida con una causa, con una razón de vida, algo extraño en estos días…”. En diciembre del 2012, el Congreso de la República le otorgó la Gran Cruz de Gran Caballero. Un reconocimiento y una homenaje en vida, “tal como debe hacerse siempre”, contó Sánchez. Condecoración que tuvo una satisfacción adicional: la conformación de la “Bancada Animalista”, un grupo de parlamentarios, diputados, congresistas y personas cercanas al poder legislativo e identificadas con el proyecto de Marcela. Un año antes este grupo convocó a una marcha multitudinaria que llenó hasta los topes la Plaza de Toros la Santamaría. Más de diez mil amos junto a sus mascotas y un centenar de simpatizantes caminaron desde la Plaza de Bolívar como un acto no tanto de protesta sino de manifestación incuestionable de la causa animal. “Fue una caminata llena de jolgorio, de alegría, recuerdo mucho que después de la marcha ella (Marcela) me regaló un perrito…”, una forma de agradecer su apoyo a Celia López, quien todavía conserva a Narazil, un pekinés que lanzaba ladridos sin parar mientras conversaba con ella. Sin embargo, la marcha sufrió un revés mediático por un despiste garrafal: ese día se celebraron las elecciones en Venezuela y la atención estuvo centrada en Caracas. Demasiado humana Cuando Marcela Ramírez comprendió que la causa por los animales requería de toda su energía y entrega, dejó su trabajo y se dedicó de lleno a organizar y fortalecer la Redpaa. Convocó amigos, recibió a decenas de voluntarios y creó el periódico ‘Voz Animal’ con la ayuda de Camilo Sánchez. “Trabajaba sin parar, desde las cuatro de la madrugada cuando se levantaba a responder correos hasta las once o doce de la noche”, me cuenta su esposo, que no oculta la tristeza cuando afirma que dejó de pensar en ella misma y dedicó a servir a los demás, a tal punto que ni siquiera tenía tiempo para hacerse los chequeos médicos de rutina. Pero como el tiempo no se detiene ni los hechos se modifican, es inútil conjeturar qué hubiese pasada si ella hubiera dedicado más tiempo a su salud, no sólo en la enfermedad que la agobió en los últimos meses sino en su diario vivir, pues comía mal, dormía poco, tomaba Coca Cola y almorzaba comida chatarra en exceso, algo extraño en una persona que dedicó a cuidar y fortalecer su cuerpo y el de los demás. No es redundante recordar situaciones cotidianas ni los propósitos finales de su trabajo, como pelear en la calle con los llamados “zorreros”, por maltratar a sus caballos o alquilar una casa en Nueva Marsella, en el occidente de Bogotá, donde albergó a perros y gatos abandonados en la calle, que ella y su equipo curaron y regeneraron para ser adoptados, aunque la agobiaba la incertidumbre de no tener para la comida o las vacunas. Dio en adopción a más de 600 mascotas y otros tantos esperan la suerte de un hogar y un amo que los proteja. Por si fuera poco, una denuncia permitió crear las ‘Patrullas Caninas’ y se logró la libre circulación en los medios de transporte, la prohibición parcial de las corridas de toros, y el proyecto por una ley de protección animal impulsada desde el Congreso, donde hace un mes se celebró el V Foro de Protección Animal, evento al que ella no pudo asistir. Tampoco es necesario hacer una hagiografía sobre ella, pues tuvo los defectos y las virtudes de todo ser humano. Sufrió los embates de la vida: el esfuerzo, la angustia y el aislamiento por su trabajo, así como los reveses de quienes no compartían su visión de la sociedad. Dejó una lección a quienes de una u otra forma compartieron con ella: para ser verdaderamente humanos no debemos limitarnos a nosotros mismos.
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