El irlandés Samuel Beckett vivió la Primera Guerra y también la caída del muro de Berlín, y la también la Segunda Guerra, en la que además participó trabajando como mensajero para los franceses y escapando a duras penas de la Gestapo. Y para expresar todo esto, todos los grandes sucesos y conflictos del siglo XX, escribió una obra en la que no sucede nada de nada.
Durante su corta carrera académica estudió a grandes escritores europeos, entre los cuales Proust y Dante pero sobre todo James Joyce. De él se hizo amigo y colaborador, y le ayudó en la investigación de Finnegans Wake, su obra culmen. Pero aunque la amistad con Joyce fue muy productiva para su investigación académica, no lo fue tanto para su incipiente obra literaria, que en cambio se vio desvirtuada por la genialidad de la obra de Joyce.
Es entonces que Bekcett, radicado en Francia, regresa a su natal Irlanda y tiene la epifanía que habría de marcarle el camino literario hasta el final: la literatura de Joyce nacía de un intento de abarcar y fusionar todo el conocimiento humano; la de Beckett intentaría despojar al ser humano de todo lo que sabe y lo que tiene.
En esa línea está escrita Esperando a Godot, sin duda su obra de teatro más famosa. En el primer acto no pasa nada (Godot no llega), y el segundo, que es una versión del primero, tampoco: es una obra en la que no pasa nada no una sino dos veces. De su obra narrativa tal vez lo más importante sea la trilogía que contiene las novelas Molloy, Malone muere y El innombrable, en las que no solo ocurre muy poco sino que los personajes no tienen mucho más que sus recuerdos, y a veces ni siquiera eso, ni siquiera su identidad.
Los críticos han dicho que la obra de Beckett es existencialista, que tiende al minimalismo, que es tomada de Sartre, que es producto de su depresión personal, que la escribió parado de cabeza…
Pero la obra de Beckett no busca aliarse ni legitimar ninguna corriente filosófica o psicológica, sino reducir al ser humano a las mínimas condiciones de supervivencia, desprovisto de todo lo que es superfluo, para poder entenderlo mejor, para poder permitirnos a nosotros, sus lectores, poder entenderlo mejor. Y vaya que lo logró.
En 1969 le dieron el premio Nobel de literatura. Veinte años después, recién fallecida su esposa, murió Beckett. Como instrucciones para su entierro, pero a la vez como una metáfora de su obra, dejó dicho: “mi lápida puede ser de cualquier color, con tal de que sea gris”.
Samuel Beckett
Mar, 21/12/2010 - 23:58
El irlandés Samuel Beckett vivió la Primera Guerra y también la caída del muro de Berlín, y la también la Segunda Guerra, en la que además participó trabajando como mensajero para los francese