La respuesta de Trump al coronavirus fue más que incompetente

Sáb, 12/09/2020 - 08:51
Hasta esta semana pensaba que el manejo desastroso de la COVID-19 por parte del presidente Donald Trump era simplemente negligencia.

La mayoría de los casos en los que los automóviles matan a los peatones seguramente reflejan negligencia: los conductores estaban demasiado ocupados hablando por el celular o pensando en sus partidos de golf como para darse cuenta de que un anciano cruzaba la calle delante de ellos. Un puñado son actos de homicidio, como cuando un hombre mató a una mujer al dirigir su auto directamente contra los manifestantes en un mitin neonazi en Charlottesville, Virginia.

Sin embargo, los conductores a veces terminan matando a otras personas porque incurrieron en un comportamiento claramente peligroso, como conducir muy por encima del límite de velocidad y pasarse varios semáforos en rojo. Las muertes resultantes no se consideran un asesinato. Pero pueden considerarse un homicidio involuntario, que es cuando una persona no tenía la intención específica de matar a alguien, pero sus acciones irresponsables acabaron por quitarle la vida de cualquier modo.

 

Hasta esta semana pensaba que el manejo desastroso de la COVID-19 por parte del presidente Donald Trump era simplemente negligencia, incluso si esa negligencia era intencionada; es decir, que no entendía la gravedad de la amenaza porque no quería oír hablar de ella y se negó a tomar medidas que podrían haber salvado miles de vidas estadounidenses porque implementar políticas efectivas no es lo suyo.

No obstante, estaba equivocado. Según el nuevo libro de Bob Woodward, “Rage”, no es que Trump no supiera; a principios de febrero sabía que la COVID-19 era mortal y que se transmitía por vía aérea. Y no estamos hablando de recuerdos que se contraponen: Woodward tiene una grabación de Trump. Sin embargo, el mandatario siguió celebrando grandes mítines en interiores, menospreciando las medidas de precaución y presionando a los estados para que reabrieran la economía a pesar del riesgo de infección.

Y sigue haciendo esas mismas cosas, incluso ahora.

En otras palabras, una gran fracción de los más de 200.000 estadounidenses que seguramente morirán de COVID-19 para el día de las elecciones habrán sido víctimas de algo mucho peor que mera negligencia.

Hay que decirlo claramente: si un ciudadano particular hubiera hecho lo que ahora sabemos que hizo Trump sin duda estaría en serios problemas jurídicos. Por ejemplo, pensemos en las demandas que probablemente se interpongan contra el director ejecutivo de una empresa que sabía que el lugar de trabajo de su compañía era peligroso pero que mintió sobre ello, se negó a tomar medidas y amenazó a los trabajadores con despedirlos si no se presentaban a laborar.

Ahora bien, Trump no se enfrentará a una rendición de cuentas comparable, en parte por el cargo que ocupa, en parte porque el partido que dirige es pusilánime y no lo hará responsable de nada. Pero dejemos de lado el hecho de que tenía conocimiento por un momento, ¿de acuerdo? La enormidad de la mala conducta de Trump debería ser la historia principal aquí, no la especulación sobre si enfrentará alguna consecuencia.

¿Hay alguna excusa para las acciones de Trump? Un argumento que a veces se escucha es que, una vez que se ajusta a la población, se encuentra que algunos países europeos han perdido casi a tanta gente por la COVID-19 como el Estados Unidos de Trump, aunque nuestra reciente tasa de nuevas muertes es mucho más alta, por lo que pronto nos alejaremos del pelotón.

Sin embargo, cuando las acciones de un ciudadano ordinario ocasionan la muerte de otra persona, tanto las circunstancias como la motivación importan.

De los demás países con altas tasas de mortalidad, Italia fue la primera nación occidental en tener un brote importante y hubo muchas muertes antes incluso de que los expertos comprendieran en su totalidad lo que había que hacer.

Suecia y el Reino Unido sufrieron mucho porque en un principio confiaron en la doctrina de la “inmunidad de grupo” para resolver la pandemia. Esta fue una política terrible, que el Reino Unido acabó por abandonar. De manera oficial, Suecia nunca cambió su política, aunque en la práctica terminó recurriendo al distanciamiento social generalizado.

No obstante, hay una gran diferencia entre los errores, aunque sean mortales, y el engaño deliberado. Solo en Estados Unidos el jefe de Estado sabía que estaba tranquilizando a la gente sobre una enfermedad que él sabía no solo que era mortal sino además de fácil propagación.

Trump justificó su ocultamiento de los peligros de la COVID-19 como un deseo de evitar el “pánico”. Eso es mucho decir de un tipo que comenzó su presidencia con advertencias sobre la “carnicería estadounidense” y que actualmente está tratando de aterrorizar a los suburbios con visiones de hordas desbocadas de antifascistas. Pero, ¿exactamente cuáles eran los peligros del pánico que le preocupaban?

Después de todo, decir la verdad sobre el coronavirus no habría sido como gritar “¡Fuego!” en un teatro lleno de gente. Lo único que el temor hubiera motivado a hacer a la gente habría sido quedarse en casa cuando fuera posible, evitar las aglomeraciones, lavarse las manos, entre otras cosas. Y todas estas acciones eran algo que la gente debería haber estado haciendo. De hecho, una vez que la gente comenzó a “entrar en pánico” en lugares como Nueva York, las tasas de infección bajaron mucho.

 

Por supuesto, todos tenemos una idea bastante buena de lo que Trump estaba diciendo en realidad: a lo largo de esta crisis, fuentes fidedignas han informado que quería restarle importancia a la crisis por miedo a que las malas noticias pudieran dañar su amado mercado de valores. Es decir, sintió que necesitaba sacrificar miles de vidas estadounidenses para apuntalar el Dow.

Resulta que estaba equivocado: las acciones se han mantenido altas a pesar del creciente número de muertes. Pero el hecho de que se equivocara sobre lo que había que sacrificar no altera el hecho de que su voluntad de hacer ese sacrificio fuera totalmente inmoral.

El resultado final es que está mal decir que Trump manejó mal la COVID-19, que su respuesta fue incompetente. No, no lo fue; fue inmoral, rayando en lo criminal.

Por: Paul Krugman

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