
El domingo 28 de septiembre de 2025, el municipio de Grand Blanc, Michigan, vivió una de sus jornadas más oscuras. Lo que debía ser un día sagrado en la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días terminó en tragedia, cuando un hombre de 40 años irrumpió violentamente contra el templo y abrió fuego contra los feligreses.
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El nombre del sospechoso era Thomas Jacob Sanford, un residente de Burton, exmilitar y veterano de la guerra en Irak.
Sanford había servido como sargento entre 2004 y 2008, tiempo en el que participó en la invasión a Irak y recibió varias condecoraciones. Su pasado militar parecía haber quedado atrás, pero el domingo regresó a la escena pública como el presunto responsable de una masacre.
Años después, su vida dio un giro personal profundo. Estaba casado y era padre de un niño pequeño que nació con un raro trastorno genético, el hiperinsulinismo congénito, una condición que lo obligó a largas estancias hospitalarias y a someterse a varias cirugías en el páncreas. La familia recurrió a campañas de donación en GoFundMe para cubrir los costos médicos.
La situación no solo los afectó emocionalmente, también económicamente. Sanford tuvo que pedir licencia en su trabajo como conductor de camión de Coca-Cola para acompañar a su hijo en los tratamientos. En entrevistas a medios locales, confesó: “Nunca des por sentado tener hijos sanos. Pasé cuatro años en los Marines y estuve en Irak, y esto sigue siendo lo más difícil a lo que enfrentarse”.

En redes sociales familiares se le veía como un hombre ligado a la vida rural, apasionado por la caza, con fotografías posando junto a ciervos y otras presas.
El inicio del horror
La mañana transcurría con normalidad en la capilla de McCandlish Road, donde decenas de familias participaban de un domingo de ayuno, una tradición en la que los fieles donan alimentos o dinero a los más necesitados.
De pronto, la tranquilidad fue interrumpida: Sanford embistió con su camioneta la fachada del templo, vehículo en el que ondeaban dos banderas estadounidenses. Acto seguido, roció gas como acelerante y desencadenó un incendio.
No se limitó a eso. Armado y con presuntos explosivos, abrió fuego contra los asistentes. La confusión se apoderó de la iglesia: adultos protegiendo a los niños, gritos de auxilio, cuerpos desplomados entre las bancas.
El operativo policial
La llamada al 911 alertó a las autoridades. Según el jefe de Policía de Grand Blanc, William Renye, los agentes llegaron en apenas 30 segundos. Dos oficiales persiguieron a Sanford y lo abatieron tras un intercambio de disparos ocurrido ocho minutos después del inicio del ataque.
Aun así, el saldo fue devastador: cuatro personas muertas y ocho heridas, una de ellas en estado crítico. Dos de las víctimas fueron halladas entre los restos calcinados del templo.
Una iglesia en ruinas
El fuego consumió la capilla, un edificio antes reconocido por su aguja blanca, ahora reducido a escombros y cenizas. Bomberos lucharon durante horas contra las llamas, mientras vecinos conmocionados observaban cómo desaparecía un símbolo de su comunidad.
El humo dejó en el aire un recordatorio imborrable: lo que había sido un lugar de oración y encuentro ahora era una escena de devastación.

Investigación y temor en la comunidad
Tras la muerte de Sanford, la Policía Estatal de Michigan recibió múltiples amenazas de bomba contra otras iglesias, aunque resultaron falsas. El FBI asumió la investigación y catalogó el hecho como un “acto de violencia selectiva”. Las autoridades no han esclarecido aún las motivaciones del atacante, pero no descartan un trasfondo religioso.
La tragedia golpeó aún más a los feligreses, quienes ya estaban de luto por la muerte del líder mundial de su iglesia, Russell M. Nelson, ocurrida apenas un día antes.
Una comunidad marcada por la violencia
El jefe Renye lo resumió con crudeza: “Algunas víctimas estaban demasiado cerca del incendio y no pudieron salir”. El ataque de Sanford convirtió un domingo de ayuno en una pesadilla que dejó a la congregación herida y sin su templo.
Grand Blanc se suma así a la lista de comunidades religiosas en Estados Unidos golpeadas por la violencia armada, un fenómeno que sigue arrebatando vidas y destrozando lugares de fe