El rebelde, nadaísta y bohemio que negocia la paz de Colombia

Mar, 03/09/2013 - 13:55
Una vez a la semana se reunía la logia completa en un salón de tertulias ubicado en la carrera 20 como con calles 24 o 23.  La Manizales de entonces, tan conservadora y correcta, no lograba aislars
Una vez a la semana se reunía la logia completa en un salón de tertulias ubicado en la carrera 20 como con calles 24 o 23.  La Manizales de entonces, tan conservadora y correcta, no lograba aislarse de la convulsión global de mediados de los sesenta; tiempos de revoluciones y movimientos sociales, de rebeldías juveniles y surgimiento de ídolos, de música, arte y literatura europea, estadounidense y del boom latinoamericano. El grupo de jóvenes, del que hacía parte Humberto de la Calle Lombana, veía con fascinación la vida de “allá afuera”. Casi finalizando la tarde de cada jueves salían de la facultad de Derecho en la Universidad de Caldas y se encontraban en su cuartel de las ideas, en el que hablaban sin ataduras de los desastres del mundo, como entonces lo percibían. Las tertulias solo comenzaban con algunos cigarrillos piel roja y acaso unos tragos de aguardiente. Algunos de los mejores oradores, entre ellos Humberto, se tomaban la vocería, declamaban poemas, leían capítulos de libros escritos por García Márquez, Ernesto Sábato, Julio Cortázar o Mario Vargas Llosa. Discutían con deleite sobre las obras de Albert Camus, Hemingway, Sartre, Faulkner y Steinbeck. Terminaban en acalorados debates sobre la política caldense, paisa y colombiana. Resultaban en consensos de rechazo al intervencionismo gringo que intentaba ahogar las revoluciones latinas, de las que de seguro percibían el aliento del imperialismo soviético. Humberto retomaba la palabra y aprovechaba para leer algún escrito suyo, no necesariamente un poema, tal vez sobre política. Luego concluían comentando de la vida. En varias de sus conversaciones recordaban anécdotas de la niñez de Humberto, lo que le daba cierto protagonismo que no reclamaba. Comentaban, con una copa de vino, que De la Calle en el colegio era el mismo irremediable rebelde de las ideas. José Fernando Escobar, uno de sus más cercanos amigos que pertenecía al círculo bohemio, dijo que terminaron hablando de la vez que Humberto formó polémica con el padre Raúl, el profesor de filosofía del Colegio Mayor de Nuestra Señora, donde cursaron el bachillerato. “En una de esas clases hablábamos sobre la ‘nada’. Con ironía Humberto le dijo: Padre, si usted habla de la ‘nada’, ya está hablando de algo, por lo tanto la ‘nada’ no existe. Por esas discusiones terminaba siempre seleccionado para debates con universitarios de la facultad de filosofía. Para esa época estaba muy en boga todo lo del existencialismo”, comentó Escobar. Su grupo de intelectuales en formación durante sus años de universidad fueron el secreto a voces que más apreció de su juventud. Cuando con los meses fortalecieron un lazo intelectual tan especial decidieron crear el grupo Las 13 pipas. Enrique Quintero, otro de los más cercanos amigos de De la Calle y cofundador de Las 13 Pipas, recuerda que entre diálogos sobre cultura, teatro, pintura y política, cautivaron a varios pensadores de la región que acudían a sus conversatorios literarios fumando pipa, entre ellos a Iván Cocherín, y en otra oportunidad hicieron referencia a uno de los cuentos del escritor ruso Iliá Erenburg, llamado Las 13 Pipas. Por eso el nombre de su sociedad. Por la moda adquirieron pipas y en ellas fumaban tabaco, para reemplazar los cigarrillos. Humberto de la Calle se sumó a este vicio, aunque muy pronto lo dejó. En cambio era un extraordinario jugador de cartas, una fiera en este hobby según otro de sus camaradas, Ariel Ortiz Correa, quien añade también que con el tiempo se convirtió en un admirable catador de vinos y un destacable jugador de golf, “en sus años mozos”. Fue tímido pero fiestero, sociable, amante de la música de The Beatles, del tango y del vallenato. Humberto de la Calle, Kienyke Además de destacado intelectual, Humberto de la Calle era un sobresaliente jugador de golf, de cartas y amante del buen vino, del tango y del vallenato. El Humberto de la Calle bohemio era un admirador y defensor de los pensamientos liberales y progresistas. Un hombre aplomado en sus discusiones públicas y también abierto para que en Las 13 Pipas participaran cuantas visiones del mundo fueran posibles. Para él todas fueron muy valiosas. Sus compañeros destacan su defensa profunda por las ideas que en ese momento eran de tajo rechazadas por la curia de Manizales. Varias veces se vio en problemas por sus discursos en la universidad y no temía expresar su respeto a la homosexualidad (pues admiraba a escritores y artistas homosexuales) y el consumo de marihuana. Eso sí, todos sus amigos aseguran que nunca fumaron cannabis, aunque veían con normalidad que muchos de los estudiantes del campus lo hicieran. En cambio se sentían atraídos por el vino, el aguardiente y el tabaco. “Queríamos parecernos a la gente fina europea”, estima Escobar, mientras recuerda sobre el fin de su grupo de tertulias: “Como todo; se forma de la nada y termina a veces en la nada. Las distintas obligaciones nos hicieron alejarnos un poco, por otros caminos de la vida”. Humberto, el rebelde En la universidad, De la Calle fue siempre un joven aplomado, correcto y tranquilo. En plaza pública podía subir el tono y su vehemencia durante un discurso pero, como buen orador, lo hacía con la intención de cautivar a las masas. Cuando era necesario se unía a protestas y huelgas educativas. En alguna oportunidad también participó en una pedrada. Ariel Ortiz Correa recuerda una marcha universitaria “muy grande, fue nacional”. En una de las concentraciones tanto Ortiz como De la Calle ofrecieron un discurso a la multitud académica, en la que hicieron referencia a que Estados Unidos pretendía formar una base militar en el norte de Colombia. “Humberto se refirió a eso e incitó al resto de estudiantes a que nos fuéramos al centro Colombo Americano en Manizales. Pero nunca dijo que fuéramos a tirar piedras, aunque en esa ocasión se armó una pedrada. Pero en esa época era simpático o inocente, porque los estudiantes no tiraban a darles a los policías ni los policías a los estudiantes. Pero lo cierto fue que resultó un agente lesionado, y como Humberto fue el que llevó a los estudiantes allí, el que dio el discurso incendiario, la gobernación se le fue en contra y lo detuvieron en la policía. El decano Adolfo Vélez dirigió la operación de rescate y Humberto salió. Después demostramos que nosotros, cuando empezó la pelotera, nos fuimos a una fuente de soda cerca. Humberto no tiró ni una sola piedra, y creo que no la ha tirado jamás”, aseguró. Humberto de la Calle, Kienyke Varios de sus compañeros e incluso alumnos de facultad dicen que Humberto de la Calle participó en varias protestas estudiantiles. Sus más cercanos amigos aseguran que jamás fue un 'tira piedras'.  Humberto nunca fue agresivo, mas sí fue un rebelde. Su línea de pensamiento siempre fue hacia la izquierda, pero prefería no inscribirse en movimiento alguno, más que Las 13 Pipas. Para su amigo Ariel Ortiz, De la Calle “tiene muchas cosas en la cabeza, un fino sentido del humor. Así que tímido, como dicen muchos, nunca fue. Cuando participaba en alguna tertulia nadie se interesaba en interrumpirlo porque querían escucharlo”. Huberto, el nadaísta José Fernando Escobar dice que desde la secundaria Humberto de la Calle se sintió atraído por la literatura europea de corriente existencialista. Luego, saliendo del colegio se le vio encantado por los escritos de Gonzalo Arango, fundador del nadaísmo. Compaginaba con los fundamentos del manifiesto que llegó a Manizales y luego compartiría un par de momentos con sus principales precursores. Pero de todas formas De la Calle fue un nadaísta por convicción, no un activista reaccionario como Arango, Elmo Valencia, Amílcar Osorio y Jotamario Arbeláez. Este último describió a KienyKe.com la primera vez que ellos, los protagonistas del nadaísmo, se encontraron a ese muchacho “flaco, inquieto, mamagallista, gran lector de literatura existencialista y surrealista”, con quien no hubo mucho tiempo para intimar, pues eran los tiempos “de la borrasca”. Tampoco hay fecha para precisar ese momento, pero atinan a decir que eran los inicios de los sesenta. Desde Cali y Medellín, el ala nadaísta viajó a Manizales en busca de quienes quisieran compartir el inconformismo que depositaban. Arbeláez dice que De la Calle era muy joven y les apoyó en la convocatoria para una conferencia en la Universidad de Caldas, de la que terminaron expulsados, no sin antes agarrar a botellazos los ventanales del periódico La Patria, que había publicado un editorial que los insultaba. Los nadaístas de pura cepa fueron recibidos como héroes en Pereira por un joven llamado César Gaviria. “Resultó curioso que este par de jóvenes (De la Calle y Gaviria), simpatizantes de nuestro ideario bárbaro y que entonces no se conocían, resultaran 30 años más tarde el presidente y su ministro de Gobierno”, relató Arbeláez. Pero fue esa la única vez en la que Humberto acompañó de frente a los padres del nadaísmo en alguna actividad pública. Incluso en Manizales no militó en con el grupo que allí los representaba, comandado por Mario Escobar Ortiz. No obstante nunca negó su aprecio por esas ideas, ni mucho menos por Arango y los otros nadaístas. Muchos años más tarde, en el 96, Jotamario Arbeláez era secretario de Cultura de la Gobernación de Cundinamarca y a su posesión invitó a todos los nadaístas que había en Bogotá, incluyendo al entonces vicepresidente de la República Humberto de la Calle. En aquella oportunidad lo volvió a ver. Poco tiempo después, con el cambio de Gobernador, sorpresivamente Arbeláez fue ratificado en el cargo. Al consultar sobre esta decisión se enteró que De la Calle lo había respaldado y recomendado. Humberto de la Calle, Kienyke En algunas oportunidades Humberto de la Calle ha reconocido que fue un "monaguillo" del nadaísmo. En esta imagen comparte panel de discusión con Jotamario Arbeláez, uno de los precursores del movimiento en Colombia.  Humberto de la Calle no era el más activo o consagrado de los nadaístas, aunque de paso valga precisar que en el nadaísmo no se consagra nadie ya que están en contra de lo sagrado y consagrado. Pero a él, más allá de apreciar las lecturas de Arango, Sartre, Kafka, Camus o Heidegger, le era imposible dejar de lado una substancial angustia, melancolía y desencanto por la realidad que percibía. Esa angustia por la violencia y desigualdad que vivió su generación, la que le precedió y la de ahora. Una sensación que hoy muchos aseguran le ha brindado una sensibilidad especial para encarar, en nombre del país, un proceso de paz con el que los colombianos esperarían que finalicen décadas de guerra. “Aunque ya no sea tan intenso su discurso existencialista, y para muchos haya dejado de serlo, yo diría que aún es nadaísta. Seguramente continuará con las lecturas de Borges, Sábato y todos estos que nos mostraron la angustia del nuevo mundo. Estoy seguro que esa angustia por lo social que siempre ha tenido lo llevó a participar en este proceso de paz. Él ha tenido un pensamiento que a pesar de ser intelectual y profundo no es escéptico o agnóstico, sino de profunda fe en el hombre, y sobre todo la angustia de preguntarse para dónde vamos si continuamos viendo esa tremenda cotidianidad del país”, declara Enrique Quintero. En varias oportunidades Humberto de la Calle ha reconocido su pasado nadaísta y bohemio, aunque no lo menciona como trascendental en su vida. Sin embargo sus ideas, su rebeldía, el respeto por lo diferente y su sensibilidad por la realidad colombiana fueron, de seguro, algunos de los motivos que hoy lo tienen encarando las negociaciones del proceso de paz. Para muchos como Jotamario Arbeláez es “la mejor carta que se está jugando el Gobierno”, y se arriesga a predecir que tal vez con su éxito pueda heredar el poder. Quizá, piensa, sea el momento para que Colombia pruebe con un gobernante de alma bohemía y nadaísta. Twitter: @david_baracaldo
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