Aún hoy, pocas semanas después de salir libre, Angélica Ramírez no entiende cómo resultó atrapada durante tres años en un infierno que calcinó su alma y la de su familia. Solo bastó el testimonio de un hombre, Jhon Faver Montoya, alias ‘Pato’, para transformarla de una afamada modelo y presentadora en Neiva a una terrorista y miliciana de las Farc.
Hasta finales de 2010 todos le decían el ángel vallenato. Jamás se imaginó resultar en la televisión aunque la belleza y el modelaje le hablaban al oído. El impulso hacia la fama se lo debe a su hijo.
El niño tendría unos dos o tres años cuando mostró una desbordante fascinación por la música de acordeones. “Mientras un pelado normal veía muñequitos, mi hijo era encantado viendo videos de vallenato. Cogía una almohadita y jugaba a que ese era su acordeón. Soñaba con ser como Sergio Luís Rodríguez, el acordeonero de Peter Manjarrés”, recuerda.
Durante unas fiestas de San Pedro en la capital del Huila, Angélica y su hijo tuvieron la oportunidad de conocer a Manjarrés y su agrupación. Les confesaron su admiración y pidieron consejo para encaminar la pasión del pequeño. “Son unos verdaderos caballeros –insiste- como titulan en uno de sus trabajos discográficos. Nos saludaron muy bien y nos recomendaron la escuela en Valledupar del ‘Turco’ Gil, de donde han salido los mejores acordeoneros del folclor”.
Como regalo de Navidad, Angélica procuró cumplir el sueño del ser que más ha amado y viajó al Cesar para inscribir al niño en la academia aprovechando una beca. Ella había estudiado estética y cosmetología, así que para sostener el viaje empezó a hacer tratamientos de imagen y consiguió contactos en el mundo artístico del Valle de Upar. Uno de esos clientes era productor en un canal de televisión local y la invitó a vincularse con ellos como empleada en maquillaje y vestuario.
No había planes para quedarse tanto tiempo en el Cesar, pero tampoco les apremiaba regresar a casa. Estaba Angélica con quien más quería en el mundo y esto era suficiente para aguantar un tiempo. Se sentían como forasteros entre los acordes del folclor que tanto les agradaba.
-Como al tercer día de inscrito mi hijo,-anota Angélica- el ‘Turco’ Gil me dijo que no entendía cómo desde tan lejos podíamos tener ese gusto por el vallenato. El maestro me contó que mi hijo estaba tocando muy bien canciones como Luna Sanjuanera, de Poncho Zuleta.
Peter Manjarrés ayudó a que Angélica pudiera cumplir el sueño de su hijo de aprender a tocar acordeón.
Sin intención alguna de regresar, Angélica se vinculó al canal de televisión de la ciudad y muy pronto fue llamada a hacer un casting para presentar una sección de belleza. A pesar del temor por las cámaras accedió y cautivó a las directivas que no dudaron en vincularla, a pesar de no tener acento local.
Minutos antes de que Angélica saliera al aire se emitía un programa llamado ‘Tu vallenato al día’, en el que invitaban a los más destacados expositores del género. Ella soñaba con poder ser una de las conductoras de esas entrevistas hasta que un día le dieron la oportunidad. Coincidió que en su debut debía conversar con Jean Carlos Centeno, uno de los cantantes que más admiraba. No le costó desenvolverse en la charla y consiguió aplausos de sus jefes. Despegó en su carrera de presentadora en un programa musical y se consagró como el ángel vallenato.
En Valledupar, Angélica y su hijo se amañaron dos años. Alternaba la pantalla chica con el modelaje. Fue convocada por agencias y sitios web de la costa para ser su imagen, entre ellos La Vallenata Internacional. De repente, en 2009, tuvo intención de regresar. Su oportunidad sería como asesora de la representante del Cesar al reinado nacional del bambuco.
Varios de sus amigos en Neiva conocían su experiencia en Valledupar y la vincularon como presentadora en la televisión de la capital opita. Su vida no podía estar en el mejor momento.
Del cielo al abismo
El ángel vallenato era toda una sensación en el Huila. Trabajaba en Alpavisión como presentadora y además tenía ocasionales ofertas como modelo. Vivía con su hijo y sostenía una relación con un empresario local, Gustavo Ortiz. No era el padre del niño, pero hasta el 2010 compartían un romántico edén.
Fue ese año cuando comenzó la pesadilla. Su relación con Ortiz se rompió en abril y, según ella, fue víctima de amenazas y reproches. Las denunció a la policía y hasta octubre todo pareció encajar.
De acuerdo con el expediente de la fiscalía, Gustavo Ortiz comenzó a recibir llamadas extorsivas por parte de las Farc el 7 de junio de 2010. La guerrilla le pedía 200 millones de pesos para evitar atacarlo y, como se conoció inicialmente, en una de las llamadas de los subversivos se mencionó que dicha vacuna estaba motivada porque él se había negado a darle una casa a Angélica. El texto de la acusación indica que Ortiz se negó a pagar el dinero, así que uno de sus negocios, el hotel Mar Azul, fue atacado con explosivos el 24 de junio de 2010. Jhon Faver Montoya, alias ‘Pato’, fue el autor del atentado. Meses después, buscando acogerse al programa de rebaja de penas por Justicia y Paz, alias ‘Pato’ acusó a Angélica Ramírez de haber colaborado en la planeación del acto terrorista en una reunión el 21 de junio y añadió que la presentadora era miliciana de su grupo en Neiva. Sobre ella inició un proceso por terrorismo, extorsión, concierto para delinquir, y tráfico y fabricación de armas y explosivos.
Angélica trabajó como modelo-presentadora en Valledupar y Neiva.
Asegura Angélica que desde que terminó su relación con Gustavo y él dejó de llamarla hubo una tensa tranquilidad en su vida. Ante el sosiego que la invitaba a comenzar de ceros, buscó refugio en sus tradicionales oraciones. “Busqué a Dios. Me llegó. Pero cuando me sentí totalmente tranquila, volví y le solté las manos”.
En octubre crecían los rumores por las investigaciones que la vinculaban con la delincuencia y tuvo que salir del trabajo como presentadora. El ángel vallenato no tenía muchas opciones laborales en su tierra y su hijo se negaba a que trabajara como modelo. Pero a pesar de los celos del chiquillo, éste estaba a punto de hacer su primera comunión y anhelaba viajar de nuevo a Valledupar como regalo por su sacramento. Para financiar el paseo surgió la oportunidad de modelar, así que los dos acordaron que, por las circunstancias, romperían la promesa y se darían ese gusto.
El jueves 11 de noviembre de 2010 en la piscina de un hotel, un funcionario le dijo a Angélica que tenía una llamada de un hombre que se hacía llamar Gustavo. Ella entró en pánico, pues a nadie había avisado en qué lugar estaba hospedada, y pidió que le negaran esa comunicación. Se sentía perseguida, así que decidió que era mejor regresar a Neiva, por su seguridad y la del niño. El sábado 13 de noviembre aterrizó en su ciudad. Un amigo había ido a recogerla. Un retén a la salida del aeropuerto hizo detener el carro. Ella pensó que era un operativo de rutina. La requisaron, esculcaron sus pertenencias y le notificaron que, al ser plenamente identificada, estaba arrestada.
"Me enterraron viva, y me echaban la tierra encima"
La primera llamada que hizo tras las rejas, en medio del llanto, fue al papá de su hijo. Le pidió ayuda y que cuidara al pequeño mientras se aclaraba su situación. Él mismo le advirtió que todo podría ser un complot. Ella se resistió a entenderlo.
Hasta el día de la audiencia en la que legalizaron su captura dimensionó la gravedad de los delitos que le imputaban. “A diario escuchaba que muchas personas de mi ciudad y mi región, que son sitios estigmatizados, eran acusadas de colaborarles a las Farc pero todo resultaba una confusión y los dejaban libres. Esperaba que fuera así. Pero no lo fue”.
La cárcel de Rivera (Huila) fue su sitio de reclusión mientras se definía su culpabilidad o inocencia. La detención duró más de un año hasta el día que la justicia la condenó a 14 años de encierro.
Aunque sabía lo que se hablaba afuera, la humillación pública era lo menos doloroso; prefería ver sepultar su fama y gloria a cambio de ser libre. Lo realmente horrible era imaginar que con su presidio también sentenciaba a su hijo y al resto de la familia a la desgracia.
Ese día de octubre de 2011 se vistió de verde, pensando que el color de la esperanza le devolvería las alas. Estaba equivocada. Se puso una gala para la estocada mortal. Usaba siempre sus mejores atuendos porque temía que durante las audiencias, llenas de prensa y curiosos, fuera registrada con aspecto derrotado, y su hijo la viera así. Le había prometido que todo saldría bien, y cada vez que veía que una cámara trataba de capturar su angustia, sacaba fuerzas para aparentar serenidad.
“Como en la película ‘La vida es bella’, cuando el papá de Giosuè sonríe incluso cuando lo llevan a fusilarlo. En las fotos de los periódicos casi nunca salí llorando. La gente criticaba, decía que era una conchuda, pero lo que esa gente nunca supo es que la cara que mostraba, esa sonrisa que fingía, era para mi hijo, no para ellos”.
El juez leía la condena que Angélica presentía. Derrotada, escuchaba retumbar en su mente que la máxima prueba era el testimonio de un hombre que jamás había visto y que dicha acusación se soportaba en que ella había nacido en Vegalarga, un corregimiento de Neiva considerado zona roja. “De repente ya no pude sostener la sonrisa a mi hijo. Al escuchar los 14 años, a mi mente llegó el momento en que quedé embarazada y todo lo que viví con mi hijo. Sentía que lloraba suavecito, pero tenía la sala levantada a gritos. Sentí que me estaban enterrando, me tiraban la tierra encima, y yo estando viva”.
Angélica Ramírez fue encarcelada en Rivera y ocasionalmente tenía oportunidad de una visita de su hijo. Para soportar el dolor de que la viera en su situación, tomaba calmantes antes de recibirlo. Le sonreía y hacía creer que estaba en un reality, que ganarían los más fuertes, que confiara en ella y conocería el premio mayor. Con el tiempo la esperanza del pequeño fue desfalleciendo.
La vida en la cárcel
Mientras avanzaba la apelación también corría el tiempo dentro de la cárcel. Vivía en hacinamiento; en una celda adecuada para cuatro reclusas dormían nueve. Aunque estuvieran amontonadas, empiezan a tejer entre ellas un lazo de amistad, que es probable que solo se soporte por la mera circunstancia de compartir un mismo techo.
Cada día la misma rutina. A las 4:45 de la mañana todas deben despertar. Antes de las cinco de la mañana es necesario formar para el baño, en el que pueden disfrutar del agua por menos de una hora. A las seis de la mañana hacen una formación para un conteo de seguridad y en seguida pasan a desayunar. Luego salen al patio el resto del día, salvo la hora de almuerzo y cena, en la que vuelven a formar.
Mientras aguardaba alguna buena noticia que parecía esfumarse mes tras mes, Angélica se dedicó a participar en talleres de artesanías y estudios de psicología. A los nueve meses de estar en prisión, se ofreció a dictar un taller llamado “mente sana, cuerpo sano”. Sin saber mucho de yoga, les dio a sus compañeras de prisión clases de meditación y relajación. Les leía cuentos, les relataba historias de superación personal y religión.
Angélica, el ángel vallenato, organizó y participó en un reinado de belleza dentro de la prisión. "Tengo corona de cartón que no se consiguen en cualquier lado".
Más tarde se arriesgó con otra actividad: organizar un reinado. Las directivas de la cárcel la miraban con escepticismo pero accedieron. “Reuní a las compañeras. Algunas me decían la gomelita o la modelito, y no querían porque creían que yo iba a burlarme de ellas. Pero las convencí. En un salón que nos autorizaron, custodiadas por guardias, practicamos pasarela, baile, modelaje, fogueo con prensa... invitamos a un diseñador que nos ayudara con los vestidos. Nos apoyaban los medios allá. Fueron músicos a tocar. Los jurados eran personas reconocidas. ¡Hice todo un reinado!”. El día de la coronación autorizaron el ingreso de los hijos de varias de las presidiarias. Vieron a sus mamás radiantes, con el rostro con el que las recordaban antes de resultar allí, así fueran culpables o inocentes. Ese día Angélica y sus compañeras no fueron reclusas, sino princesas.
"Conocí muchas inocentes en prisión"
A mediados de 2013, Angélica fue trasladada de la prisión en Huila a una de máxima seguridad en Jamundí (Valle del Cauca). Seguían derrumbándose las ilusiones de ser absuelta, o al menos así lo percibía por los silencios en su proceso y las reiteradas expectativas que le daban sus abogados, que de ser tan ciertas -ella estimaba- , ya la tendrían en libertad. Su defensa le prometía que tenían todos los elementos para demostrar las mentiras de alias ‘Pato’ y que sólo esperaban que el tribunal diera respuesta. “Pero siempre tuve claro que si la justicia humana se demoraba, la de Dios no. Sabía que mi libertad iba a llegar”. Y así pasó el 1 de octubre de 2013.
Un funcionario que ella no conocía le dijo que tenía su carta de salida. Al comienzo no le creyó, pero al ver el documento solo pudo gritar y romper en llanto por tan grata noticia. “Firmé mi libertad y debió ser la firma más fea que he hecho en mi vida por la tembladera. Pero para mí fue la más linda”.
Ese mismo día debía abandonar la prisión. No conocía nada del sector por lo que pidió a algún amigo que la recogiera, y de paso, le llevara a su hijo a quien quería darle el primer abrazo. Pisaba firme al abandonar el penal. Miraba el cielo nocturno y se encontró con las estrellas, que por meses no había visto en su plenitud. Respiró el aire tibio que corría. Vio el horizonte en dimensiones que no recordaba y las montañas que acaso se le aparecían en sombras. Pisaba firme, asustada por los ruidos del exterior y temerosa de estar soñando. Había vuelto a nacer.
Angélica lleva tres meses fuera de la cárcel luego de ser absuelta en segunda instancia. Ahora trata de recomponer su vida.
Camino a Neiva hicieron una parada en Popayán para comprar algo de ropa para el reencuentro. Luego emprendieron el viaje a su tierra natal y cerca a Pitalito (Huila) se antojó de un agua de panela. La probó y rompió en llanto. “En tres años no había tomado una. Algo tan sencillo que en la cárcel soñábamos probar. Quería como guardarla de recuerdo”.
El 4 de octubre regresó a casa. La prensa opita, que siempre confió en Angélica, registró el evento y celebró la absolución de su colega. La justicia había demostrado inconsistencias en el testimonio del guerrillero y se convenció más cuando comprobó que otras cuatro personas habían sido víctimas de sus mentiras. El ‘Pato’ fue expulsado de los beneficios de Justicia y Paz.
“En la cárcel conocí muchos casos de víctimas judiciales. Algunas personas, para alcanzar beneficios, terminan involucrando a gente inocente. Eso es muy triste de ver”, asegura la modelo y presentadora, que desde hace algunas semanas trata de recomponer su vida.
Dice Angélica que solo en un par de oportunidades tuvo la posibilidad de ver al ‘Pato’ en audiencias. La primera vez solo lloraba sin poder reclamarle por su drama. La segunda vez lo confrontó, en presencia de guardias del Inpec, y éste le confesó sus mentiras, sin decirle quién lo había alentado.
La gente en Neiva ha ignorado ese estigma que cayó sobre Angélica, al ser calificada la modelo de las Farc. Fue una imposición que le arrojaron sin razón y le costó tres años de su vida. No ha pensado en demandar al Estado. Ya perdonó, incluso al ‘Pato’, y dice tener una misión para ayudar a sus compañeras en la prisión.
Afirma Angélica que poco puede conciliar el sueño y que cuando logra descansar se despierta de repente y alterada, temiendo abrir los ojos y verse en la cárcel. Las alas aún no le han sido devueltas al ángel. Quizá habrá tiempo para que vuelvan a crecer luego de que cierren las heridas del injusto encierro y recupere el tiempo perdido entre muros.
Twitter: @david_baracaldo
Lea también:
"Yo iba pal infierno": alias 'Karina'
“¿Ahora sí creen lo que estoy diciendo?”: Yidis Medina
Sigifredo López y sus conversaciones con Dios
Esta modelo fue a la cárcel por subversión. Absuelta, cuenta su historia
Dom, 12/01/2014 - 15:35
Aún hoy, pocas semanas después de salir libre, Angélica Ramírez no entiende cómo resultó atrapada durante tres años en un infierno que calcinó su alma y la de su familia. Solo bastó el testim