A la recta final de inscripciones al Senado de 2026 llegan dos apuestas claras. De un lado, Centro Democrático y Pacto Histórico inscribieron listas cerradas. Del otro, los partidos tradicionales, Liberal y Conservador, mantienen listas abiertas con voto preferente, donde cada candidato busca su propia votación bajo el mismo logo. Detrás de ese detalle técnico se están jugando dos modelos de representación.
¿Cómo funciona cada modelo?
En las listas cerradas, el ciudadano vota por el partido o coalición, no por un nombre concreto. La dirección del partido arma el orden y ese listado define quién entra. En teoría, esto fortalece la marca partidista, la disciplina interna y una cierta coherencia programática, porque la competencia es sobre todo entre partidos.
Por su parte, las listas abiertas permiten voto preferente: el elector marca el partido y también a su candidato favorito. La disputa se vuelve doble: entre partidos por curules y, por dentro, entre compañeros de lista por cada voto. Ese esquema tiende a personalizar la política, a reforzar redes clientelares y a diluir la identidad partidista frente al dueño del voto.
Los polos ideológicos se cierran
Lo novedoso es quién usa qué. Los dos polos más claros del sistema, Pacto Histórico en la izquierda y Centro Democrático en la derecha, apuestan por listas de partido. Buscan que la elección se lea en clave de proyectos de país y no solo de barones regionales.
Esto implica varias cosas: el Senado se perfila como escenario principal de la disputa entre petrismo y uribismo; parte de la negociación con notables regionales se mueve a la cocina interna del partido; y las dirigencias ganan margen para premiar lealtades ubicando a aliados en puestos altos de la lista.
Los viejos partidos, en mercado interno
En contraste, Partido Liberal y el Partido Conservador, junto a otros más, llegan con listas abiertas, fuerte dependencia de casas políticas regionales y una oferta marcada por herederos y “reencauches”. En la práctica, cada candidato arma su microcampaña, los clanes negocian cupos y muchas veces pesa más el apellido que el logo.
Mientras Pacto y Centro Democrático concentran el voto más ideologizado en listas cerradas, los partidos tradicionales compiten en un mercado más fragmentado y personalista.
El peso de los números
Todo esto se juega sobre una aritmética exigente. El umbral rondaría el 3 % de la votación válida, unos 600.000 votos para asegurar personería jurídica y un piso de tres curules. La cifra repartidora por cada curul podría ubicarse cerca de los 160.000 votos.
Para las listas cerradas, el reto es maximizar el voto agregado y ordenar bien la fila interna. Para las listas abiertas, la tarea es sostener su caudal histórico mientras administran la guerra interna por el voto preferente.
Al final, el diseño de listas deja ver un sistema más polarizado alrededor de dos grandes bloques y, al mismo tiempo, más segmentado en el resto del espectro, donde la competencia sigue girando entre opinión, maquinaria y nombres propios.
