El sistema de curación de la medicina occidental es el más exitoso jamás ideado, y lo es cada vez más a medida que mejora la tecnología y proliferan las medicinas sintéticas. Pero la madre naturaleza ha estado sintetizando maravillosos químicos medicinales durante más de tres mil millones de años, muchos de los cuales los científicos ni hubieran podido soñar.
Ellos deberían ir a la Amazonía.
Durante más de tres décadas, he trabajado, colaborado y convivido con los chamanes de la selva, mientras aprendía algunos de sus secretos.
En el paisaje de ensueño de la Amazonía florece una abundancia de asombrosas especies de plantas y animales que han proporcionado a la sociedad una farmacopea de medicamentos de una variedad increíble, desde los anticonceptivos hasta los tratamientos para la hipertensión y la malaria, un analgésico dental, relajantes musculares quirúrgicos y químicos que expanden la mente.
La región es tan vasta e impenetrable que aún queda mucho por descubrir. No es de extrañar que la riqueza del paisaje y el impresionante conocimiento medicinal de los pueblos indígenas inspiraran desconcierto y asombro en los primeros europeos que llegaron a la región.
Ya en el siglo XVII, el médico holandés Willem Piso observó varios tratamientos locales “muy efectivos” en Brasil; escribió: “Estos pueblos indígenas, a pesar de su total falta de formación científica, han transmitido a la próxima generación muchos antídotos y medicinas secretos y nobles, desconocidos para la ciencia clásica”.
Hoy en día, los magníficos bosques amazónicos se están destruyendo. Sus culturas indígenas están siendo trastornadas y extinguidas cada vez más rápidamente. Pero el potencial medicinal de la Amazonía en realidad está aumentando, porque las nuevas tecnologías nos permiten encontrar, aislar, evaluar, manipular y utilizar productos naturales más rápido que nunca.
Si podemos ganarle la partida a la destrucción, no tendremos que elegir entre el microchip o el curandero. Ambos nos pueden dirigir hacia nuevas curas, si se abordan de manera responsable y ética.
Nuestro desconocimiento sobre la flora y fauna amazónicas sigue siendo asombroso. Un estudio reciente estima que hay alrededor de 16.000 especies de árboles en la Amazonía, de las cuales varios miles ni siquiera han sido nombrados por los científicos, y mucho menos evaluados por su potencial medicinal.
Los científicos ni han podido ponerse de acuerdo sobre cuántas especies de plantas, animales y hongos habitan la selva tropical sudamericana.
Estamos recolectando nuevas especies casi más rápido de lo que podemos identificarlas: a fines de julio, un panel estimó que cada dos días se encuentra una nueva especie en la Amazonia.
Estos descubrimientos no son simplemente pequeños hongos e insectos. Solamente en los últimos años, se han descubierto dos nuevas especies de anguilas eléctricas, una nueva especie de delfín de río, una tarántula color azul cobalto y el árbol más alto de la Amazonía, que mide casi treinta metros más que el del récord anterior.
En un mundo donde los récords generalmente se rompen por segundos o centímetros, este último hallazgo demuestra claramente cuánto queda por aprender.
Abundan las maravillas, entre ellas la rana mono verde. Un análisis de su piel ha producido varias proteínas nuevas, dos de las cuales se han investigado como posibles medios para aumentar la permeabilidad de la barrera hematoencefálica, un importante desafío fisiológico para administrar medicamentos directamente al cerebro, un santo grial de la medicina moderna.
Otros dos nuevos grupos de proteínas que se encuentran en la misma rana son antimicrobianos, lo que podría ayudar a fortalecer nuestro arsenal de antibióticos.
La resistencia de las bacterias a los antibióticos de uso común es un problema grave y creciente en los hospitales estadounidenses. Lo más sorprendente fue el aislamiento de un nuevo opioide, la dermorfina, que es 40 veces más potente que la morfina.
Si bien algún día podría servir como base para un analgésico nuevo y no adictivo, ya ha demostrado su utilidad de una manera lucrativa y siniestra: el dopaje a los caballos pura sangre.
Investigadores descubrieron que se estaba administrando la dermorfina a los caballos de carreras para que corrieran más rápido sin dolor; la sustancia no fue detectada por las pruebas convencionales de detección de drogas.
Para comprender mejor la potencial cornucopia farmacéutica de la Amazonía, necesitamos extender nuestro alcance mucho más allá del arquetipo del científico occidental que busca plantas y animales medicinales que solo conocen los chamanes de la selva.
Algunas de las pistas más intrigantes derivan de especies dañinas o peligrosas que los pueblos de la selva tropical no utilizan, o incluso las evitan. En palabras de Paracelso, el médico suizo del siglo XVI y el padre de la toxicología, la diferencia entre un veneno mortal y un medicamento que salva vidas puede ser solo cuestión de dosis.
De ahí un creciente interés por estudiar las plantas, animales y hongos venenosos de la Amazonía.
Incluso cuando un veneno u otro compuesto peculiar no se puede convertir en un medicamento, puede enseñarnos algo nuevo. Por ejemplo, la síntesis de AZT, el primer tratamiento eficaz para el VIH, se inspiró en compuestos únicos extraídos de una esponja caribeña.
Los venenos, que abundan en la Amazonía, han desempeñado un papel vital para ayudarnos a comprender cómo funcionan los medicamentos en el cuerpo humano, particularmente en el sistema nervioso.
La selva amazónica alberga aproximadamente 75 especies de ranas venenosas de colores espectaculares. Ya se han encontrado en la piel más de 400 alcaloides nuevos, una clase de sustancias químicas biológicamente importantes que incluyen la cocaína, cafeína y estricnina. El estudio de estos nuevos compuestos está conduciendo a una mejor comprensión de la función de los anestésicos locales, los anticonvulsivos, los antiarrítmicos e incluso algunas toxinas en el cuerpo humano.
La Amazonía es el hogar de más de una docena de especies de serpientes venenosas, en su mayoría víboras de la familia de las serpientes de cascabel. Una especie que habita los pastizales al sureste de la Amazonía posee un veneno que provoca una rápida caída de la presión arterial en la desafortunada víctima.
El análisis de este compuesto dio como resultado la síntesis del captopril, uno de los medicamentos más efectivos y lucrativos jamás creados, que a su vez ayudó a generar toda una clase de medicamentos para la presión arterial: los inhibidores de la enzima convertidora de angiotensina (ECA), que han salvado la vida de millones de personas con hipertensión.
Otra criatura igualmente temible es la terrible araña errante amazónica, quizás la araña más letal de la tierra. En la región abundan las arañas (actualmente se estima que hay alrededor de 3000 especies) y sus venenos tienden a ser cócteles extraordinariamente complejos de proteínas, péptidos peligrosos y otras toxinas.
Actualmente se está investigando un componente del veneno de la araña errante como tratamiento para la disfunción eréctil. Al mismo tiempo, los escorpiones amazónicos están recibiendo cada vez más atención por su potencial farmacéutico, principalmente por sus propiedades analgésicas y antimicrobianas.
Otros animales amazónicos intimidantes han generado pistas terapéuticas potencialmente importantes, como el murciélago vampiro y la sanguijuela gigante, de 45 centímetros de largo.
Ambos consumen sangre: el murciélago corta la piel de la víctima y sorbe de la herida, y la sanguijuela se une a un huésped y succiona sangre a través de un órgano parecido a una jeringa. Ambos llevan un anticoagulante único en su saliva: la sanguijuela produce hementina y el murciélago, draculina.
Ya que los ataques cardíacos y los accidentes cerebrovasculares probablemente maten a más personas en el mundo industrializado que cualquier otra categoría de enfermedad y que los accidentes cerebrovasculares son una de las principales causas de discapacidad entre las personas mayores, existe una necesidad urgente de encontrar y desarrollar nuevos medicamentos que mejoren o retarden la coagulación de la sangre.
Ambos compuestos se mostraron prometedores en los primeros ensayos clínicos, pero no llegaron al mercado. No obstante, la investigación sobre especies amazónicas como estas y sus compuestos únicos puede proporcionar nuevos conocimientos sobre el proceso de coagulación que podrían conducir a nuevas y mejores drogas sintéticas.
Desde una perspectiva global, los hongos son el grupo de organismos menos estudiado con mayor potencial. Ya nos han proporcionado la clase de medicamentos más importante: los antibióticos.
Más recientemente, el reino de los hongos nos proporcionó otra clase de productos farmacéuticos de gran éxito: las estatinas, medicamentos para reducir el colesterol que se encuentran entre los medicamentos más importantes y ampliamente utilizados en el mundo industrializado de hoy.
Aunque ambas clases de productos farmacéuticos se derivaron de hongos de zonas templadas, las regiones tropicales como la Amazonía albergan muchas más especies.
Una vez más, la ciencia occidental sabe muy poco sobre la utilidad potencial de los hongos tropicales. En la Amazonia occidental, los etnobotánicos a menudo se han encontrado con el piri-piri, una juncia de aspecto extraña.
El piri-piri es una planta floreciente parecida a la hierba, que supuestamente tiene muchas cualidades medicinales. Una investigación detallada del etnobotánico estadounidense Glenn Shepard en Perú junto con colegas indígenas desveló el secreto: Las virtudes medicinales atribuidas a esta planta relativamente inerte químicamente provienen en realidad de un hongo que la infecta.
La investigación de laboratorio reveló que este hongo amazónico produce ocho alcaloides novedosos relacionados con LSD, y los pueblos indígenas lo utilizan para tratar dolores de cabeza y heridas por mordeduras de serpiente, y para mejorar la coordinación, controlar la fertilidad y detener las hemorragias relacionadas con el parto.
Shepard considera al piri-piri como una especie de “ginseng de la Amazonía”, debido a sus usos medicinales multifacéticos. Todavía quedan miles y miles de hongos en la Amazonía con potencial medicinal por estudiar.
El desarrollo médico más importante de los últimos años que involucró a organismos tropicales es la incorporación de alucinógenos en la medicina occidental.
Representan las herramientas fundamentales del chamán indígena, que utiliza estas plantas y hongos como escalpelos biológicos para investigar, diagnosticar, tratar y, a veces, curar dolencias que tienen una base parcialmente emocional o espiritual.
Es por eso que estos curanderos a menudo pueden aliviar un problema médico que no responde a las terapias de los médicos occidentales.
El uso de estos productos químicos se está aceptando cada vez más en entornos clínicos tradicionales. Muchos de los esfuerzos iniciales se han centrado en el uso de alucinógenos administrados por chamanes indígenas: la mescalina, psilocibina y ayahuasca amazónica. Se ha demostrado clínicamente que estos remedios que alteran la mente producen efectos terapéuticos prometedores en algunos casos de adicción, depresión, trastorno obsesivo compulsivo y ansiedad en pacientes con cáncer terminal.
Es probable que se realicen más estudios formales para el tratamiento de la anorexia, las primeras etapas de la enfermedad de Alzheimer, el insomnio, el dolor intratable y el trastorno de estrés postraumático.
Este nuevo interés en las terapias alucinógenas no solo mejora nuestra comprensión de la mente humana, sino que también impulsa una mayor apreciación de las prácticas curativas chamánicas. Y esta sabiduría terapéutica chamánica no se limita a los alucinógenos: un solo chamán puede conocer y utilizar 300 plantas diferentes con fines curativos.
Debemos plantearnos una pregunta fundamental: ¿Quién debería beneficiarse de los tesoros farmacéuticos de la Amazonía?
La respuesta es clara: los amazónicos. La Amazonía alberga unos 30 millones de personas, y casi todos los que viven fuera de las pocas grandes ciudades dependen hasta cierto punto de la selva como fuente de medicamentos.
Lamentablemente, son ellos los que más sufren cuando el bosque es destruido o degradado. Los amazónicos, junto con las comunidades y los gobiernos locales, deberían tener acceso a los compuestos terapéuticos y compartir los beneficios de la comercialización de estas especies. La consideración del debido respeto a los derechos de propiedad intelectual debe ser primordial.
Un ejemplo concreto de cómo debería funcionar es el caso del árbol Sangre de Grado. Su savia curativa es un componente básico del botiquín botánico de muchos chamanes. Un compuesto de ese árbol, el crofelemer, fue aprobado por la Administración de Alimentos y Medicamentos en Estados Unidos como el primer medicamento antidiarreico para los pacientes con VIH / sida.
Actualmente se está evaluando para aliviar la diarrea inducida por quimioterapia, así como para otras aplicaciones potenciales. Se están haciendo todos los esfuerzos posibles para compartir los beneficios de esta droga con las comunidades locales, incluida la generación de empleo a través de la reforestación.
Este tipo de reciprocidad, ausente en la mayoría de los esfuerzos anteriores en los que los productos farmacéuticos se desarrollaron a partir de sociedades indígenas de la selva tropical, debería ser obligatorio para todos los esfuerzos similares en el futuro.
El mundo entero sufre si la destrucción de la selva tropical continúa sin freno, no solo en términos de los trastornos reales y los costos económicos del cambio climático, sino también en términos de curas perdidas a medida que arde el bosque, solo para que el mundo pueda tener carne de res y soja a precios más bajos.
Desde marzo no he podido volver a la Amazonía. Pero a través de WhatsApp me he comunicado con los chamanes que conozco desde hace mucho tiempo. Me dicen que están tomando plantas inmunoestimulantes para mantener a raya al coronavirus, aunque la efectividad de este tratamiento aún no se ha verificado de forma independiente.
Mientras lo hacen, la búsqueda continúa: los chamanes están peinando el bosque curativo en busca de plantas que podrían ser un tratamiento eficaz para las personas infectadas con el virus en sus comunidades.
Pero con el advenimiento de la temporada de incendios en la Amazonía, causada por la deforestación desenfrenada, su botiquín está en llamas.
Por: Mark J. Plotkin