El tropero mayor

Vie, 10/12/2010 - 08:43
El 20 de Agosto de 2003, hombres del comando operativo urbano y rural de Cundinamarca, soportaron varias horas de combate. Algunos de los uniformados resultaron heridos y otros necesitaban ser sacados
El 20 de Agosto de 2003, hombres del comando operativo urbano y rural de Cundinamarca, soportaron varias horas de combate. Algunos de los uniformados resultaron heridos y otros necesitaban ser sacados del alcance de los tiros de los fusiles AK47 de los guerrilleros. En ese entonces Javier Flórez era coronel, dirigía ese comando y decidió ir en helicóptero hasta el área y extraer a sus hombres de las fauces del fuego cruzado. El piloto de la Fuerza Aérea que lo acompañaba se negó a bajar por el peligro de ser alcanzados por las balas y Flórez, desesperado por salvar a sus hombres, se lanzó al vacío desde más de 4 m de altura. Al caer, uno de los discos de su columna se salió de su lugar y quedó paralizado. Durante una cirugía riesgosa en el hospital militar, los médicos lesionaron su arteria iliaca. Allí termina la aorta, y Flórez empezó a desangrarse. Estuvo en coma más de un mes y medio. Cerca de 400 personas con pancartas y arengas le expresaban su apoyo desde las afueras del hospital militar. Sandra Henao, su esposa, recuerda el episodio como un milagro. - Yo no sabía qué hacer, mi marido se moría todos los días, casi se muere por salvar a sus muchachos. El general Flórez, con 22 mil uniformados a su cargo, es el actual comandante de la Fuerza de Tarea Conjunta Omega. Pero más que eso, es el oficial del Ejército más distinguido por la ejecución y planeación de operaciones militares. Sólo él ha conseguido, en sus 33 años de servicio, ocho medallas grises, el color que llevan las del servicio distinguido en operaciones de orden público. Rescató al ex alcalde de Bogotá  Julio César Sánchez y al industrial y ex ejecutivo de la organización Ardila Lüle Carlos Upegui, arrastrándose por el monte durante 16 horas. Y este año fue el hombre al frente del operativo que acabó con la vida del jefe guerrillero Víctor Julio Suárez Rojas, alias “Mono Jojoy”, el resultado más grande en la historia de la Fuerza Pública. Dos de las operaciones más exitosas, creadas en los últimos dos años por el general Flórez, llevan los nombres de sus dos nietos. La operación “Salvador”, como su nieto Salvatore, desmanteló uno de los campamentos más estratégicos y completos del frente 43 del bloque oriental de las Farc. Y la operación “Sodoma”, en que se dio de baja al “Mono Jojoy”, en principio se llamó “Arturo 2”, como su nieto menor, que nació en abril de este año. Su esposa Sandra Henao siempre ha estado comprometida con los uniformados heridos en combate y a cada momento conoce a un hombre al que su marido le salvó la vida.   Hace un año, al salir del batallón de sanidad del Hospital Militar, un sargento de apellido Herrera gritó su nombre y le dijo que ella era la esposa del hombre que más le había cuidado sus pies. Cuando Flórez era coronel cargó a ese soldado en sus hombros durante un patrullaje en Cartagena del Chaira, que tenía las piernas afectadas por una enfermedad conocida como arenilla. Años después, ese soldado cayó en una mina antipersonal y quedó amputado. El general Flórez con su hija menor y su nieto El general Flórez tiene costumbres muy particulares en su trabajo. Después de una operación en la que se han producido buenos resultados, espera a que cese el fuego y viaja en persona en helicóptero con varios pollos asados como recompensa a sus hombres. Duerme entre cuatro y cinco horas diarias. A las 5 a. m. está despierto, encomienda sus actividades a Dios, sale a las 6.10 a. m. de su casa en la Arandia, una vivienda fiscal que queda a cinco minutos en carro del puesto de mando de la Omega, con una taza de café y el primero de los 45 cigarrillos Malboro rojo que se fuma al día. Ese es su desayuno. Al llegar a su oficina, recibe a través de un radio transmisor de alta frecuencia la información de las cuatro unidades que tiene a su cargo. Además, junto con el jefe del Estado Mayor, el general Héctor Julio Pachón, recibe la información de inteligencia. Esa información se la brinda al general Alejandro Navas, que además de ser el comandante del Ejército Nacional, es su amigo. Al final, el parte de órdenes llega al almirante Édgar Cely, comandante de las Fuerzas Militares. Flórez recibe al menos setenta llamadas al día. Tiene dos celulares, un Avantel, un microondas y el Centry, equipos de comunicación interna que sólo usan las Fuerzas Armadas. En el cajón de su escritorio guarda bajo llave documentación secreta, varias cajas de Chiclets Trident en pastilla y uno o dos paquetes de cigarrillos. A las 11 p. m., después de haber tomado al menos treinta cafés, el general Flórez regresa a su casa con sus escoltas y la sargento Yolanda, su ayudante, quien asegura que nunca conoció a un hombre que comiera tan poco. Se sirve la cena, casi siempre compuesta por un paquete de Chitos, un brownie con leche o unas cuantas cucharadas de arequipe. Mientras disfruta sus manjares favoritos, lee algunas páginas del libro de Ingrid Betancourt, No hay silencio que no termine, antes de caer dormido. El general Flórez con su esposa Sandra Henao El general Flórez y Sandra Henao se conocieron cuando ella era una niña, a los 16 años, y él un teniente del Ejército, de 24. Todo sucedió en Armenia, cuando Sandra fue a visitar a su papá, el mayor retirado Jorge Henao Giraldo, quien para entonces era el auditor principal de guerra de la Octava Brigada del Ejército. A los tres meses decidieron casarse y formar una familia de tres hijos. Sandra siempre estuvo al lado de su esposo. Se ha mudado 32 veces en sus 29 años de casada, sin importar el peligro. Una vez estuvieron muy cerca de la muerte. Fue en  Florencia, cuando Javier Andrés y Tatiana tenían tres y cinco años y el general Flórez era el comandante del batallón contraguerrillas de Cartagena del Chaira. Durante un ataque guerrillero Flórez le entregó una pistola y un radio a su esposa. Se encerró en un baño con sus dos hijos mayores y puso colchones en las paredes y la puerta del baño. Así se salvaron de las balas y de la onda explosiva de un cilindro bomba que la guerrilla puso al lado de su casa. Ella ni siquiera estaba segura de saber disparar en caso de que apareciera un guerrillero. El general Javier Flórez lleva cuatro años sin vacaciones. Sólo ha estado en su casa de Bogotá un par de días cuando nacieron sus nietos. Su familia, en especial su esposa, viaja cada vez que puede a visitarlo a La Macarena, en el Meta. Esta navidad y fin de año la celebración será con toda su familia allá, en su lugar de trabajo, sin importar el riesgo que se vive todos los días en el corazón de la Fuerza de Tarea Omega. Un hombre que no descansará hasta que las Farc reconozcan su derrota.
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