En Ciudad Bolívar se han salvado del suicidio jóvenes japoneses

Lun, 22/10/2012 - 05:20
Países con economías fuertes como Noruega, Canadá, Dinamarca y Suiza, suelen tener un alto índice de suicidios entre sus habitantes. En Japón, 32 mil personas se quitan la vida cada año. Cuando
Países con economías fuertes como Noruega, Canadá, Dinamarca y Suiza, suelen tener un alto índice de suicidios entre sus habitantes. En Japón, 32 mil personas se quitan la vida cada año. Cuando Kenji, quien tiene la doble ciudadanía colombo-japonesa y cuya familia colombiana es de Ciudad Bolívar, estaba en el colegio –en Japón– y tenía entre 10 y 16 años, se suicidaron 5 niños, uno de ellos era de sus grandes amigos. Allí el suicidio es algo cotidiano. Si se toma el tren todos los días, al menos una vez al mes se puede ver a alguien lanzándose sobre los rieles. “Existe, entre los jóvenes, una necesidad de un no saben qué, pero algo falta a pesar de tenerlo todo. Entre más cosas tiene el ser humano y entre más le permite su gobierno, más busca algo que no hay, y empieza a sufrir depresiones al no encontrarlo”, asegura Kenji y agrega que aunque nada es más peligroso que la tristeza y la depresión, Colombia tiene el antídoto para contrarrestarlas. Como extranjero en su propia tierra, Kenji –de madre colombiano y papá japonés– advirtió que hay muchos japoneses cuyas parejas son extranjeras. Notó que estas personas mejoraban mucho su estado de ánimo, pues al conocer otro ambiente su autoestima crecía. Junto a su gran amigo, Clayton, un músico brasileño, empezaron a practicar terapias de sensibilidad social en las estaciones del tren del país asiático. Hacían cosas que no son comunes en Japón, como entrar al tren hablando y saludando a la gente. Entablaban conversaciones entre ellos como si se acabaran de conocer. Solían narrar cautivadoras historias en japonés y, cuando lograban la atención de la gente, en el clímax del relato, comenzaban a hablar en español, dejando a todo el mundo en vilo. Pero al final, siempre terminaba con sonoras carcajadas del público. A veces peleaban como samuráis con las sombrillas infladas, corrían con los pantalones doblados hasta las rodillas o bailaban un vals. Todo para llamar la atención de la gente, que luego se acercaba y les preguntarles quiénes eran. También los abrazaban, y Clayton les cantaba una canción. Japoneses en ColombiaLos japoneses que llegan a Ciudad Bolívar tienen la oportunidad de compartir con la comunidad. Aunque la mayoría regresa a su país, siguen apoyando el proyecto desde allá. Con mucho esfuerzo lograron hacer una base de datos, pues los japoneses no suelen dar su teléfono. Estaban haciendo experimentos sociales y se dieron cuenta de que tenían un poder de convocatoria muy fuerte. Sin recursos ni entrenamiento, comenzaron a realizar reuniones de amigos para combatir el suicidio. Crearon una empresa con préstamos, vendieron plátano y papa criolla, alquilaron novelas de Betty la fea y Pedro el escamoso, y hasta lucharon contra la trata de blancas con la embajada de Colombia en Japón. Como extranjeros, eran agentes promotores contra el suicidio, porque los extranjeros abrazan, sonríen, cantan, etc., y los japoneses empiezan a ver que hay otro estilo de vida diferente al de su rutina diaria. Los japoneses expresan su calidez de una manera muy diferente a los latinoamericanos. El japonés es muy leal, respetuoso, silencioso. El japonés no dice “te amo”; el colombiano quizá dice demasiados “te amo”. Eventualmente cerraron la empresa en Japón y viajaron a Colombia, donde crearon una ruta turística entre Tokio y Ciudad Bolívar. Traen japoneses deprimidos, que han intentado suicidarse, y les dan una terapia mucho más fuerte, cálida y afectiva que la que podrían recibir en Japón. Cada japonés llega a vivir a la casa de una familia en Ciudad Bolívar y se queda allí un mes. Pero el aprendizaje es en dos sentidos, pues estas familias también aprenden de los japoneses la disciplina, el compromiso y cómo aprovechar sus recursos y espacios, entre otras cosas. Así, la familia colombiana entiende que no es pobre, sino que no sabe administrar sus recursos, y el japonés aprende que no es rico, y que le falta cariño y el afecto. Es un intercambio cultural al que Kenji y Clayton llaman Turismo con propósito. Kenji Turismo con propósito.Kenji está convencido de que la mejor terapia es la transferencia cultural entre japoneses y colombianos. El programa ya tiene diez años. Cada tres meses llega alguien nuevo. Atienden en promedio a cuatro personas por año. Los clientes solo deben pagar los tiquetes de avión. Nada más. Aquí siempre comienzan a trabajar, según Kenji, escribiendo nombres de colombianos en japonés. Así producen dinero para su sustento. La gran mayoría se devuelve a Japón a enfrentar sus problemas con una nueva forma de ver la vida, otros se quedan en Colombia colaborando con Turismo con propósito y eventualmente viviendo de las mismas actividades que ejercían en Japón. Uno de los casos que más recuerda Kenji es el de Yoshiuki, un hombre que intentó suicidarse en cinco oportunidades. Estaba inmerso en una profunda depresión cuando contactó a Turismo con Propósito. Luego de completar el proceso y vivir con una familia de Ciudad Bolívar, regresó a Japón. Su vida ha cambiado, ama la vida y ayuda a la fundación desde su país. Muchos de estos japoneses sienten terror de venir a Colombia. A ellos Kenji les dice: “Si se están suicidando, antes pasen por Colombia. No tiene nada de malo”. La paranoia es un estigma. Colombia es peligrosa pero se puede visitar y disfrutar. Lo mismo sucede con Ciudad Bolívar. Kenji está combatiendo la mentalidad de la pobreza en Ciudad Bolívar a través de talleres, conferencias, charlas, capacitaciones y seminarios en los que les enseñan a las familias locales a administrar su economía. Estas familias que Kenji está capacitando son las que reciben a los japoneses en sus casas. Los japoneses les ayudan a controlar sus hábitos de consumo y así aprenden a gastar menos.   Bosque de los suicidas, Monte FujiEs tan alta la tasa de suicidios de Japón, que existe un bosque donde se han quitado la vida cientos de personas. Lo llaman el Bosque de los Suicidas. Para Kenji es muy importante que se sepa que Ciudad Bolívar no es un sector pobre, como la gente piensa, y por lo tanto no están ayudando a los pobres. Ciudad Bolívar es la zona que más ingresos le genera a Bavaria los fines de semana, la que obtiene más donaciones de políticos y mayor número de contenedores de comida recibe. No es cierto que sea un sector deprimido, dice Kenji, lo que le falta es capacitación e inversión inteligente de las muchas donaciones que reciben. Kenji afirma que por cada niño desnutrido, él encuentra otros 100 con sobrepeso. “En este sector lo que hay es pobreza mental”, asegura. Esta fundación no hace proselitismo religioso o político, pero Dios juega un papel muy importante, pues sus principios son bíblicos y están atados al cristianismo. Los diez mandamientos les funcionan muy bien, pues los japoneses los cumplen más que los latinos. Solo fallan en el tema del suicidio. Kenji estudió ciencias religiosas y humanidades, por lo cual no tratan el suicidio de manera profesional. Muchas de estas depresiones son físicas, y aunque Kenji no está preparado para ayudar a esta gente profesionalmente, sus terapias en Ciudad Bolívar funcionan. En lugar de tratar un dolor específico, lo que hacen es fortalecer lo que rodea a ese alrededor de ese dolor para que no se sienta tanto. El camino más rápido es robustecer a estas personas para que puedan enfrentar sus dolores. Por eso es importante que la gente que se une a Turismo con propósito regrese a Japón y pueda aplicar lo que aprende en Colombia. Turismo con propósito es un intercambio cultural entre dos naciones; ellos no combaten el suicidio, a pesar de que esa sea la meta. “Sé que crecer en pobreza genera ciertas fortalezas en el alma y el espíritu de las personas. Cuando un niño crece con necesidades económicas y ve a sus papás luchando, crece más fuerte. Cuando a un niño le dan todo, en la adolescencia es un problema y no reacciona hasta que no se da un golpe muy fuerte”, dice Kenji. Así pues, un lugar distante a las afueras de Bogotá, a más de 14 mil kilómetros de Tokio, les ha devuelto la esperanza a decenas de japoneses que algún día creyeron que no valía la pena vivir.
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