La ‘negra Candela’ sin micrófono

Dom, 02/10/2011 - 13:30
Nadie pensaría que “La Negra Candela” es una persona culta. Empezó su  carrera en la  Radiodifusora Nacional y no sólo trabajó al lado de lo

Nadie pensaría que “La Negra Candela” es una persona culta. Empezó su  carrera en la  Radiodifusora Nacional y no sólo trabajó al lado de los científicos como Rodolfo Llinás y Jorge Reynolds, sino que entrevistó a grandes de las letras y la música, como el escritor argentino Ernesto Sábato y el violinista  estadounidense Yehudi Menuhin. “Es tan culta una polka, como el concierto 22 para piano de Mozart, como el grupo Metallica o el maestro Pacho Zumaqué”, dice. Mientras acaricia despacio el lomo enroscado de ‘Simón’, comenta que Otto de Greiff –con quien trabajó en el programa radial La historia de la música, y a quien considera su maestro- le solía decir que las cosas que hoy consideramos cultas y refinadas, siempre vienen del pueblo, sino que la gente ignora sus raíces vernáculas.

Una enseñanza que no ha olvidado mientras comparte con sus hijos en su casa. El tatuaje de un micrófono que dice “La Negra Candela” en la pantorrilla derecha de su hijo Sebastián, y la forma en que Lays, su hija mayor, quien la mira cuando habla delata el afecto que hay en su familia. Frente a  sus hijos es una mujer común y corriente,  de jeans y camiseta blanca rodeada de perros y de un jardín lleno de orquídeas, contrasta con el odio que provoca entre mucha gente por la manera que se expresa y se mete en la vida de los artistas y actores, la llamada gente de la farándula.

La fuerza en el estilo de periodismo que se ha inventado consiste en poner al descubierto la intimidad  de quienes aparecen en el escenario o la pantalla de televisión . Es una odiosa e incisiva y se vanagloria de ello. Muchos no le perdonan haber sacado hace nueve años el video sexual de Lully Bosa -escándalo que le valió un proceso judicial de ocho años y el pago de una  indemnización a la actriz de cerca de ochenta millones de pesos-. Le critican de forma muy agresiva y, en ocasiones, con amenazas de muerte, la manera descarada con la que se mete sin escrúpulos en la vida de los demás.

 “La Negra Candela”, sobrenombre que le puso el periodista barranquillero Andrés Salcedo, lleva más de treinta años trabajando en medios de comunicación. Madruga a ponerse al frente del micrófono del programa radial Temprano es más bacano, de la emisora Olímpica Estéreo, en donde todos los días de 6:00  a 10:00 a. m. se encarga de la sección de entretenimiento. En el escenario radial es donde se constata sus quince años de experiencia como la locutora más oída de la Radiodifusora Nacional. De esa época recuerda a personaes como el escritor argentino Ernesto Sábato quien cada vez que visitaba el programa, pedía un trago de aguardiente.

 En el canal RCN, donde cada semana graba el programa El Lavadero, saluda a todo el mundo por el nombre y todos, sonrisa en boca, se lo devuelven con un “Hola, Negrita”  o un  “Quiubo, Negrita”, pero siempre terminado en “Negrita”, porque entre sus colegas, a diferencia de muchos de sus oyentes, despierta un inmenso cariño.

Se precia de no revelar nada sin antes evaluar la información y corroborarla con cinco fuentes mínimo. Sin embargo, a “La Negra” se le han pasado varias, como la rectificación que le tocó hacer en 2009 después de una información falsa que dio sobre un supuesto socio del humorista Don Jediondo, para citar solo un caso.

La curiosidad de Graciela Torres comenzó a tomar forma en el colegio de monjas Betlehemitas, Gimnasio Universitario, en el tradicional barrio La Candelaria de Bogotá. Allí, por saciar la intriga que le causaba saber qué escondían las monjas debajo de sus sombreros, tuvo que aguantar el castigo de permanecer varias horas de pie.  Fue por esa misma época que descubrió los cuentos de Las mil y una noches y, desde entonces, se despertó en ella una pasión por todo lo relacionado con Oriente Medio. En unas vacaciones se devoró El sarí rojo y la biografía de Benazhir Butto en una semana. Cuando tenía diez años un alemán que leía la mano en una casa arriba del Parque Nacional le reveló que en una vida pasada había sido una sacerdotisa árabe.

Ella nunca buscó ser parte del mundo del entretenimiento. Es más, el mundo del entretenimiento fue el que la encontró a ella en 1984 en los corredores de Inravisión. Ahí se hacían todas las telenovelas de la época y Graciela, que estaba a cargo del turno de la noche de su programa radial, solía matar el tiempo caminando por los pasillos de los estudios. Así se enteraba de lo que ocurría tras bambalinas y lo comentaba con sus compañeros de trabajo. Eran tan buenos los cuentos que el director de la desaparecida revista de entretenimiento Vea creó un espacio que bautizó Pantachica por Graciela, una columna que contaba los pormenores de la farándula nacional.

 Mientras cruza con esfuerzo la pierna recuerda las batallas que ha dado. Afirma que el caso de Lully Bosa le dejó como enseñanza que para tener independencia de voz en este país se debe pagar multa. Entra a la cocina, toma un plátano con queso de los cuatro que hay en una bandeja y le dice a Alicita -su empleada hace 17 años- que no tiene tiempo para almorzar en la casa. Detrás de ella entran Lays y Sebastián. También van de salida. ‘Simón’ y’ Lanoso’ revolotean, mientras ‘Anita’, la rodesian riegback, ladra desde el patio.

 Es el ajetreo normal de cualquier familia que deja atrás cuando arranca en el BMW rojo y al volante arranca la ´Negra Candela ´, radical e independiente, ´sin pelos en la lengua´.  Atrás queda la  Graciela Torres doméstica, escondida en la casa donde disfruta del anonimato que le permite leer y escribir segura que “este es un país de doble moral que se escandaliza cuando escucha la verdad de las cosas".

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