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Incalculables y devastadores efectos dejó en 1815 la erupción del volcán Tambora (Sumbawa, Indonesia). La consecuencia más estremecedora y de alcance global ocurrió al año siguiente, 1816, cuando el verano nunca llegó.
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El escritor, ensayista, poeta e historiador tolimense, William Ospina, quiso conocer de fondo los efectos de ese desastre natural, que no sólo devastó las regiones vecinas, sino que provocó penumbra y cambios climáticos para todo el planeta.
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Se dio cuenta que esa oscuridad y fríos perpetuos conspiraron para que dos escritores, en azaroso encuentro en Ginebra, se inspiraran y terminaran ideando dos de las criaturas más famosas de la literatura del terror: Frankenstein y El Vampiro.
‘El año del verano que nunca llegó’ es el nuevo trabajo literario de Ospina, quien hasta ahora había marcado un hito en la producción de ensayos y novelas históricas famosas como ‘El país de la canela’, ‘Ursúa’, ‘¿Dónde está la franja amarilla?’, ‘América Mestiza’, y muchos otros.
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Esta nueva apuesta no es un ensayo sobre la cultura, educación, política o sociedad colombiana o latinoamericana. Tampoco cuenta secretos ni historias curiosas de algunos personajes históricos, como los que solía relatar acerca de la sangrienta e invasiva conquista española. El escritor se encaprichó con la historia de “tres días oscuros como una sola noche, donde nacieron algunas de las pesadillas más recordadas de los tiempos modernos”.
En entrevista con Kienyke.com, el escritor rompió su silencio no solo para hablar sobre su nueva novela, sino para referirse a la agria polémica de la que fue protagonista el año pasado, cuando en una columna de opinión (De dos males) confesaba que entre la candidatura de Juan Manuel Santos (La U) y Óscar Iván Zuluaga (Centro Democrático, uribismo), prefería a la de este último, aunque no por ello dejara de considerarlo un mal. Por esa opinión le llovieron condenas y reproches, de los que no se había defendido hasta ahora.
Ospina prefirió dedicarse a escribir ‘El año del verano que nunca llegó’ que responder a quienes lo calificaban de “uribista vendido”. Su empeño tuvo éxito: ha sido uno de los libros más vendidos en la Feria del Libro 2015.
-Cuando uno lee ‘El año del verano que nunca llegó’ encuentra un quiebre respecto a su tradición literaria. Incluso usted es uno de los protagonistas y lo narra en primera persona, que es inusual. ¿Estamos ante un nuevo William Ospina, que esta vez le propone al lector que sus historias las lea a partir de su experiencia propia?
Han cambiado cosas y he aprendido algunas nuevas mientras escribía el libro. Nunca había tenido la tendencia de hablar en primera persona. Además casi siempre hablo de temas históricos, de temas literarios, y me ha gustado siempre, tanto en mis poemas como en mis novelas, crear personajes y hablar a través de ellos.
Aquí me tocó crear un personaje que soy yo: el que viaja, el que habla con escritores, y persigue libros e historias. Fue muy agradable descubrir ese tono porque llegó un momento en que comprendí que solo en aquella forma, desde mi experiencia, iba a poder contar esta historia. Tal vez porque era de tal manera rica en lugares, sitios, personajes, que la forma de reagruparlos en una sola historia era desde el punto de vista del que los perseguía, el que estaba obsesionado con ellos.
-Hay un elemento persistente en la historia y es la pugna entre el azar y el destino. Curiosamente usted mismo, al encontrar esa historia, también se cuestiona si todo es casualidad…
El libro continuamente se interroga si existe el azar, o no. Si existe o no la casualidad. O si todo se va armando de una suerte de azares inexplicables, o a un dibujo concreto, un diseño invisible. Nuestra pregunta en la vida siempre es esa, y es bueno que la respuesta no quede tan clara.
Lo cierto es que todo azar, después, se convierte en una fatalidad. Antes de que ocurra, puede o no ocurrir. Pero al momento que ocurre ya forma parte del tejido de hierro de la vida y parece necesario, indispensable. Es hermoso que nuestra vida esté diseñada de tal manera que en ella todo parezca al mismo tiempo casual, y al mismo tiempo inevitable.
-¿Y usted cree en el azar, o más bien siente que todo lo que sucede hace parte de “algo” que así lo busca?
Creo que todo es azaroso. Pero quisiera que todo obedezca un plan. Me parece que la razón siempre ve azar en todo; pero la ilusión, la imaginación quiere ver en todo un plan. Y lo que no sabemos es si hay una única respuesta.
-El libro, como todos sus anteriores, tiene una carga de complejidad. Gran investigación, rigor. ¿Costó mucho trabajo y dedicación en tiempo hacerlo?
No soy disciplinado, solo obedezco a obsesiones y manías. Nunca sé cuánto tiempo le dedico a las cosas. Lo que podría decirse de mí es que cuando empiezo a escribir una novela, no le dedico cierto tiempo, sino que me paso a vivir en ella. Y a ninguna novela le he pasado tanto en mi vida como esta.
Lo que ocurrió durante estos años se confunde con la búsqueda de esta historia y mi vida y labor literaria tendieron a confundirse también.
-Lo difícil enriquece…
Escribir este libro fue muy difícil. Lo único que me permitió hacerlo fue la obsesión y el vivir en función de la literatura.
-En la historia hay un diario de viajes, que lo llevan a perseguir las huellas de los que se ingeniaron las historias de Frankenstein y El Vampiro. ¿Es de suponer que si no hubiese viajado tanto, no habría conseguido hacer el libro?
No lo habría podido hacer desde ninguna posición sedentaria. Pero diría que el libro mismo es para mí un refugio. Tengo varios amigos escritores que viajan, que participan errantes en numerosos festivales o encuentros literarios en el mundo, en eventos, ferias, y uno siente la amenaza de vivir una vida descuadernada, que no tiene centro, ni rumbo; que está siempre al soplo del viento que lo lleve a Manila o a Singapur, o a Nueva Delhi o El Cairo. Escribir este libro fue como darle centro de gravedad a esa vida desordenada y darle el hilo de un relato a algo que pareció ser solo un caos de viaje.
-El libro tiene protagonistas del siglo XIX que son fascinantes, llenos de perversiones, obsesiones, ideas revolucionarias. ¿Cuál personaje le fascinó más?
Cada uno es fascinante de manera distinta. Byron es fascinante como estampa, como estilo, al ser vistoso, llamativo, mítico. Al siguiente que veo es a Percy Shelley porque es un ser maravilloso de manera menos colorida. Cuando uno se posa sobre Shelley, y deja de estar deslumbrado por el colorido de Byron, él gana una sublimidad e intensidad. La tercera persona es Mary; uno tarda en verla por su propia discreción. Pero al notarla se convierte en el centro del relato. Es el papel de la mujer, el feminismo, todo lo que forma parte del personaje tan misterioso. Después Polidori, en quien veo un ser muy conmovedor, dramático, patético, talentoso pero del talento frustrado, de la vida fallida, eclipsado por los otros. Y Clara, a quien nadie le presta atención y la ven casi transparenta; pero terminará siendo determinante, la más mas misteriosa.
-Y de tantos viajes tan lejanos, en su libro menciona a su natal Padua (Tolima), como dejando ver que su tierra la lleva al otro lado del mundo. ¿La visita también con frecuencia?
Paso por allá a menudo porque tengo una casita en Mariquita, cerca de toda esa tierra mía, natal, la tierra de mis abuelos. Para mí resultó importante Padua en esta historia, inesperadamente, porque también en la búsqueda de un centro de gravedad, luego de tantos viajes, de repente sentí que lo interesante era poder hacer una novela de lugares tan lejanos, sin dejar de sentir la tierra a la que pertenezco entrañablemente, y que muy posiblemente, buena parte de las obsesiones de esa novela nacieron en mi infancia. La relación con el volcán que está al lado (Nevado del Ruiz). Mi relación con Armero, con las montañas, con el frío, con el invierno, la neblina. Padua está en el centro de todo eso.
-A pesar de votar por ellos…
Yo no estaba llamando a votar por ellos; yo estaba diciendo que uno me parecía menos malo que el otro. Estaba expresando una opinión personal, pero ni mucho menos me hacía la menor ilusión de que yo dictara la decisión de mis lectores.
-¿Y qué de cierto hay que le ofrecieron un puesto diplomático si apoyaba a Zuluaga?
Son teorías tan absurdas, tan sinsentido. Nunca en mi vida he hablado con Zuluaga, nunca en mi vida he hablado con este señor Uribe, nunca he tenido relación de pertenencia a ningún partido político, y jamás he pensado que mis opiniones tengan que ver con la búsqueda de puestos. Además, los puestos políticos me aburren enormemente porque ni me gusta madrugar, ni hablar con gente que no conozco.
-Ha llamado a la reflexión sobre la educación en Colombia en sus libros, y mire la crisis que atravesamos con el paro de maestros…
Es doloroso porque contrasta muy obscenamente que un gobierno diga que su principal pilar va a ser la educación, y esté tratando así a sus maestros.
-¿Coincide con todas las exigencias del magisterio?
Creo que el modelo educativo en Colombia, si se quiere potenciar realmente, no solo se tiene que comenzar con valorar mucho más a los maestros y darles unas condiciones de vida y de trabajo dignas. Hay que enfocar no solo recursos económicos, que tendrían que ser muchos, sino un concepto nuevo de lo que es la educación. Es que están tratando a los maestros como unos asalariados cualquiera con los que se pelea sobre reajustes.
-Y hemos conocido opiniones agudas suyas sobre el proceso paz… Lo ha calificado de teatro…
Uno podría llamar teatro a un proceso en el cual todo ocurre en el escenario y el público solo tiene que aplaudir. Creo que un proceso de paz no es solo una firma de acuerdos, aunque eso tiene mucha importancia. Si uno no vincula a la comunidad en la construcción de un proceso de paz, está mintiendo. Si uno no elimina las causas de un conflicto, está mintiendo.
-Aunque en La Habana sí se han negociado ciertas causas estructurales del conflicto, como el problema de tierras, algo que no pasó en el Caguán…
Colombia ha padecido a lo largo de su historia el mal de que los gobiernos piensan que los cambios son solo decretos, que las decisiones se toman en escritorio. Eso hace que se saque una ley de restitución de tierras, después de que 5 millones de hectáreas han sido arrebatadas. Es una ley magnífica en el papel. Y cuando vienen a implementarla le dicen a uno que va a tardar 500 años en cumplirse…
-Y sobre el tema en el que estamos enfrascados, la justicia transicional, usted qué piensa: ¿cárcel o penas alternativas?
No creo que la cárcel resuelva nada. La cárcel forma parte del espíritu de la venganza. Creo que la justicia puede castigar o prevenir los males; pero nosotros solo ponemos el énfasis en la justicia que castiga, encierra, mata. Lo que impide los males es la justicia social, y en ese caso no se trata de cómo castigar a guerreros que se revelaron.
Y es que nadie los está derrotando; ellos están negociando abandonar la guerra. Cuando se derrota al enemigo se le imponen condiciones, pero si se necesita la voluntad del enemigo para que la guerra deje de producir víctimas y horror, uno no los puede tratar como vencidos. La principal corrección es impedir que la guerra siga.
-Usted que lee tanto del mundo, a veces causa curiosidad conocer qué está leyendo pero de la literatura colombiana. ¿A cuáles autores nacionales está revisando, y nos recomendaría leer?
No soy un gran lector de nuevos textos. Casi siempre estoy leyendo libros que tienen que ver con mis actividades literarias o releyendo clásicos. Pero aprecio mucho la obra de colombianos como Tomás González, de poetas como Rómulo Bustos, Horacio Benavides, Gerardo Rivera. Y leo con entusiasmo algunas obras de autores contemporáneos; siento que hay una búsqueda importante en términos literarios en la obra de Santiago Gamboa, en la de Juan Gabriel Vásquez, y leo con mucho agrado -porque tiene una voz literaria inconfundible- a Fernando Vallejo.


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En la Feria del Libro Ospina también aprovechó para promocionar ‘El dibujo secreto de América Latina’, un compilado de ensayos y ponencias que remarcan la esencia de William Ospina: un pensador crítico de la situación humana y política del continente. Sus reflexiones son ampliamente apreciadas por la academia y los políticos, y con frecuencia no duda en comentar con acidez sobre temas tan delicados ante la opinión, y que generan tanta polarización como el proceso de paz, la crisis en la educación y la polarización política que constriñe a Colombia como camisa de fuerza. -¿Cuál es el primer boceto que consigue, antes de hacer un dibujo secreto de América Latina? Lo que pasa con América Latina es que siempre estamos descubriéndola. Cuando uno habla del descubrimiento de América siempre se refiera a la aventura de Colón, y se olvida que todos nosotros vivimos en un permanente descubrimiento de América, no solo porque el continente sea muy grande, o muy complejo, sino por una razón adicional: que es un continente que ha sido persistentemente ensombrecido, borrado, maquillado o ocultado por las imposturas de la tradición e historia. Una lengua borró otras lenguas, una religión llegó a borrar a otras religiones, unas mitologías ocultaron otras nativas; una idea de la naturaleza ocultó la verdadera naturaleza nuestra. Nos toca estar continuamente quitando costras de esa interpretación un poco artificial de lo que somos, para encontrar nuestra verdadera identidad. -Es usted de los defensores de la unidad de nuestra América, esa que viene desde el sur de Río Grande y va hasta la Patagonia: la Latina. Pero Colombia pareciera no interesarse en ese proyecto, sino fijarse en insertarse más en Estados Unidos, Europa o Asia… Durante mucho tiempo fuimos educados en la idea de que ingresar en el mundo era olvidarnos de nosotros mismos y aprender por fin de los pueblos ilustres, de las agendas importantes. Y nos dedicamos a buscar el planeta fuera de nosotros. La verdad es que cada vez más comprendemos que buscar el planeta no es algo que tenga que ver solo con mirar hacia afuera, sino mirar hacia adentro, hacia nuestra región. -Pero seguimos creyendo que lo mejor del mundo está afuera… Colombia es un país extraño. Decía en alguna ocasión que siempre fue una extraña figura de la geometría con el centro afuera: el centro estuvo en la corona española, o en el Vaticano, o en la Revolución Francesa, o en el mercantilismo inglés, o en los malls de Miami. Entonces ese curioso país en el que hay tanto autóctono por descubrir, debe trabajar para descubrirlo. Colombia es un país típicamente moderno porque solo se puede entender como fusión de cosas: como cruce de caminos, como mezcla de tradiciones y culturas. Cuando uno busca lo más entrañablemente autóctono, siempre termina encontrando una referencia que viene de otra parte. -En varios de sus ensayos se critica la falta de respeto hacia la diferencia en Colombia. Y usted fue de alguna manera centro de las críticas cuando pensó diferente a lo que todos imaginábamos. El año pasado dijo que prefería a Óscar Iván Zuluaga (del uribismo), y le llovieron condenas hasta de sus amigos intelectuales. ¿Le dolió esa reacción? Me dolió sobre todo porque una parte de esa reacción no era sincera de quienes estuvieran entendiendo realmente lo que yo decía, sino una manipulación de lo que yo decía para ciertos fines. Lo primero que dije en esa declaración es que era una opinión personal y que no esperaba que nadie la compartiera. No le estaba dando instrucciones a nadie de lo que debían hacer. Nadie tiene por qué compartirla, dije. Pero quienes me criticaron pretendieron que yo estaba tratando de hacer que mis lectores se volcaran todos en una determinada dirección… -Pero dejó la sensación de que compartía las tesis del uribismo para gobernar el país… Siempre dije: él (Óscar Iván Zuluaga) me parece malo, me parece muy malo. El que diga que me parece menos malo no quiere decir que ya no me parezca malo. Y voy a estar en la oposición contra él. Y trataron de ocultar que yo había dicho eso para pretender que yo me había vuelto súbitamente un fanático ultraderechista. Me parece que hubo mucha mala intención en la interpretación de lo que yo decía. Estaba señalando que había dos opciones que eran prácticamente de extrema derecha ambas, y que tomar posición apasionadamente por uno de los dos era estar claudicando frente al deber de criticar esos poderes de la tradición aquí. Yo proponía decir: que entre el diablo y escoja. -¿Pero entonces no hubiese sido más correcto no decir que estaba dispuesto a apoyar a Zuluaga? Porque la verdad es que lo que dije, y sigo pensando, es que el principal mal de Colombia a lo largo de su historia ha sido la vieja dirigencia colombiana. Esas nuevas dirigencias (Zuluaga), por oscuras o bárbaras y tontas que sean, son dirigencias que cualquier pueblo se quita en 20 años. Pero con esta vieja dirigencia (Santos) llevamos 100 años a cuestas, y podríamos llevarla otros 100 años más. -Es que no deja de ser contradictorio que usted, tan crítico de Álvaro Uribe, manifieste respaldo a Zuluaga en las elecciones. Si ganaba Zuluaga, gobernaría detrás Uribe… Claro, y yo dije que si ellos ganaban yo estaría en la oposición.