El apellido Gilinski no significa gran cosa para el colombiano del común, que vive tranquilo sin seguir el paso de las grandes transacciones que registra la prensa económica. Sin embargo, la mayoría de colombianos ha recostado su humanidad posterior en una silla Rimax, lavó platos con una esponjilla Bon Bril o llevó en sus onces un paquete de Palomitas dulces o Tozinetas Fred. Entonces, el apellido Gilinski ha entrado a las casas colombianas por años sin que ellas lo sepan.
Pero ¿quiénes son los Gilinski? Es una familia judía de origen báltico que ha dado tres generaciones de empresarios de talante conservador, bajo perfil y éxito contundente, entre los que se enumeran Isaac, Jaime y Gabriel Gilinski.
Kienyke.com presenta un perfil de esta familia, que va desde la historia de la creación de una curtiembre en Barranquilla hasta la compra de la totalidad del Grupo Semana, concretada el pasado martes.
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Isaac, el guerrero
La historia de esta poderosa familia comienza en Lituania. Los padres de Isaac Gilinski Sragowicz abandonaron el país báltico en los años 20 del siglo pasado, se asentaron por un tiempo en el pre-Estado de Israel y luego se trasladaron a Colombia. Sin saberlo, la decisión impulsiva de irse de Lituania salvó sus vidas: el judaísmo le costó la vida al resto de la familia en el Holocausto.
El padre se asoció con un polaco de apellido Minski y fundaron Curtiembres Búfalo, una empresa de cueros barranquillera que todavía existe. Tras casi una década de echar raíces, el nacimiento de Isaac se dio el 19 de febrero de 1934.
En su adolescencia conoció a quien sería su esposa, la química Perla Bacal, antes de marcharse a estudiar ingeniería química en el Indiana Tech. Cuando volvió, se casó y la pareja fundó la compañía de plásticos Rimax en el año 1953, junto con Lazar, hermano de Isaac. Esa fue la primera empresa de lo que se convirtió en el Gilinski Group, del cual también hace parte Productos Yupi, fundada en 1978. Otras empresas colombianas, como Atila y Bon Bril, también hicieron parte del grupo antes de su venta.
Isaac Gilinski, además de ser ingeniero químico, tiene un título en administración industrial de la Universidad del Valle. Además de su experiencia como industrial, también ha adelantado una carrera diplomática. Hacia el final del segundo periodo presidencial de Álvaro Uribe Vélez, y justo como lo hizo su hermano Lazar en el gobierno de Virgilio Barco, Isaac juró como embajador de Colombia en Israel y mantuvo ese puesto hasta 2013. En ese año fue elegido como embajador alterno de Colombia ante la Misión Permanente de la ONU. En octubre de 2020 fue nombrado en este mismo cargo.
En medio del largo pleito legal tras la compra y venta del Banco de Colombia, Isaac Gilinski dijo a El Tiempo en 2007 que se consideraba a sí mismo como un guerrero que nunca perdía. Además, dijo que aspiraba a ser presidente de Colombia algún día (sin embargo, no se ha postulado). Como sentía que la prensa de entonces lo había dibujado como el malo del pleito, también sentenció que “algún día tendré medios [de comunicación], claro que sí”.
Jaime, el estratega
Isaac y Perla, instalados en Cali, tuvieron tres hijos: Jaime, Tania y Rutie. El éxito empresarial de las compañías familiares permitió costear la educación de sus hijos en el exterior. La elección de Jaime Gilinski Bacal fue cursar un pregrado de ingeniería industrial en Georgia Tech y un MBA en la prestigiosa Universidad de Harvard. Después, Jaime trabajó en el banco de inversiones Morgan Stanley, en el que varios banqueros de élite dieron sus primeros pasos en el negocio.
A su regreso, Jaime trabajó en la Compañía Financiera Internacional, adquirida por su padre en los 80. También trajo a Colombia a la exitosa multinacional Procter & Gamble, la dueña de marcas como Ariel y Pantene, a través de Industrias Inextra.
En 1991, el joven Jaime convenció a su padre para hacer una extraña jugada financiera sin consultarlo con el resto de la familia: comprar la filial colombiana del que fuera, según la revista Time, el banco más corrompido del mundo: el Banco Internacional de Crédito y Comercio (BCCI).
El apodo no era gratis: el BCCI llegó a ser depositario de toda clase de dineros calientes, provenientes de negocios como el narcotráfico y la venta ilegal de armas. También se supo que el banco concedió más préstamos irregulares de los que podían sostener y la entidad quebró estrepitosamente. La única filial que sobrevivió a la caída libre fue la colombiana: Jaime le cambió el nombre a Banco Andino, renovó su junta directiva y aumentó su capital y sus activos en corto tiempo.
Luego de valorizar y vender el Banco Andino, Gilinski padre e hijo quisieron repetir el éxito con el Banco de Colombia: plantearon un esquema financiero que atrajo la atención de varios inversores extranjeros y, entre todos, se hicieron con el 75 por ciento del banco. Lo vendieron en 1998 al Sindicato Antioqueño, pero esa transacción resultó en un largo pleito que terminó en 2010 con un acuerdo confidencial entre las partes.
En el año 2003, ya consolidado como banquero, Jaime Gilinski le compró el Banco Sudameris a los italianos Intesa Sanpaolo. Luego, fusionó su compra con la red de cajeros Servibanca y el Banco Tequendama. Así nació el Gilinski National Bank Sudameris, al cual sumaron en 2014 la filial colombiana del banco HSBC.
Por otro lado, es socio del ambicioso proyecto inmobiliario Panamá Pacífico, un área de excepción económica dentro de la Ciudad de Panamá que incluso cuenta con su propio aeropuerto.
Jaime Gilinski, el segundo hombre más rico de Colombia según la revista Forbes, está radicado en Londres, desde donde viaja hasta donde sea necesario para cerrar tratos personalmente. Más que un empresario colombiano o latinoamericano, se proyectó como un empresario global y un viajero constante.
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Gabriel, el personaje público
Jaime Gilinski se casó con Raquel Kardonski, panameña descendiente de una poderosa familia de su país. De ese matrimonio nacieron cuatro hijos: Joshua, Gabriel, Benjamín y Dori. Gabriel Gilinski Kardonski, el segundo, nació en Miami y su padre lo inició en las reuniones de negocios desde los siete años.
Gabriel, de 33 años, ha vivido a toda velocidad. Es politólogo de la UPenn, está casado desde hace diez años, tiene tres hijos pequeños y se perfila como la próxima cabeza del grupo empresarial de su familia. Un viaje a Chile durante una pasantía lo llevó a interesarse por el negocio hotelero, en el cual ha invertido con el apoyo de su padre: compró los hoteles Charleston y Casa Medina, de Bogotá, y el Santa Teresa, de Cartagena.
Jaime Gilinski hizo buena parte de su fortuna al comprar entidades financieras en números rojos, reestructurarlas y venderlas. En una jugada similar, Gabriel encabezó la negociación para que el grupo familiar comprara la mitad del Grupo Semana, una casa periodística con buena reputación pero cuyo producto estrella reportaba cifras rojas desde hace años. Mientras las publicaciones impresas generaban pérdidas, la empresa subsistía de una pauta cada vez más reducida y de la realización de foros.
Se tomaron varias decisiones controvertidas durante el tiempo que pasó entre esa primera transacción comercial y el pasado martes 10 de noviembre: se fusionaron las redacciones impresa y digital, $4000 millones de pesos fueron invertidos en la infraestructura de un nuevo canal digital, se suspendió la producción de varias publicaciones impresas como Arcadia y SoHo, varios periodistas fueron despedidos de tajo y otros más renunciaron en solidaridad. Luego llegó el 10 de noviembre, la salida de Ricardo Calderón, la venta de la totalidad del Grupo Semana y la renuncia en bloque de varios de sus periodistas.
En palabras de Vicky Dávila, líder del canal digital y ahora directora del Grupo Semana, “mi relación con Gabriel Gilinski es netamente laboral. Me ha respetado mi trabajo y eso lo agradezco inmensamente. Me ha dejado trabajar sin intervenir”. Esta apreciación no es compartida por periodistas como Daniel Coronell, quien fue despedido dos veces. En la primera columna que escribió para su portal Los Danieles, acerca del último intento de censura que llevó a su segundo y definitivo despido, Coronell contó que Gabriel le recordó cuando pudo que “él es uribista y trumpista, como si debiera importarme”.
Eso es verosímil porque Gabriel donó 39 millones de pesos a la campaña presidencial de Iván Duque. Sin embargo, las posiciones políticas de la familia Gilinski nunca han sido claras del todo. A través de Alex Vernot, abogado que intervino en el pleito por el Banco de Colombia, el padre Jaime se acercó a Gustavo Petro. De hecho, para la segunda vuelta de la última campaña presidencial, el banco familiar concedió un crédito de 5000 millones de pesos.
Estas jugadas extrañas pueden sugerir que los Gilinski están más interesados en la rentabilidad de su nueva empresa que en su sistema de valores. Según una fuente que lleva muchos años dentro del grupo editorial y que prefiere no revelar su nombre, “las personas que se fueron, y algunas de las que decidimos quedarnos porque afuera no hay opciones reales de trabajo, saben que en una apuesta digital no tienen cabida. Los que trabajamos en la impresa durante años ya no aportamos tráfico ni pauta ni nada. Lo que viene es producir contenido acorde con las tendencias; para eso necesitan gente diferente”.
Muy en sintonía con Lulo, la propuesta de neobanco digital de Benjamín Gilinski que ya cuenta con el aval de la Superfinanciera y pronto comenzaría a funcionar, la idea que Gabriel tendría sobre Semana tendería más a la digitalización completa de los contenidos editoriales que a su derechización. Por el momento, valdría conceder el beneficio de la duda.