
Hay un placer casi clandestino que muchos comparten en silencio: ese suspiro de alivio cuando un plan que no nos apetecía tanto se cancela. No importa si es una cena, una reunión social o incluso una clase que programamos con entusiasmo semanas atrás. Cuando llega el día y las ganas no están, una cancelación –sobre todo si viene del otro lado– puede sentirse como una tregua mental, una pausa inesperada que nos reconcilia con el descanso.
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No es solo una impresión subjetiva. La psicóloga y experta en transformación personal Sol Sánchez, fundadora de Conscienthia, lo confirma a Vogue España: cancelar planes también puede ser una forma de cuidarse y cuidar a los demás, siempre que se haga con honestidad, respeto y propósito.
No es flojera: es salud emocional
No estamos hablando de plantar a alguien sin previo aviso o de evitar compromisos por costumbre. El punto está en esos “planes compromiso” que aceptamos por inercia, entusiasmo desmedido o miedo a decir que no. Aquellos que, conforme se acercan, nos generan una especie de mini estrés social que eleva el cortisol y nubla el deseo.
“Muchas veces cancelar es escucharse”, explica Sánchez. “Es decirse la verdad: ‘Hoy no tengo energía para esto’. Es un acto de honestidad con una misma y, también, de respeto hacia el otro, porque cuando vamos por obligación, no estamos presentes del todo”.
La clave está en saber discernir entre los planes que suman y los que agotan, y ser capaces de tomar decisiones conscientes que prioricen nuestro bienestar sin dañar las relaciones que valoramos.
El alivio como termómetro emocional
Hay un fenómeno curioso: cuando es el otro quien cancela, sentimos alivio inmediato. ¿Por qué? “Porque ya estábamos tensando nuestro sistema para cumplir. Es como si el cuerpo soltara un peso”, dice la experta. Pero incluso cuando somos nosotras las que decidimos cancelar, el alivio puede aparecer luego de la culpa inicial, señal de que nos estábamos forzando más de lo necesario.
Esto tiene nombre: del FOMO al JOMO. Del “miedo a perdernos algo” (Fear of Missing Out) a la “alegría de perdernos algo” (Joy of Missing Out). JOMO es esa decisión consciente de desconectarse sin culpa, de elegir no ir por presión externa, sino quedarse desde un lugar de autenticidad. “No es egoísmo, es discernimiento. No es aislamiento, es atención a las necesidades del momento”, apunta Sánchez.
Decir “no” con conciencia es liberador (y saludable)
La psicóloga insiste en que cancelar un plan, si se hace con antelación y de forma sincera, puede ser un ejercicio de autorrespeto y regulación emocional. “Si se hace desde un lugar tranquilo, sin excusas forzadas y con tiempo suficiente para que el otro reorganice su agenda, se puede reducir el cortisol y aliviar la sobrecarga mental”, asegura.
Eso sí, no basta con cancelar una vez para cambiar el estrés acumulado. Como explica Sánchez, “el estrés es un proceso complejo, en el que intervienen factores psicológicos, sociales, de personalidad y físicos. Cancelar planes debe formar parte de un plan mayor: mejorar el descanso, trabajar la autoexigencia y permitirse no estar siempre disponible”.
Una nueva forma de relacionarnos
Decir “no” no tiene por qué romper vínculos, al contrario. Puede abrir la puerta a relaciones más sanas, más reales. Cuando elegimos descansar, también cuidamos al otro: llegamos con más energía cuando sí queremos estar, y nuestra presencia deja de ser un gesto mecánico para convertirse en un acto genuino.
Al final, se trata de aprender a escucharnos y soltar el piloto automático. Porque en una cultura que glorifica la productividad, decir “hoy no voy” puede ser un acto de rebeldía... y también de amor propio.