
No es un secreto que no hubiera vuelto a dormir; pero aquella noche fue culpa de Daniel Samper Pizano. Sí, el mismo que están pensando: el hermano de nuestro expresidente y el papá de mi futuro mozo, Daniel Samper Ospina. No, no me había ofrecido ningún trabajo, si eso es lo que piensan los que me conocen y saben que me da insomnio cuando la víspera me “contratan”.
En realidad, la ansiedad era porque al día siguiente lo iba a tener face to face –como cuando tuve así al peinado de Claudia Gurisatti– en la inauguración del periódico EL PUEBLO. Sí, señores, el mismo periódico de 1975 ha vuelto, y yo iba a tener a Daniel Samper Pizano frente a mí en un conversatorio en el que la estrella no sería otro que él.
Nada fue diferente a como me imaginé durante toda la noche que iba a ser: él frente a mí, y yo sin poder contarle que era mi futuro suegro porque todo el mundo quería entrevistarlo a él, tomarse fotos con él, hablar con él, reírse con él, etcétera, pero con él.
Sin embargo, mientras pensaba la estrategia para “conocerlo”, a mi lado sucedían cosas que verdaderamente llamaban más la atención que Daniel Samper; bueno, o no sé si solo fui yo la que no pudo concentrarse en el conversatorio:
El señor que estaba a mi derecha abusivamente cogía los lapiceros de mi cartuchera y se los metía en su bolsillo. E incluso se atrevió a quitarme la libreta donde estaba escribiendo yo estas bobadas para escribir él las suyas. Además, hablaba durísimo y no se callaba. Y lo peor: ¡también me hablaba a mí!, como si yo fuera su amiga.
Por el otro lado las cosas no eran mejores. Del lado izquierdo, el prestigioso presidente del partido Liberal me tenía al borde de la histeria con su educado masticar de chicle –claro que me imagino que él habrá pensado algo parecido sobre mí por mis uñas amarillas–. No obstante, con este no solo era el chicle lo que me desconcentraba sino esas terribles ganas que sentía de preguntarle por su papá, su mamá y su hermana. ¿Nunca les ha pasado o qué?
Equis. Nada de eso importa, porque lo interesante vino después. Después cuando Daniel Samper Pizano me conoció y dijo de mí que "chiquita y brava, así es que son buenas correctoras de estilo".
Estábamos como en una especie de círculo, participando en el momento más tedioso que se pudieron haber inventado cuando uno hace un círculo: soy Fulana, hago esto, tengo lo otro, no me peino, pienso así… Momento ideal para sabotear cualquier conversación. Y lo hubiera hecho si no hubiera estado tan nerviosa.
En ese momento, que creo que duró entre tres segundos y una eternidad, sudé lo que nunca sudo... Jamás había tenido tanto calor en mi vida, ¡y jamás había deseado bañarme con agua fría! Yo sentía que, una a una, goticas de sudor iban recorriendo toda mi espalda haciéndome cosquillas. Los zapatos también me tenían desesperada: los pies se me resbalaban para adelante y el despuntado me tallaba... Pero ahí estaba, sonriendo como si fuera el día más bonito de la semana. Y lo fue.
Como siempre, yo era el show; y como siempre, la emoción me da amnesia, no recuerdo más. Creo que hablé de Klim, del prólogo de Dejémonos de vainas, de Lecciones de histeria colombiana y de mi abuela, de su hijo (aunque al respecto, se me pasó decirle lo de mis tetas en SOHO; que quiero que Danielito escriba una columna en mi espalda; y esas cosas).
Obviamente –pese a que no recuerdo cuándo–, hablamos de las comas y las preposiciones, de mi primo Miguel de Cervantes Saavedra y la mano que le faltaba, y creo que la eternidad me alcanzó hasta para repetir un par de sus chistes a manera de sátira inversa (que no sé qué sea, pero me imagino que es algo parecido, pero diferente, a la psicología inversa. Y si no es, pues podría funcionar). ¡Me enamoré!
Ojalá cuando sea famosa, sea como él: que no responde un correo, a menos que esté perfectamente escrito, y vayan ustedes a saber si eso pase. Y así y todo lo adoran.
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La Pava Navia
@MaclaNavia

