Lunes por la mañana. En la bandeja de entrada, correo de Barack Obama. Sí, del presidente. ¿El asunto? ‘2012’, simple y llanamente. Me cuenta que se lanza, que será candidato de nuevo. Que quiere repetir mandato, y que le gustaría contar conmigo. La aventura, asegura, sólo será posible con mi concurso: “todo comienza con nosotros”. Me recuerda que el cambio no ocurre de la noche a la mañana, y me invita a ver un video de gente como yo, que desde ya se está preparando para regresar a la batalla. Me ha llamado por mi nombre de pila, y firma con el suyo, Barack.
La complicidad no es impostada. Nuestra correspondencia se remonta al 2008, cuando era apenas un candidato presidencial y la Unión empezaba a hacerse a la idea de que existía una posibilidad, aunque remota, de que ganara. Embargado por el entusiasmo que despertaba el hombre de los discursos memorables, debí de haberle donado unos dólares, o sencillamente registré mis datos en su ‘website’. De inmediato, empezaron a llegarme sus correos. Montones de correos. La base de datos de la campaña de Obama es sin duda una de las más completas y extensas en la política estadounidense. Es un elemento esencial de la maquinaria ciber electoral con la que el entonces senador por Illinois revolucionó la forma de hacer política en este país, combinando la organización tradicional de comunidades de base con la última generación en tecnologías de la información y comunicación. El lunes por la mañana, esa formidable maquinaria –que nunca se detuvo del todo– se puso en movimiento nuevamente, a todo vapor.
Aquel correo también es un llamado a la nostalgia, un intento por revivir el fuego que alumbró nuestra historia improbable. Pero sucede que el encanto se rompió. Y Obama lo sabe tan bien como yo. Ni él ni yo somos ya los mismos. Su campaña presidencial fue un bonito sueño, y los dos años largos que han transcurrido desde que se mudó a la Casa Blanca han sido un duro despertar. La ilusión ha dejado paso a la decepción, a la inapelable realidad. El presidente es como un mago al que le descubrimos los trucos. En lugar de asombrarnos, de dejarnos llevar por sus embelecos, estamos pendientes de sus artificios y somos inmunes a sus dotes de prestidigitador.
En el video, por ejemplo, reconozco ingredientes de un mensaje que años atrás consiguió entusiasmarme, que me enganchó: el tono íntimo, la factura impecable, la invitación al activismo político, el poder envolvente de historias de vida parecidas a la mía. Ahora sólo veo ardides publicitarios, estudios de mercadeo, fríos cálculos electorales. Adivino que debo identificarme con Mike, el joven neoyorquino que me cuenta que en las elecciones pasadas no pudo votar –todavía no tenía la edad mínima–, y que no ve la hora de participar, esta vez sí, en una historia memorable. Mike representa el voto de los jóvenes de los centro urbanos que en 2008 acudieron masivamente a las urnas para apoyar a Obama, abandonando su apatía característica.
Además de Mike, el video tiene otros cuatro protagonistas, cada uno con sus propias reflexiones, cada uno habitante de un estado diferente del país, representando una franja demográfica específica, un nicho de votantes que será decisivo en las próximas elecciones. Como Ed, un hombre blanco, algo mayor, quizás jubilado, que vive en algún lugar apacible de Carolina del Norte. “No estoy de acuerdo con todo lo que ha hecho Obama, pero lo respeto y confío en el”, confiesa. Las elecciones, dice, son demasiado importantes como para no tomárselas en serio. Ed no parece excesivamente entusiasmado, pero se puede contar con él. También salen Gladys, la latina cabeza de familia que habla desde la cocina de su casa en Nevada, o Katherine, la profesional liberal de Colorado. Y, claro, no podía faltar Alice, de Michigan, la afroamericana.
Ni ellos ni yo nos hacemos ilusiones (bueno, el chico de Nueva York sí, pobre). Tampoco quienes han diseñado la campaña. La ensoñación romántica, el idealismo juvenil que trasmitían los mensajes del Obama del ‘sí se puede’ ahora brillan por su ausencia. Los ha reemplazado un tono de persuasión, un deseo de convencer que no pretende entusiasmar. Las cosas no están para echar cohetes, pero tampoco para improvisar. Es mejor malo conocido que bueno por conocer.
Lo peor es que los estrategas políticos de la reelección presidencial no se equivocan. Para ganar en 2012 Barack Obama puede prescindir del entusiasmo y el idealismo de hace cuatro años. Más allá de asegurarse de que la economía no vuelva a derrapar, será suficiente con proyectar una imagen de sensatez, de prudencia, de alguien interesado en producir consensos: un realista y no un ideólogo. Paradójicamente, son las mismas características que han enardecido a la facción más progresista de su partido, que se ha rasgado las vestiduras con lo que percibe como capitulaciones inadmisibles de su administración: desde el incumplimiento de la promesa de cerrar Guantánamo hasta una reforma sanitaria que se quedó a mitad de camino, pasando por el indulto extendido a los cacaos financieros responsables de la crisis de 2008.
La verdad es que el presidente no depende de los votos de la izquierda demócrata para hacerse reelegir. El segmento clave de la coalición que lo llevó a la Casa Blanca está constituido por los moderados: centristas de los dos partidos y centristas sin filiación política, independientes. Y ante el giro a la extrema derecha del Partido Republicano, propulsado por el fenómeno del ‘Tea Party’, la campaña de Obama el tibio adquiere visos de inevitabilidad. La magia es lo de menos.
@LozanoPuche
2012: Obama el tibio
Dom, 10/04/2011 - 08:18
Lunes por la mañana. En la bandeja de entrada, correo de Barack Obama. Sí, del presidente.