Sin retórica. Sin silogismos. Sin filosofía. Sin racionalizar. Sin pensar. Atrévete a envejecer, por la simple belleza que conlleva hacerlo con naturalidad, sin frenos, sin obstáculos, sin apariencias, atrévete a envejecer.
Atrévete a mostrar en tu cuerpo la experiencia de tu vida, las huellas profundas de dolores pasados, el desencanto de amores perdidos, las alegrías, los afanes y finalmente el reencuentro contigo mismo al final de tu existencia.
Atrévete a ser tu mismo, a ser un libro abierto, honesto, sin apariencias que oculten tus verdades, transparente. Atrévete a pregonar a los cuatro vientos las emociones plasmadas en tu ser. Atrévete a que el tiempo haga su efecto y cumpla su cometido transformando tu cuerpo.
Luce con orgullo las arrugas de una piel que ha tenido mil y un encuentros, contactos, caricias, donde placer y sufrimiento han forjado cada pliegue de ella misma.
Enseña al universo las canas que hablan de la transformación del ímpetu juvenil, de la fortaleza primaria, en la sabiduría habitante en los terrenos de la tercera edad.
Mira tus articulaciones, reconoce en ellas las rigideces mentales y emocionales por las que pasaste y mediante un acto de perdón a ti mismo, vuelve a tener la flexibilidad que hace ceder los dolores aparejados a la vejez.
Escucha el lento caminar, los movimientos mesurados, sí escúchalos, ya que al prestar oído a la lentitud, los múltiples sonidos de la calle y el campo, que se nos pierden en la edad adulta con los afanes por llegar, por trabajar, por hacer, estos sonidos compondrán la sinfonía de la vida y tu cuerpo reposará en su armonía.
Permite que la flacidez tan temida socialmente, haga su entrada y muestre al mundo como has superado la necesidad de aparentar con tu cuerpo y lo has cambiado por la capacidad de enseñar que detrás de todo saltan a la vista, antes que nada, tus valores, tus creencias, tu alma, que es la que vale ser percibida.
Agradece la oportunidad de interiorizar, de escuchar tu corazón, de ver tu alma, así a veces para lograrlo el cuerpo tenga que ponerte en la difícil situación de perder parcialmente tu capacidad de ver o escuchar tu entorno.
El mundo podrá apreciar en tu postura, en tu cuerpo recto o encorvado, cómo has sobrellevado las cargas que te puso, mostrarás con dignidad el trabajo realizado con tanto compromiso, que tu cuerpo lo asimiló como propio.
Finalmente, si alguna enfermedad llama a tu puerta anunciando la próxima partida de tu espíritu, rescata la fortaleza interior para acogerla, darle la bienvenida y saber que ella, la enfermedad, será la última oportunidad de sanar relaciones, de cerrar círculos, de practicar el desapego y de dejar tu legado establecido. Tu cuerpo conoce los procesos para partir, tu cuerpo te guiará en esos momentos, tu cuerpo con los signos de los años visibles, es tu mejor amigo en esos momentos.