Aylan no quería morir

Lun, 07/09/2015 - 15:23
Para un niño de tres años la vida y la muerte no son conceptos complicados. Es más, sólo comprenden las cosas de una manera tan sencilla como que estar vivo es mirar el rostro amoroso de una mamá
Para un niño de tres años la vida y la muerte no son conceptos complicados. Es más, sólo comprenden las cosas de una manera tan sencilla como que estar vivo es mirar el rostro amoroso de una mamá o un papá. Se está feliz cuando hay comida y se puede jugar sin restricción, cuando se goza con una hermanita o un vecino, cuando hay un colegio amable donde aprender a compartir y un techo para guarecerse y dormir. Aylan no comprendía la guerra que obligó a su familia a encaramarse en una débil embarcación para cruzar el mar. Aylan tampoco presentía el peligro, ni en Siria, ni en el Mediterraneo. En él sólo había inocencia y confianza total en las acciones de sus padres. Esa infantil candidez es lo que más impacta de su muerte, porque no era dueño de sus actos, no tomaba decisiones, ni frente a sus padres, ni frente a los estados, ni mucho menos frente a sus gobernantes. Aylan era un ser sin odios, sin motivaciones políticas, sin fanatismos: Era un niño, con todo lo que conlleva de vulnerabilidad ser un hombrecito de tres años. Su muerte le duele hasta el más indiferente. Aunque sepamos que es una más de tantas víctimas, es la víctima que pudimos ver, la que nos llegó hasta la comodidad de nuestras casas para recordarnos que las guerras arrasan vidas, en especial vidas de civiles y de niños. Vidas que no hicieron nada para merecer la muerte. La humanidad, que tal vez no debería llamarse así, no ha sido otra cosa que la lucha del poder contra los indefensos. Y eso no ha cambiado mucho, ni con la Corte Penal Internacional, ni con las Naciones Unidas, ni con la inocua OEA. Ninguno de estos organismos logra llegar a tiempo para evitar que los Aylan de todas las naciones mueran. Y eso es precisamente lo que más nos duele que el mundo invente tantos organismos para que las cosas sigan iguales: guerra, deforestación, hambrunas, analfabetismo, enfermedades. Eso es también lo que nos duele de los deportados colombianos o de los inmigrantes africanos, que muy poco se puede hacer por ayudarlos. Los cálculos políticos pesan más en las decisiones de los países que las vidas perdidas. Como Aylan mueren a diario miles más intentando llegar a las soñadas costas europeas y todavía la Eurozona no logra decidirse a evitar esas muertes. Tal vez una luz de esperanza se vio en la actitud de Alemania que abrió sus fronteras para recibir más de sesenta mil personas y lo hizo con flores y con mensajes de bienvenida. Eso ya es un cambio, así las causas de la inmigración sigan intactas en Siria o en tantas naciones acosadas por guerras fanáticas como las del Estado Islámico. Ojalá otros países cambiaran de actitud pero no parece que estén siguiendo el buen ejemplo Alemán. Por el contrario, en Estados Unidos por ejemplo, crece la aceptación de posiciones xenófobas como las de Donald Trump y en América Latina el silencio cunde sobre las actuaciones de Maduro. Ya muchos auguran que el tema de las migraciones será uno de los conflictos más graves de las próximas décadas. Y es fácil predecirlo porque el mundo crece en desigualdad. Unos ricos y otros pobres. Los pobres huyendo de su pobreza y los ricos defendiendo su riqueza. Así murió Aylan, ¡que dolor! www.margaritalondono.com http://blogs.elespectador.com/sisifus/
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